XVI. Mujer

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Solo quería desaparecer, por eso lo dejé con la palabra en la boca. Fui al río y pude darme cuenta de que Aaron me había seguido. Me senté en la orilla, recostando mi cabeza en las rodillas. ¿Qué fue lo que hice? Acabo de matar a una persona. ¿Cómo pude dejarme presionar de ese infeliz? Mi cuerpo era un manojo de nervios, con tan solo recordar lo que había sucedido.

—Yo no quería hacerlo, te lo juro— le dije, sintiendo su nariz fría en mis nudillos.

—No tenías opción — escuché la voz de Kiran y levanté la cabeza.

—¿Qué haces aquí? Quiero estar sola. No te quiero ver. Lárgate.

—Le estás dando demasiada importancia a algo que no la tiene.

—Yo no soy un monstruo como tú. Tu tienes la sangre fría, se nota a leguas que no es la primera vez que ves morir a alguien. No sé quién mierda seas y tampoco me importa, pero no quieras convertirme en lo mismo que tú, porque no quiero ser como tú.

—Traté de que fuera lo menos traumático para ti, pero te empeñas en pensar en ello.

—Eres un cínico.

—No, solo soy honesto.

—Déjame sola.

—La primera vez que maté a una persona fue cuando tenía doce años — lo miré sorprendida por su confesión—. Aún era un niño, cuando apuñalé a un hombre hasta la muerte. Lo que experimentaste tu, no se puede comparar a lo que viví. No sabes lo que es ensuciarte las manos. Un disparo lo puede dar cualquiera y luego esconde la mano. No sabes lo que es ensuciarse las manos al nivel de que el agua y el jabón jamás es suficiente para limpiarte. No sabes lo que es escuchar sus tejidos desgarrarse mientras el filo atraviesa su carne y debes hacerlo una y otra vez, ejerciendo cuánta presión puedas, para asegurarte de que del suelo no se levante. Te di el privilegio de elegir, algo que yo no tuve, así que deberías sentirte agradecida.

Lo miré espantada al escuchar sus palabras y tragué saliva. No puedo creer que he estado viviendo bajo el mismo techo que un asesino a sangre fría. Ni siquiera parece arrepentido o afectado. ¿Cómo alguien puede llegar a tanto?

—Acostumbrate a ver muertos, pequeña. Desde el día en que naciste, fuiste condenada a esta vida, a matar para sobrevivir y a ver morir a los tuyos. Debes aprender que nada ni nadie es eterno, pero sobre todo, que la traición puede venir de dónde menos te la esperes. Por eso el mayor consejo que te puedo dar es que no confíes en nadie, porque al final, todos tienen un precio.

Me levanté temerosa, observando su reacción y haciendo contacto visual.

—¿Por qué mataste a ese hombre? — indague.

—Así es como se entrena.

—¿Quién en su sano juicio entrena a un niño de doce años a matar a alguien?

—Tú eres una pequeña palomita. Se nota que tus padres te han guardado en una pequeña caja de cristal, lejos de la maldad, de la calle, de la vida, de la realidad; y nunca supieron el daño que te estaban provocando sin querer. Vivir ajeno a todo no es sano.

—¿Y vivir matando lo es?

—Es la única manera de mantenerte con vida. Esto es ley de vida; o tu cabeza rueda o la mía, pero una de las dos lo hará.

—Esto es una locura.

Vi cómo se acercó y posó su mano en mi hombro, ascendiendo ligeramente a mi cuello.

—¿Qué crees que haces? — sentí escalofríos y desvié la mirada.

—Así como te digo las cosas malas, también te digo las buenas. Has sido muy valiente hoy. Es la primera vez que no pude apartar la mirada de ti. No puedo esperar a verte convertida en toda una mujer.

Dulce Veneno I [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora