LXXXIII. Indicada

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Sus palabras me sacaron una sonrisa. 

—Es la primera vez que ese apodo combinado con tus dulces palabras se escucha tan lindo — dejé los papeles sobre el escritorio y puse mis manos alrededor de su cuello, acercando mi cuerpo al suyo. 

—Esa no es una respuesta. 

—Te noto impaciente — sonreí—. Lo que dijiste no fue una pregunta, sonó más bien a una orden. 

—Sabes bien que sin esta rica boquita y sin este delicioso cuerpecito no puedo estar. 

Me perdí en esa linda y hechizante mirada que me estaba dando; en esos gestos que hace cuando me mira con tanto deseo. La forma en que muerde sus labios instintivamente cada vez que estamos así de cerca. 

—Antes decías que el matrimonio era solo un papel. 

—Un papel que da por hecho que este monumento me pertenece. 

—Yo también quiero ese papel. No quiero más Minervas rondando a mi hombre. 

—No. No tengo ojos para otra mujer que no sea la marca territorio de mi meona. 

—Eres tan desgraciado. Retiro lo dicho. 

—¿Así que te harás la difícil? — lamió mi cuello hasta llegar a mi barbilla—. Tengo un mecanismo muy poderoso que te hará cambiar de opinión — levantó mi cuerpo y lo descansó sobre el escritorio, acomodándose entre medio de mis piernas y simulando penetrarme. 

—Ya me convenciste — atraje su boca a la mía con ayuda de su corbata, sintiendo esos fuertes golpes que me debilitan. 

Empujó mi cuerpo por mis caderas contra el suyo, frotando fogosa y descaradamente su erección. No sé si es por estar en mis días, pero me siento más caliente que nunca. Descansé mi mano en su pantalón.

—Me encanta cuando te vuelves travieso. Es una lástima que esté en mis días. 

—La sangre jamás ha sido un impedimento para mí. No sé por qué la pones como excusa. 

—Eres un cochino. 

—La sangre me pone caliente. ¿Qué hay de malo en eso? 

—Me has espantado el calor — me bajé del escritorio entre risas y me abrazó por la espalda. 

—No huyas. Aún no me has dado una respuesta clara y de eso depende el destino de nuestro viaje — besó mi hombro. 

—Claro que quiero. ¿Cómo podría decirte que no? Dime, ¿a dónde vamos?

—Hay una casa en la isla Caimán. Fue otro regalo de cumpleaños de Peter. Me gusta el ambiente fresco, el agua cristalina, las comodidades que hay. Te seré totalmente honesto, siento que fui un estúpido. No aprecié todo lo que Peter hacía por mí. Siempre lo vi como una molestia por sus consejos de viejo. Aparte de eso, él fue quien me hospitalizó y me dio seguimiento con mi tratamiento. La noche que lo mataron me lamenté por no haberle agradecido así fuera una vez, todo lo que hizo por mí en vida. Él me dejó esa casa, y me dijo que el día que viniera nuevamente, sería cuando me encontrara a mi mismo y cuando hubiese hallado un motivo para seguir vivo. En aquel entonces, no tenía motivos, ni siquiera ganas o fuerzas para continuar. Aun así, él permaneció a mi lado. No le importaba cuan mal lo trataba. Ese viejo cabrón era bien masoquista; creo que eso lo heredé de él. En fin, considero que el mejor lugar para casarnos sería allí. De mi niñez no tengo buenos recuerdos, y los que tuve con Peter fueron escasos, en cambio ahora no quiero desaprovechar un solo instante, para luego vivir lamentándome por lo que no hice cuando pude. Aún no me encuentro a mi mismo, a veces no recuerdo ni quién soy o de donde vengo, tal vez porque me prometí olvidar. Pero el caso es que encontré a alguien que hace de mis días unos más divertidos, más llevaderos y más tranquilos. Todo lo que pasamos está vivo aquí en mi mente. Todo lo que siento cuando te apareces en ella, no es nada desagradable como a lo que acostumbraba a sentir. Esto me lleva a la conclusión de que eres la indicada para mí; que aquí es donde genuinamente quiero estar.

Dulce Veneno I [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora