II. Humillación

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—Como se nota que has carecido de amor y atención toda tu vida, maldito cretino.

—Si carecer de todo eso es lo que me ha llevado a ser quien soy y a tener todo lo que tengo, entonces no me estoy perdiendo de nada que valga la pena. 

—¿Por qué no nos dejas finalmente en paz? Tu desde el comienzo no estabas de acuerdo en hacerte cargo de mí. Te estoy dando la oportunidad para que te libres de esta “salvaje”, como sueles llamarme. 

—Es un apodo que va muy a tono con tu actitud.

—Y seré peor si no me dejas en paz. 

—Adelante. Muéstrame lo que tienes. 

—Ya basta, Esme. No tiene caso gastar energías en este imbécil. 

—Hasta que el niño precoz dice algo prudente. 

—Este tipejo debe traerse algo contigo. Esta sobreprotección no es normal, siempre te lo he dicho. 

—¿Decías? Habla más alto para que te escuche. 

—¿Por qué no nos dices de una vez qué es lo que te traes con Esme? Desde que apareciste en su vida, no has hecho nada más que prohibirle que se relacione con más personas, especialmente conmigo. Cualquiera diría que solo la quieres para ti. 

—¿Qué demonios dices, Max? 

—¿Realmente no te has dado cuenta? Este tipo está detrás de ti, vigilando cada paso que das, prohibiéndote cosas, cuando ni tu padre era tan sobreprotector. 

Kiran soltó una descabellada risa, mientras que el chófer le siguió la corriente. 

—La conversación se ha vuelto interesante de repente. 

—¿Vas a admitir que tengo la razón? Anda, no seas tan cobarde y admítelo. 

—¿Por qué me atacas a mí? Ah, ya entiendo. Buscas desviar la atención para que la gente olvide la vergüenza que acabas de pasar, dejando a mi sobrina vestida y alborotada, sin poder costear los gastos de la boda perfecta que tanto le prometiste. Es difícil, ¿verdad? No debe serlo, pues el amor todo lo puede, ¿no? — miró al oficiador de bodas —. Señor, ¿podría casar a esta hermosa pareja en nombre del amor que tanto se profesan? Pero ojo, que el amor de ellos es tan mágico y fuerte, que saldará la cuenta pendiente. 

—¿Ya te divertiste? ¿Cuánto más nos planeas humillar? — le reproché.

—No estoy humillando a nadie; ustedes mismos lo están haciendo. 

—Te odio — bajé el cierre del costado del traje.

—Pagaré por el traje para que no tengas que pasar la vergüenza de devolverlo y, de paso, para que tengas el vestido que usarás para cuando te cases según cumplas tus dieciocho años. Míralo como un regalo de bodas por adelantado. Digo, si es que de aquí a allá no consigues a otro muchacho precoz que esté dispuesto a mantenerte con amor verdadero. 

—¡Púdrete, infeliz! — lo empujé, para irme corriendo a la habitación. 

Me quité el traje entre lágrimas de frustración e ira. ¿Por qué mis padres me dejaron en manos de ese maldito demonio? 

Tan pronto me cambié de ropa, salí de vuelta a donde estaban ellos reunidos. 

—Ve al auto — me ordenó.

Miré a Max y él bajó la cabeza. Quería decirle muchas cosas, pero a la misma vez, me sentía tan avergonzada y humillada que decidí salir de la capilla sin mirar atrás. El chófer vino detrás de mí para abrirme la puerta y subí de mala gana. Así me vaya a la china, ese infeliz siempre me encuentra. Maldigo el día en que tuvo que aparecer en mi vida. 

Tiempo después subió al auto y, como lo tenía al lado mío, preferí mirar por la ventana. 

—Eres una niña todavía y es algo que no te gusta aceptar. Si cuando cumplas la mayoría de edad, te quieres independizar, casarte con ese muchacho o con quien te dé la gana, puedes hacerlo como gustes, hasta te haré una fiesta de despedida, mientras tanto, te va a tocar hacer lo que yo te diga. No tengo la misma paciencia que tenía mi hermano contigo, así que te aconsejo que no me provoques más, salvaje.

Dulce Veneno I [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora