XXV. Veneno

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Kiran

Su perfume se había impregnado en mi sábana y, así sea la única forma de tenerla por ahora, muy pronto la haré mía. 

Su aroma descontrola mis sentidos, los enloquece, los vuelve sensibles. 

Acaricié mis labios con la sábana, trayendo a mi mente esos vivos recuerdos de los suyos. A pesar de su poca experiencia, la suavidad y humedad de sus labios son capaces de elevar mi temperatura con facilidad, como ninguna otra mujer ha podido. 

Ha sucedido de nuevo. He perdido contra esa niña. Me ha envenenado el cuerpo y el alma. Se atrevió a invadir mi mente sin permiso y ahora también mi mano. 

Mi mente se ha convertido en el verdadero enemigo. Solo puedo tener pensamientos muy oscuros y sucios con esa niña. Su perfecta cintura, sus caderas, su piel suave y fresca, sus grandes proporciones, esos carnosos muslos y grandes senos. Es un postre que pienso saborear hasta el final.

Quiero destruirla, someterla, tener su frágil cuello entre mis manos... Quiero matarla de placer. 

La sábana se vio cubierta de mí. Es colmo verla tendida en la cama con sus piernas abiertas. 

No lo soporto; no soporto saber que ese idiota ha podido tenerla. Debí desaparecerlo cuando tuve oportunidad. Un insecto cómo ese, solo merece que lo aplasten. 

Caí en tiempo, volviendo a la amarga realidad de que no está ahí. No iré a buscarla, no estoy en condiciones de hacerlo. Por esa razón, traté de mantener mi distancia. Sé que cuando está enojada, lo mejor es dejar que se calme. Estaba consciente de que vendría a mi cuando me necesitase. Además de que tenía unos asuntos que arreglar. 

Mientras discutía unos asuntos con los buzos, Matilde vino a toda prisa, interrumpiendo nuestra conversación. 

—La señorita que vino a bordo con usted, está ebria, señor. 

—¿Ebria? ¿Cómo que ebria? ¿Quién se atrevió a servirle alcohol? 

—Ella se robó una botella de la barra. Le juro que no nos dimos cuenta.  

La descuido por unas horas y ya hace un desmadre. 

—Eso no es lo peor. No quiere bajarse de la proa. Hemos querido bajarla, pero dice que quiere volar. 

¿En qué demonios está pensando? 

Seguí a Matilde, sintiéndome curioso del comportamiento de Esme. Se encontraba en la proa, con los pies en las barandas, los brazos abiertos y cargando una botella de Richebourg

—¡Jack! — bromeó, tan pronto me vio. 

—Aléjate de las barandas, pequeña. 

—Siempre quise hacer esto. ¡¿Así es como se siente volar?! — rio tontamente.

—Si te caes de ahí, te aseguro que tus alas invisibles no te van a funcionar para nada. 

—Ven acá, Jack — pidió en un tono seductor, y la miré detenidamente.

—No me sigas llamando así. 

Me aproximé despacio, vigilando que no fuera a resbalar por acercarme. Solo para asegurarme de que no fuera a caerse, la abracé por la espalda. 

—Ojalá pudiera vivir aquí — el hipo no le permitía hablar claramente. 

—¿No estás bajando la guardia demasiado conmigo? En primer lugar, ¿quién te dio permiso para tomar? No estás en edad para eso. 

—Solo falta que me des con el cinturón — bufó—. Tú no eres mi papá, demonio. 

—¿Ahora soy un demonio? Pequeña, me temo que tu y el alcohol no son compatibles. Estás hablando incoherencias. 

—¿Por qué me hiciste hacer eso? ¿Tienes una idea de lo mal que me sentía? — sus ojos se cristalizaron y se recostó en la baranda.

—Eso es peligroso. 

La bajé, llevándola al sillón más cercano, pero según ella, no quería sentarse en ese asiento tan plano. 

—Ven. Siéntate en la falda de tu tío preferido. Desahógate. 

No pensé que en realidad estuviera tan borracha al nivel de hacerme caso. Soltó la botella, acomodándose en mi regazo y entrelazando sus brazos alrededor de mi cuello. Estando en ese estado tan deplorable, es totalmente comprensible su comportamiento. No tengo recolección de que ella haya tomado alcohol alguna vez. 

—Te odio, ¿lo sabes? Odio todo de ti. 

Sus labios estaban muy cerca, pensé que tomaría la iniciativa estando de esa forma. 

—Dime algo que no sepa. 

—Me estoy orinando — murmuró, seguido a descansar su frente en mi hombro. 

Tuve oportunidad de sobra para empujarla o quitármela de encima, pero no lo hice porque creí que lo que dijo había sido una broma de las suyas, pero comprobé en instantes que lo que decía era cierto, pues sentí una extraña humedad y calor en mis pantalones. Es la primera mujer que se atreve a hacer semejante cosa sobre mí. Sentía ganas de arrojarla al mar, pero lo que me detuvo fue su beso en el cuello. 

—Odio no odiarte — susurró. 

Dulce Veneno I [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora