LXXXII. Bomba

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—¿Qué se siente morder la mano de quien te dio de comer? — le preguntó Kiran—. Sospeché que vendrías, por eso traje un regalo para ti — alcancé a ver la granada que Kiran sacó de su traje y arrancó el gancho de seguridad con los dientes.

No tuve tiempo de reaccionar o decir algo, cuando la arrojó hacia la dirección de Max y esos hombres. No creo que hayan pasado ni cuatro segundos, cuando el sonido de la explosión me dejó sorda por unos instantes. Un fuerte chillido se agudizó en mis oídos. La presión y el calor que se percibió en el aire, especialmente por debajo del auto, fue escalofriante; era como si estuviéramos en el mismo infierno. Algunos metales cayeron a distintas partes. La claridad que había era la del fuego propagándose con rapidez. Mis oídos estaban doliendo, en cambio Kiran no lucía afectado en lo absoluto.  

—Eso es lo que les pasa a la gente que se confía demasiado. La venganza le nubló la mente y se olvidó de que nadie caga más arriba del culo. 

Me ayudó a levantar y me apretó entre sus brazos. 

—Has hecho un buen trabajo, mi diosa. Cada día estoy más orgulloso de ti. 

Miré a la distancia el fuego que se iba apoderando de cada camioneta. Se veían varios cuerpos incendiados, pero ninguno se movía. Creo que una parte de mí murió hace tiempo, porque no podía sentir lástima de ese cruel y merecido destino que le tocó. Al contrario, me sentía más tranquila sabiendo que nos hemos liberado por fin de esas dos sombras que nos perseguían. Solamente nos queda uno; Cardona. 

Nos alejamos caminando con Dereck por la misma carretera. Los hombres de Kiran llegaron mucho después. Aun así, traté de mantener los ojos cerrados de Dereck para que no viera nada de lo que estaba pasando alrededor. 

—Es increíble cómo ese idiota se creció demasiado. Creyó que iba a permitir que le tocara un pelo a mi mujer. Como dicen por ahí; no se puede cantar victoria sin tener el trofeo entre las manos. ¿A poco no fue divertido cómo todos ellos volaron por los aires? — rio—. Esa granada fue derechita a sus piernitas. 

—Eres un loco. Me duelen los oídos. ¿Qué puedo hacer con esto?

—Ya se te pasará, mi diosa. Pasaremos por la casa a recoger nuestras cosas y nos iremos de viaje.

—¿Y Dereck?

—De él hablaremos después. 

Llegamos a la casa a recoger nuestras cosas. Me sentía como si un camión me hubiese pasado por encima. Todo lo que ha pasado recientemente me tiene en un estado de nervios insólito. No duramos mucho en la casa, tan pronto salimos fuimos directamente al puerto donde el yate nos estaba esperando. No sé a dónde iremos, pero creo que nos merecemos estas pequeñas vacaciones para liberar tensión. El niño se nos adelantó maravillado, dando breves saltos por la cubierta. 

—Dejemos que se divierta. Hay algo que quiero mostrarte. 

Entramos a una habitación, muy parecida a un estudio por dentro y me hizo entrega de unos papeles. 

—¿Y esto?

—Legalmente ya no eres mi sobrina. Me pareció una buena forma de, no sé, quizá formalizar lo que hay entre los dos. 

—¿Formalizarlo de qué manera? Pensé que lo habíamos formalizado lo suficiente ese día que arreglamos nuestras diferencias. 

—No es suficiente. Soy un hombre correcto. 

—Sí, muy correcto, me consta… 

En sus labios se reflejó una maliciosa sonrisa. 

—Confío en las leyes y me gusta llevar un patrón determinado para cumplir con las mismas. 

—No te estoy entendiendo. 

—Pues, no sé, pienso que tú y yo tenemos un futuro prometedor. 

—Suéltalo o vas a explorar. Es evidente que hay algo detrás de esto, pero no sabes cómo soltarlo. Suelta la bomba, de la misma manera que aventaste esa granada; directa y sin rodeos. 

Su risa me pareció contagiosa. 

—Cásate conmigo, meona. 

Dulce Veneno I [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora