LXXXI. En mis manos

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—Y yo pensando que lo único que se iba a poner dura era la situación… ¡Qué iluso! 

Este hombre definitivamente no cambia. Incluso en una situación como esta, es capaz de hacer ese tipo de insinuaciones. 

—¿Por qué no venimos en una camioneta? 

—Este auto está blindado, en comparación a su camioneta. No te dejes intimidar por el tamaño, meona. Por cierto, te aconsejo que apuntes hacia los neumáticos. 

—¿Y cómo se supone que les voy a dar si están en nuestro trasero? 

—Voy a reducir la velocidad. Atenta, porque sé que van a rebasarnos y su debilidad es la misma nuestra. 

—¿La misma?

—Sí.

Kiran fue reduciendo la velocidad poco a poco y me estaba preparando mentalmente. Tenía miedo; mucho miedo por lo que estaba a punto de hacer, pero no hay forma de que permita que nos hagan daño. Mi puntería jamás la he considerado buena, pero, según Kiran, yo puedo hacerlo, así que no puedo fallar. 

Me sentía intimidada al ver el frente de la camioneta por el costado y tan cerca a nuestro auto. Yo quiero una camioneta como esa. Alcancé a ver a los hombres apuntar hacia mi dirección y el miedo fue lo que me hizo abrir fuego. Mi rifle es muy difícil de controlar. Tiene mucha dispersión, pero lo único que considero malo es el retroceso. Jamás podría hacerlo con una sola mano. 

Su camioneta perdió el control con destino hacia la zanja, pero ellos no fueron los únicos que perdieron el control, pues nuestro auto también se jamaqueó de un lado para otro, obligándome a sujetarme del asiento. Kiran estaba haciendo maniobras, pero los movimientos bruscos del auto solo se intensificaban. Nos barrimos por unos cuantos segundos, hasta que logró detener el auto. 

—¿Por qué te detienes? ¿Qué sucede? 

—Nos pincharon los neumáticos. Ya tenían esto preparado. Quédate en el auto, Dereck. Por nada del mundo te bajes y no permitas que noten tu presencia. Mantente agachado — se bajó del auto y yo también lo hice. 

—¿Qué vamos a hacer ahora, Kiran? Ahí vienen más camionetas. 

—No te asustes. Agáchate. El auto nos servirá para protegernos de los balazos. 

Sacó su teléfono y comenzó a marcar. Mientras él hablaba, miré por debajo de nuestro auto hacia la carretera y esos focos se acercaban. 

—No tenemos muchas balas restantes como para enfrentarnos a ellos, Kiran. 

—Que te sirva para no fallar. 

Esperamos agachados, hasta que oímos el chillido de las llantas. Ese sonido me provocó más nervios y temblores de los que ya tenía. Varios hombres armados se arrimaron a nuestro auto, con la intención de corroborar si estábamos dentro y al ver a Kiran levantarse automáticamente y abrir fuego contra ellos, me dio la fuerza que necesitaba para apoyarlo. A pesar de bajarlos, me quedé sin munición muy rápido y aún había más hombres en las camionetas. 

—Eres un hueso difícil de roer, Esmeraldita — escuché la voz de Serrano y tragué saliva—, pero de nada sirve que sigas luchando, pues tu destino está en mis manos ahora. 

Me asomé por el costado para ver dónde estaba ubicado, pero presencié cómo sus palabras fueron arrebatadas de su boca con el disparo que recibió en la cabeza. Pensé que había sido Kiran, pero el culpable dio un paso al frente y se quitó el casco que traía puesto. 

—Su destino no está en tus manos, viejo decrépito, está en las mías. 

¿Max? 

Dulce Veneno I [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora