LXIII. Malo

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Desperté temprano para hacer unas diligencias y luego regresé a la casa. No podía estar tranquilo con lo que hice anoche. Ella estaba muy inquieta, caminando de un lado para otro.

—Esto es una locura — se quejó.

—¿Qué es una locura?

—No debimos hacer eso sin protegernos.

—Anoche estabas bastante motivada con eso. No me dejabas ir.

—Hablo en serio, Kiran. Yo no quiero un bebé, y mucho menos contigo.

—Yo menos que nadie estoy interesado en tener una garrapata, así que relájate. Precisamente fui a la farmacia y te traje esto. Según las indicaciones, solo debes tomartela y listo.

—¿Y si no funciona qué?

—Existen muchos métodos, así que tranquila.

—Quiero operarme.

—¿Qué demonios dices?

—Quiero operarme. Yo no quiero tener hijos nunca.

—A tu edad, dudo mucho que quieran hacerlo.

—Ahí entrarás tú a convencer al médico que sea. Si estaremos haciendo este tipo de cosas frecuentemente, debemos tomar medidas.

—¿Eso significa que por fin me estás aceptando?

—No te confundas, Kiran. Tú mismo lo dijiste ayer. Esto simplemente fue algo que no se pudo controlar, pero no significa nada. Al menos no para mí.

—Bien. Demos por terminado ese tema. Hablaré con un doctor para que se haga cargo de cumplir ese capricho que se te ha metido en la cabeza. Aunque considero que deberías pensarlo bien. Aún eres joven, y puede que de aquí a un futuro encuentres alguien con quien quieras tener una familia. Hay otros métodos efectivos y que puedes revocar.

—No me gustan los niños. Créeme, ni ahora ni en un futuro los tendré. Mucho menos ahora que… — hizo silencio, pero no hizo falta que terminara de decirlo, pues lo comprendí de inmediato.

No sé para qué le conté sobre mi vida. Debí imaginar que esto era lo que iba a ocurrir.

Los siguientes meses los dos estuvimos entrenando. He querido enseñarle técnicas de defensa personal. Debo admitir que me ha sorprendido su determinación. Al menos su cambio ha sido favorable.

Desde esa noche que tuvimos intimidad sin protección, a ella se le metió esa idea en la cabeza de operarse y no tuve más remedio que llevarla a una clínica privada para que intervinieran con ella. Suele volverse muy irritante y persistente cuando algo le patina en el coco.

Su recuperación fue rápida y favorable, por lo que pudimos comenzar con el entrenamiento al mes después. Le contraté a un entrenador para que se encargue de ella mientras estoy fuera. Se supone que hubiera bajado de peso, pero esa condenada se la pasa comiendo y se ha ido inflando como un globo. La verdad es que no me molesta. Sus caderas se ven más pronunciadas e incluso sus cachetes.

De acción no ha habido nada. Ella ha estado tan concentrada en levantarse temprano a entrenar y a realizar sus actividades durante el día que, cuando llega la noche se recoge temprano. 

Es un martirio tener que vivir bajo el mismo techo que esa pequeña traviesa y no poder tenerla como quiero. Aunque las cosas se mantengan así entre los dos, me reconforta el hecho de saber que está aquí.

Mis colegas pudieron limpiar toda evidencia que pudiera incriminar a Esme, por lo que, al menos en ese aspecto estoy tranquilo.

Los familiares de su amiguita se encargaron del proceso para darles un entierro digno a los tres. Me pareció extraño que Esme no haya querido visitar el panteón para cerrar ese capítulo de su vida, pero no pienso presionarla con eso.

Por otro lado, no hemos dado con el paradero de Serrano, ni de Max, ni mucho menos de sus padres. Si Serrano realmente está herido, estoy seguro que se mantendrá oculto por un tiempo indefinido. Y esas ratas deben estar escondiéndose con él. Parece ser que Serrano tiene algún trato con Max, como para brindarle protección a su familia. Es probable que el trato sea entregarle a Esme. Ese muchachito y su familia no sabe lo que le espera y el festín que voy a darme con ellos.

—Tengo mucho miedo. ¿Dónde están mis papás, señor? ¿No pueden entrar conmigo?

—Tus papás están afuera, pero no te preocupes, campeón. Muy pronto volverás a verlos.

—¿De verdad están esperando por mí? ¿No se fueron?

—¿Por qué se irían? ¿Cómo podrían abandonar a un niño tan lindo como tú?

—Ellos me dijeron que se irían. ¿Puedo verlos un minuto, señor?

—No pueden entrar aquí.

—¿Podría decirle que los amo?

—Claro. Les diré. Ahora mantente tranquilo mientras la enfermera termina.

—¿Podría decirles también que me perdonen? — sus ojos se cristalizaron y observé su repentina acción con detenimiento.

—¿Por qué te deben perdonar?

—Por portarme mal y hacerlos enojar mucho. Yo no quiero seguir siendo un niño malo.

—Tú no eres el malo, pequeño. Dime, ¿qué es esa quemadura que tienes en el cuello y en el hombro? Se ve doloroso.

Dulce Veneno I [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora