LIII. Genio

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—Son unas palabras muy bonitas, pero ¿cuán reales son? He oído esas palabras antes y no lo niego, es irónico, porque fue en la boca de personas que a la primera oportunidad, no dudaron en abandonarme. Viniendo de una chica tan insegura e inmadura como tú, ya no sé qué esperar.

—Lo digo en serio.

—Bien. Veamos cuan cierto es— se levantó de la cama y lo seguí con la mirada—. Pongamos a prueba tus palabras. Si estás aquí es porque algo te hizo cambiar de opinión. Tal vez tu cabecita ha creado historias y por eso te sientes horrible. No necesito que me mires con lastima. Tengo una lista interminable de muertos. Para ti eso no debe ser nada nuevo. Has sido testigo de lo mucho que disfruto arrebatándole la vida a un ser humano. Tengo una adicción que no puedo controlar. No tengo recolección de en qué momento comencé a ver a todos con una X en el rostro; lo único que sé es que cuando alguien se me mete entre ceja y ceja, no puedo descansar hasta ver un agujero en su frente. La ansiedad me carcome por dentro si no lo hago. Ya te conté sobre esto, pero a mis doce años maté a un viejo decrepito. Su nombre era Normando. No hace falta mencionar la razón, solo sé que él despertó en mí un sinnúmero de emociones indescriptibles. La adrenalina, ese poder que sientes hasta en los huesos al silenciar a alguien, es algo que merece la pena experimentar. Todavía recuerdo su ultimo suspiro antes de extraer el cuchillo de su pecho y oír sus tejidos desgarrarse.

Sus palabras solo me generaban escalofríos.

—¿Por qué me miras así? ¿Ya no quieres estar conmigo? — sonrió—. Otra de las preguntas que me habías hecho es sobre a qué me dedico, ¿no? Me dedico a muchas cosas. Digamos que soy como un genio sin lampara. Le concedo un deseo a todo aquel que venga a mí; les brindo el descanso eterno que tanto anhelan.

—¿De qué estás hablando?

—La vida es un negocio. Todo tiene un precio. Nadie es pobre en esta vida, y quien lo es, es porque quiere. La riqueza del ser humano está en el interior.

—¿De qué rayos estás hablando?

—Tu cuerpo en el mercado puede valer una fortuna. Eres joven, gozas de buena salud. Tienes mucho que ofrecer.

Al caer en cuenta de lo que estaba hablando, retrocedí temerosa.

—Tranquila. No pienso hacerte algo así. La lista es interminable también. No tienes idea de la cantidad de personas que recibimos a diario. Mujeres, hombres y niños. Es increíble como la mente de un ser humano funciona cuando le hablas de dinero.

—¿Niños? ¿Qué es lo que has estado haciendo, Kiran?

—Nada malo. Los estoy ayudando. Les estoy brindando una muerte sin dolor. Los niños que llegan a nosotros no son elegidos al azar, tampoco por elección propia o porque nos interese acabar con la vida de ellos, son sus padres quienes los traen por diversas razones, ya sea para liberarse de esa carga, para generar buen billete para continuar con sus vicios o simplemente porque no los quieren. Más que nadie los entiendo. Yo hubiera dado todo porque mis padres hubiesen tomado esa decisión para deshacerse de mí. Hubiera aceptado ese destino sin quejas. Esos niños están condenados eternamente a sufrir, pequeña. El simple hecho de cargar con el rechazo de sus padres desde que nacen, de por sí es un tormento. Les estoy haciendo un gran favor y liberándolos del sufrimiento. Personas como tú, jamás lo entenderían. Fuiste criada en un hogar donde jamás te faltó el amor, donde no carecías de nada porque te lo daban todo, con unos padres que por ti eran capaz de dar la vida. Aunque suene cruel todo lo que digo, te aseguro que ellos se van eternamente agradecidos y con una hermosa sonrisa en sus labios.

Dulce Veneno I [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora