LXI. Enséñame

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Sí. Definitivamente sigue siendo el mismo sin importar lo que haya pasado. De cierta forma me tranquiliza que siga siendo así.

—¿En esta casa es donde te has estado quedando recientemente? 

—¿Mariana? — me miró de reojo. 

Sonreí al entender su pregunta. 

—Sí. 

—Pues sí. Este es mi nuevo nido. Bueno, y ahora tuyo. 

Dimos una pequeña ronda de la casa, viendo los alrededores. 

—Deberías darte una buena ducha. Pediré que traigan tus cosas. Mientras llegan, puedes usar mi ropa. 

—¿Y crees que tu ropa me sirva?

—De atrás lo dudo mucho, pero una camisa larga te cubriría bien. Ve a ducharte y baja la tensión— me dejó esperando en el pasillo frente a su habitación, hasta traerme una de sus camisas de manga larga—. La ropa interior te la debo. 

—No te preocupes. Me quedaré en la habitación mientras la traen — me di la vuelta con intención de ir a mi habitación, pero sentí su mano aferrarse a la mía. 

—Dicen que todo lo malo que ocurre tiene su propósito. Eso no le quita lo difícil y doloroso al proceso, pero seamos optimista y veamos el lado bueno de todo; y es que estás aquí, con vida y conmigo. 

—¿Qué propósito podría traer la muerte de tres inocentes a mi vida? 

—Sonará fuera de lugar y cruel para tus oídos, pero lo veo como una lección para que despiertes y puedas ver la realidad; nuestra realidad. Que el camino no está pavimentado de rosas, unicornios y estrellas; está rodeado de espinas, sangre, traiciones y muertes. A veces no tenemos control sobre lo que nos arrebatan de las manos, pero mientras sigamos con vida, tenemos la oportunidad de regresar y cobrarle con creces lo que nos hicieron. Que esto te sirva para llenarte de valentía y de fuerza para sobrepasar todo lo que nos espera; porque esta lucha aún no termina, hasta que se termina. 

Sus palabras se quedaron grabadas en mi mente. Me miré en el espejo del baño, trayendo con ello los vivos recuerdos de lo que pasó y ese sentimiento de tristeza volvió a aparecer. Ese profundo agujero y presión en el pecho me agobió, todo me cayó encima otra vez. Su sangre yacía seca en mi ropa, barbilla, pecho y manos. Fui una mala amiga. No fui capaz de protegerla. Soy una inútil. 


KIRAN

Había estado en espera de que mis muchachos me trajeran la ropa y todas las pertenencias de Esme. Desde que se encerró en la habitación no le he visto las greñas. Su rostro se relajó con todo lo que le dije, pero conociéndola como lo hago, sé que esa herida tardará en sanar. Sus padres no debieron criarla de esa manera; ajena a la realidad, a sabiendas que tarde o temprano le iba a tocar enfrentarse a su cruda verdad y a esos malditos infelices. 

Si no la hubiera mandado a seguir, a vigilar más de cerca y protegerla, ahora mismo la historia hubiese sido otra. En primer lugar, el error fue mío por darle la dichosa libertad que ella quería, sabiendo que por más que ella lo quiera, no está preparada para enfrentarse a lo que se aproxima. Ojalá aprenda la lección y se ponga las pilas. 

De camino a su cuarto con sus cosas, escuché un sonido alarmante y preocupante que provenía de su habitación. Solté las cosas para entrar de prisa, pensando que me encontraría con algo malo. La habitación estaba regada, había vidrios en el suelo y sangre. 

—¿Esme? — corrí hacia la puerta del baño y Esme salió como una bala en el intento de tirarse sobre mí. 

Parecía poseída, no solo por la expresión tan interesante que tenía, sino por su cabello despeinado y su comportamiento agresivo. Parecía una tierna cachorrita con rabia. 

Caímos tendidos sobre la cama. Ella estaba sobre mí, algo que no iba a molestarme en lo absoluto. Es solo que ella se veía furiosa, tratando de apuñalarme con el peine que traía en sus manos de metal. La verdad es que su fuerza no se podía comparar a la mía. No fue difícil mantenerla controlada.

—Deberías utilizar ese peine en el cabello — me bufé. 

Me temo que he sido flechado de nuevo. Esta niña sabe cómo volverme loco. Incluso actuando como la niña del exorcista. 

—Es un buen intento — le arrebaté el peine de las manos y tomé el control esta vez de ella, tumbando su cuerpo debajo del mío.

Su rostro estaba rojo y eso solo me llevó a contemplarla con más detenimiento. Parece como si hubiera pasado mucho tiempo desde la última vez que la tuve así. Verla con mi camisa fue un golpe bajo. Otra fantasía cumplida y ella ni enterada.

—Me temo que aún no eres lo suficientemente fuerte como para ganarme. Deberás practicar mucho más, muñequita — me incliné sobre ella, sintiendo a su vez el roce de su parte baja en la mía. 

—Enséñame. 

—En esta posición te enseño todo lo que me pidas — sonreí, mordiéndome los labios. 

Dulce Veneno I [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora