Capítulo 59

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Thomas Avery

La casa de mi padre está en un silencio habitual que no me sorprende en lo absoluto. Camino débilmente entre los oscuros pasillos que son iluminados por la poca luz de algunas velas. Escucho el murmuro de algunas voces en la sala y me aproximo para poderlas distinguir.

—No puedo hacer mucho sin la chica — dice la voz de mi hermana, Elizabeth, con el rostro pálido y un par de ojeras bien marcadas.

A su lado está su esposo, William Parkinson, sosteniendo su mano con cuidado y mirándola ansioso de ayudarla.

—Podría ir por ella ahora mismo — sugiere.

—No — sentencia otra voz más grave y rasposa. Siento un hormigueo en mi espalda y casi podría asegurar que la marca en mi antebrazo izquierdo me comienza a arder con mayor intensidad. — Hay que tener paciencia, ella vendrá a nosotros sola, lo presiento — el señor Tenebroso pasa los dedos por su blanca varita y levanta la mirada hasta encontrarme. Sé realmente que no estoy ahí. Se supone que esto es una clase de visión o pesadilla, pero luce tan real que la sangre se me congela súbitamente. Sus rojizos ojos se centran en los míos como si logrará verme o percibir mi presencia. — Si no. Tú me la traerás, ¿verdad Thomas?

—Thomas — abro los ojos de un tirón y la luz que entra de la ventana me lastima los ojos, así que tengo que cubrirme con la mano. — Ya despertó.

Es Regulus, que le avisa a Severus quien me observa bajando su libro ligeramente.

—Estabas retorciéndote, como el gusano que eres — dice Severus intentando hacer una especie de broma, o eso creo, pero su tono es tan serio que me siento ofendido por su comentario. —¿Estás bien?

Me acomodo sobre la cama y paso una mano por mi cabello antes de asentir. A pesar de la mirada incrédula de Regulus y Severus me pongo de pie y cierro la puerta del baño después de entrar.

Dejo el agua fría correr en la regadera y entro sin que a mi cuerpo le moleste. La marca en mi antebrazo sigue ardiendo como en el sueño y eso me preocupa así que dejo que el agua caiga directamente sobre ella para aminorar el dolor.

Escucho la puerta abrirse, pero al estar detrás de una cortina no sé quién es.

—Voy a cepillarme los dientes — anuncia Regulus.

Siento la gran necesidad de decirle al chico lo que he soñado o visto, ni siquiera sé si sea real en realidad, podría ser todo una cuestión de mi imaginación y la verdadera prueba de que estoy enloqueciendo, mas el dolor en mi antebrazo me confirma lo real que podría llegar a ser.

Tomo la toalla y la envuelvo en mi cintura antes de salir y ver a Regulus cepillarse, alza la ceja dudoso y pregunta con la boca llena de espuma.

—¿Seguro que estás bien?

—Sí, hombre, tranquilízate.

Entrecierra los ojos para mirar mi reflejo en el espejo y niega con la cabeza. Escupe en el lavabo rápidamente y vuelve a mirarme.

—Si vas a seguir mintiendo, te aconsejo que no vayas con Nora porque ella lo sabrá y no creo que quieras eso.

Asiento y me visto lo más rápido que puedo. Severus ya está listo para ir a desayunar, pero mira ausente la ventana.

—Tengo que salir. Nos vemos después — le informo despidiéndome con la mano.

Los sábados son usualmente días tranquilos y este no fue una excepción. Apuesto a que la mayoría de los alumnos siguen en sus camas o probablemente ya hayan bajado a desayunar al Gran Comedor, por lo que casi no me topo con nadie en los pasillos.

[En Edición]Los Merodeadores: EncuentrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora