𝒀𝒎𝒊𝒓

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Admiré a la chica que estaba frente a mí.

Hace poco me uní a un culto algo extraño que apoyaba al rey Fritz, incluso aseguraban que protegían a una de sus descendientes, a una chica de sangre real. 
Mis padres ya formaban parte de él, por lo que me llevaron cuando consideraron que tenía la edad suficiente.

Todos nos inclinamos ante ella, aunque nos indicó que nos levantáramos, con una sonrisa amable.
Ella estaba sentada en su trono, con su vestido blanco... parecía un ángel.

Al pasar la mirada por sus seguidores, posó su mirada en mí. Me sentí bastante nerviosa y me sonrojé un poco.
Ella movió un poco su cabeza y me sonrió.

A partir de ese momento, supe que la seguiría allá donde fuera.

Cuando todos salimos del lugar clandestino donde nos escondíamos de las autoridades que podían pillarnos, sentí una voz a mis espaldas.

—Ven un momento, por favor.

Me di la vuelta y vi a la chica en el trono, que me tendía una mano para que me acercara.
Mis padres, a mi lado, estaban tan sorprendidos como yo, pero mi madre puso su mano sobre mi hombro y me animó a acercarme.

Así, mientras el resto salía, yo me acerqué bastante tímida a ella.

—Señorita Ymir —saludé, haciendo una reverencia.

—Eso no es necesario —dijo con una sonrisa, invitando a que me levantara.

—¿Necesitaba algo?

—He notado que tenemos casi la misma edad... me preguntaba si podríamos ser amigas. Las personas con las que me relaciono aquí son mucho más mayores y me gustaría conocer a alguien de mi edad.

Me quedé sorprendida ante su confesión.

—Señorita, nunca podría... usted es de sangre real y yo simplemente...

—Eso no debe preocuparte, ¿qué me dices? ¿Amigas? —dijo con una sonrisa.

Asentí nerviosa, sin creerme lo que acababa de pasar.

Pasó un tiempo, en el cual seguía siendo demasiado formal al dirigirme a ella. Ymir insistía mucho en que la llamara por su nombre. Realmente quería tener una amiga que no le recordara al culto.

Unos meses después, me quedé a dormir en su casa, que estaba en el mismo edificio donde se realizaba el culto. 

Aún seguía siendo algo formal, pero teníamos algo más de confianza.

Estaba detrás de Ymir, peinando su cabello mientras ella me contaba cómo había ido su día.

—Dame, ahora lo haré yo —dijo dándose la vuelta e intentando coger el cepillo de mi mano.

—No es necesario, Ymir.

Sonrió y lo cogió. Me di la vuelta algo avergonzada y dejé que peinara mi cabello.

—¿Tus padres estuvieron de acuerdo con que te quedaras a dormir?

—Siguen diciendo que eres como nuestra diosa y no estamos a la altura de convivir contigo, pero les dije que insististe mucho y aceptaron.

Sabía que se había sonrojado, siempre lo hacía cuando la llamaban diosa. Sonreí ante la imagen mental de su rostro.

—¿Y qué tal tu día? —dijo para evadir el tema.

Hablamos durante un tiempo hasta que oscureció del todo y nos pusimos junto a la ventana, mirando las estrellas.

—Tú no deberías quejarte, aquí te tratan muy bien, Ymir.

—Si, ese es el problema...

—¿A qué te refieres?

—¿Puedo contarte algo...? Sé que después de esto me odiarás, pero... mereces saber la verdad.

Estaba muy intrigada y preocupada, así que tomé su mano y ella se animó a hablar.

—No soy descendiente del rey Fritz.

Me quedé congelada uno segundos y ella me miró, con los ojos llenos de preocupación.

—¿Tú... nos has mentido?

—Deja que te explique —arrugué el entrecejo, pero la dejé hablar—. Cuando era una niña, mis padres me abandonaron y unos hombres me recogieron, me dieron este nombre y me dijeron que era la descendiente de un rey.

Hizo una pausa para mirar mis expresiones.

—De tantas mentiras, acabé creyendo lo que decían. Me metí tanto en el papel... que fue casi imposible recordar que toda mi vida es una mentira. Ni siquiera me acuerdo de mi nombre real.

Se veía muy afectada. Acercó sus manos a su pecho y agachó la cabeza, sollozando.

—Al fin y al cabo, está bien que te traten como una diosa, ¿no?

Ella alzó la mirada y vio mi sonrisa.

—Tranquila, guardaré tu secreto.

Aquella confesión nos unió más. De alguna manera comenzamos a ser más cercanas.

Al día siguiente en el culto, no podía dejar de mirarla con otros ojos.
La veía como realmente era, una niña que utilizaron para crear una farsa. Pero mi interior seguía afirmando que era una reina, una diosa.

Sin embargo, todo se torció ese mismo día.
Las autoridades de Seguridad Pública de Marley entraron en el edificio, deteniendo a todos los presentes. 

El pastor echó al culpa a Ymir, acusándola de mentir sobre que era un miembro de la familia real.

La miré, esperando que demostrara su inocencia, pero miró al hombre, muy segura de si misma y comenzó a hablar.

—Si. Yo... soy Ymir, heredera de la sangre real. 

Seguramente creía que así nos salvaría a todos, pero eso no pasó. Fuimos condenados a ser transformados en titanes y vagar por Paradis, la isla de los demonios.

Antes de eso, nos pasearon por la calle, encadenados, para que el pueblo nos abucheara, humillándonos aún más.

Al fin llegamos al borde que nos separaba de la isla. Allí nos arrodillaron a todos.

Ymir estaba a mi lado, con lágrimas sobre sus mejillas.

—Lo siento —dijo mirándome.

—Está bien, siempre serás mi diosa —dije con una sonrisa antes de que inyectaran el suero en mi nuca y me empujaran.

—¡[Tn], te quie-! —fue lo único que escuché antes de convertirme en titán y comenzar a andar, sin rumbo fijo.

•ꜱʜɪɴɢᴇᴋɪ ɴᴏ ᴋʏᴏᴊɪɴ• ⚔️ One shotsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora