IX. Cuentas claras

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—Júrame que no has dicho eso. 

—Sí, lo he dicho. ¿Necesitas que lo repita? Estás actuando como si estuvieras interesada en algo así. 

—¿Cómo te atreves a hablarme de esa manera? 

—La carne pesa más que la sangre. No sé qué tienes en tu cabeza, pero te pido encarecidamente que lo borres. Creo que es momento de aclarar lo que pasó. Es cierto que me equivoqué, no debí dejar la puerta abierta esa noche. Lo que viste era algo no debiste haber visto, pero la de la curiosidad fuiste tú. Si no las atendí en la habitación, fue para no interrumpir tu sueño. Se suponía que debías estar durmiendo a esa hora. Considero que no tengo por qué cohibirme de coger, si esta es mi casa, pero intento lo más que puedo de no enseñarte cosas indebidas, por así decirlo. Se supone que seas tú quien respete mi privacidad. En ningún momento he invadido tu espacio, aquí tu no me ves entrando a tu habitación o pendiente a lo que haces aquí dentro, así que te exijo lo mismo. Como único me tendrás encima, será cuando intentes hacer una necedad fuera de esta casa, mientras tanto, todo estará bien. Y otra cosa, solo para que calmes las hormonas; si estoy sin camisa no es para exhibir mi cuerpo a una niña precoz como tú. Estaba despachando a la prepago y decidí pasar por tu habitación para despertarte. No sé por qué te sorprende tanto verme sin camisa, peor sería que esté con las pelotas al aire, ¿no crees? Tienes diez minutos para asearte y vestirte. Si no lo haces a tiempo, prepárate, porque lo que se avecina no será muy bueno para ti que digamos — salió de la habitación, sin decir nada más. 

Qué manera de despertar a uno. Es un idiota sin cerebro. 

Hice todo como lo pidió y me encontré con él en la puerta de entrada. Me limité a seguirlo, a pesar de no sentirme con ánimo y energía. Subimos a su auto y vi que eran las cuatro y media de la mañana. Casi pongo el grito en el cielo. 

—¿A dónde vamos a esta hora? ¿Has perdido la cabeza? Con razón tengo tanto sueño.

—Quien la perderá es otra cómo no te calles. 

Con razón aún no había amanecido. Estoy muy cansada, como que no dormí un divino. El camino fue largo, hasta me estaba quedando casi dormida. De un momento a otro me encontré rodeada de árboles, todavía no había ni amanecido, cuando nos detuvimos. No sé dónde demonios estábamos, pero el lugar parecía un campamento, por el numeroso grupo de hombres y tiendas que había. Las fogatas fueron lo que me permitió ver a esos hombres, algunos sentados, otros de pie. Cada uno tenía un rifle colgado del cuello, algo que tensó todo mi cuerpo. Parecían militares por los uniformes, aunque no creo que los militares estén en medio de la nada, ¿o sí?

—¿A dónde me has traído? ¿Acaso piensas deshacerte de mí? — pregunté temerosa.

—Debería considerarlo, si no quiero que me salgan canas contigo. 

Se bajó del auto y solo por no quedarme sola, fui detrás suyo. Me sentía como una rata rodeada de muchos gatos. Estaba rodeada de hombres y cada uno de ellos se me quedó viendo fijamente. No había ninguna mujer entre esos grupos. ¿A dónde me ha traído este sujeto? 

—¿Por qué me trajiste aquí? — volví a preguntarle, esperando una respuesta que logre calmar mi temor.

Se detuvo de golpe y me choqué con él. 

—Aquí te enderezas o te enderezan. 

Dulce Veneno I [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora