LXX. Prueba

1.7K 172 9
                                    

—Yo me retiro.

—Adelante. Luego me comunico contigo, Minerva. 

Esa mujer desapareció y fue lo mejor que hizo. 

—¿Ya estás satisfecha? 

—¿Satisfecha? — levanté la mirada. 

—¿Espantarla no era lo que querías? Ya se fue. Puedes volver a tu estado natural. No tienes que seguir fingiendo. 

—Yo no estoy fingiendo. 

—Esta situación me trae recuerdos de esa noche en que me enterraste un puñal en la espalda. No necesito de tus mentiras, de tu teatro y de tus juegos. Ya te lo dije, me cansé. 

—¿Qué debo hacer para que me creas? 

—No estoy esperando que hagas nada. Me ha quedado claro tu forma de hacer las cosas; y es que no sabes lo que quieres. No quisiste ocupar el lugar que te había guardado, ah, pero ves que otra sí quiere y ahí sale a pasear la niña caprichosa y egoísta. Ya ves que hasta para mentir te has vuelto una experta. Me enfurece que creas que diciendo todas esas mentiras, ya voy a caer redondo en tu ridículo juego. Pues déjame decirte que las cosas no serán así esta vez. 

—Ya sabía que ibas a tratarme de esta manera. 

—¿Y qué esperabas? Déjame adivinar, ¿esperabas que te recibiera con los brazos abiertos, que te subiera en mis brazos, te llevara a la cama y te cogiera bien duro? 

—Sí. En gran parte eso era lo que esperaba— respiré hondo —. Me equivoqué, lo admito — exploté—. No confié en ti cuando debí hacerlo. Sé que te abriste a mí ese día en el yate y fui tan tonta que no creí que realmente alguien como tú pudiera sentir todas esas cosas. Sí, he actuado como una tonta ignorante, pero ha sido porque he querido mentirme a mi misma. Pensaba que no era correcto sentir algo por ti, porque eres impredecible, haces muchas cosas malas, aparte de eso, porque te burlas cada vez de mí. Yo me habré equivocado mucho, pero tú no te quedas atrás. Los dos hemos estado equivocados. Los dos nos hemos dejado llevar por el orgullo. Aun así, sigo pensando que, aunque esto que siento no sea correcto, es muy tarde para escapar ya. No se supone que te diga esto, porque di mi palabra, pero lo haré como muestra de que confío en ti. Puedes enojarte todo lo que quieras. Estás en todo tu derecho de hacerlo, pero al menos escucha todo lo que tengo que decirte. Estuve con mis hermanastros hoy en el parque. Quedamos en encontrarnos ahí porque, según ellos, Max iba a encontrarse con un detective; porque sí, no te equivocaste, él te ha estado investigando. A cambio de eso, quieren que me encuentre con Cardona. Tuve miedo de que te enojaras si te contaba las cosas, por eso decidí actuar por mi cuenta y arriesgarme a salir sola. En ningún momento quise defender a Max, solo quería evitar que te pasara algo malo, porque según tú, él está ligado con Serrano y su gente. Es cierto que hice mal, no debí encontrarme con ellos, pero quise evitar que esa información llegara a las manos de Max.

—¿Y qué te hace pensar que no la conseguirá de otra manera? 

—Supongo que le va a tomar algo de tiempo.

—Oh, ¿eso crees? 

—Sí. 

—¿Y dónde está esa información que mencionas?

—No importa dónde está. No hay necesidad de rebuscar nada.

—Ah, ¿no hay necesidad? Dime la verdad, ¿esos ojitos no vieron nada indebido? 

Con la mirada que me dedicó supe inmediatamente que de nada serviría decirle que no, puesto a que ya lo sabía.

—¿Esa fue la verdadera razón por la cual viniste aquí? ¿Por lastima? 

—¿Lastima? No, claro que no. 

—Cuando llegaste tenías los ojos rojos y llorosos. No necesito tu lastima. 

—¿Eres sordo? No estoy aquí por lastima, estoy aquí porque quiero arreglar las cosas contigo. Sí fue chocante y no puedo imaginar todo lo que has sufrido, pero quiero que sepas que esto no cambia lo que siento. Al contrario, hace que te admire por lo fuerte que eres. Aunque no esté de acuerdo en las cosas que haces, no pienso juzgarte o reclamarte nada. Déjame estar contigo, ¿sí? Salgamos juntos de esto. 

—¿Realmente crees que las cosas se solucionarán así, como así? Sigo pensando lo mismo de ti; que eres una inmadura, caprichosa, voluntariosa, necia y testaruda. Ahora bien, ¿crees que esas palabras tan bonitas me harán cambiar de opinión con respecto a lo que te dije? 

—Debí imaginar que tú orgulloso no te permitiría decir las cosas. 

—Responde. ¿Crees que esas palabras me harán cambiar de opinión? 

—Por lo visto no. 

Mi cuerpo se vio acribillado por el suyo contra la pared y lo miré sorprendida. 

—Pues sí; solo por llevarte la contraria. Entre todos esos defectos se te olvidó mencionar el más importante de todos; lo masoquista no me lo quita nadie, es más, ni volviendo a nacer me podré deshacer de esa mierda— me encaró—. Hasta que por fin el orgullo te permite admitir que te equivocaste. 

—Kiran… 

—Esto no termina aquí. Ahora viene lo más importante; la prueba. 

—¿Qué prueba?

—Quiero que repitas lo que me dijiste cuando llegaste. Quiero oírlo fuerte y claro.  

Dulce Veneno I [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora