LXXII. Mi flor

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Siempre había conocido el hombre rudo, con falta de tacto para decir las cosas, pero por primera vez conocí su lado dulce; esa voz tan hipnótica y tierna que emitió en ese fulminante momento para pronunciar esas palabras. Fue tan agradable y placentero para mis oídos, el poder escucharlo decir tales palabras que, aunque no las esperaba, me hicieron sentir satisfecha. Una calidez sucumbió a mi corazón. A pesar de la debilidad de mi cuerpo y la pesadez que me arropó, pude verlo de vuelta a los ojos; esa mirada que antes me estremecía el alma por su frialdad y maldad, no sé desde cuándo dejé de verla así, pero ahora solo podía perderme en el azulejo de sus ojos, que parecían tener luz propia y brillar. 

Nuestros labios se juntaron como un imán, apaciguando el cansancio y elevando nuevamente la temperatura a tope. Estábamos en el mejor momento, donde lo único importante para nosotros era liberar este calor que carcomía nuestra piel.  

La falta de confianza y comunicación era lo que estaba afectando nuestra relación. Todo lo que ha pasado ha valido la pena, porque a ambos nos ha servido para darnos cuenta de lo que sentimos el uno por el otro. Por primera vez experimenté el miedo; miedo de que las cosas hubieran terminado sin siquiera comenzar. Pensé que ya había sido tarde para tratar de arreglar lo nuestro, o al menos para decirle la verdad, pero me alegra mucho saber lo equivocada que estuve. 

Llegó el día en que debía cumplir con lo acordado. No sé qué planes tenga Kiran, pues solo me dijo que fuera a encontrarme con ese hombre y que tratara de ganarme su confianza. Me sentía muy asustada, pues no sé con qué voy a toparme, tampoco sé cuáles sean sus intenciones conmigo. Ni siquiera estoy armada. Kiran asegura que ese tipo no me hará nada y eso quiero pensar. 

—¿Nos vamos? No me he ido con ustedes y ya quiero regresar. 

—Necesitaremos revisarte. A donde vamos no puedes llevar teléfono, ni nada electrónico. Tampoco aretes, ni ese cinturón que llevas debajo de tu busto. 

—¿Por qué? ¿Piensan llevarme desnuda o qué? — ¿cómo demonios me voy a comunicar con Kiran? 

—No te alteres, hermanita. Es solo por protección — Henry me hizo un guiño. 

Henry me rebuscó, palpando por encima de mi pantalón y mi blusa. La forma en que me estaba mirando no me agradó en lo absoluto. 

—¡Ya basta! No tengo nada encima — retrocedí, quitándome el cinturón y los aretes para entregárselo. 

—El teléfono… 

—¿Estás contento? — le entregué mi teléfono también y sonrió burlón. 

—Sube a la camioneta. 

Tan pronto me subí, Jared me mostró un saco color crema y me lo extendió. 

—¿Eso para qué es?

—Cúbrete. 

Este es el maldito colmo. Me cubrí con el saco la cabeza y sentía que me iba a asfixiar debido a esa tela tan gruesa. No puedo creer que deba pasar por esto. El camino me pareció eterno, pero es probable que haya sido por no haber visto nada. Cuando Jared me lo quitó, que pude volver a respirar mejor, vi que estábamos en una especie de Hacienda. El terreno estaba bien protegido por un sinnúmero de hombres armados. Eran demasiados; más de los que pudiera alcanzar a contar. 

Caminé al lado de los dos, usándolos como escudo y protección. Ni siquiera cuando estuve en la base de aquellos militares estuve tan nerviosa como ahora. Hasta tengo el estómago revuelto. Todas las miradas estaban centradas en nosotros; especialmente en mí. Me sentía tan diminuta estando rodeada por tantos hombres. 

Alcancé a ver a un señor vestido con una camiseta con flores en blanco y negro; y unos pantalones largos de color negro. Trigueño, ojos color café y una barba descuidada. Había una mujer acompañándolo; lucía mucho más joven y hermosa que ese hombre. Sus labios pintados de color negro llamaban mucho la atención, tanto como el escote pronunciado que tenía su traje. Sus senos sobresalían de el y era difícil concentrarse solo en su rostro. Su cabello era negro y caía en ondas mucho más abajo de su busto. No sabía qué estaban haciendo, hasta que se voltearon por completo hacia nosotros y alcancé a ver una atrocidad que me dejó los pelos de punta y unas náuseas repentinas me invadieron. 

En la mesa que estaban contemplando yacían varias extremidades humanas y una cabeza de lo que aparentaba ser un hombre, aunque no estaba completamente segura porque tenía el cabello largo y cubría la mitad del rostro. 

Estaba intentando soportar el ardor de las náuseas en mi garganta. Por suerte, en el aire no se percibía el olor metálico de la sangre, pues estaba tan seca que se notaba que no podía haber sido reciente. Eso no le quitaba lo asqueroso y lo aterrador. Quería salir corriendo de ahí, pero no me atrevía ni a respirar.

—Querido — la mujer le dio un codazo al señor y me sonrió—, tu hija ha llegado. 

Él logró percatarse de mi presencia y su fuerte abrazo casi me deja sin aire. No me atrevía a mover ni un solo músculo. Su perfume era muy fuerte. 

—La luz de mi ojos. No sabes cuánto moría por tenerte aquí. 

Es un viejo cínico.

—Lamento mucho recibirte de esta manera, mi flor — retrocedió, poniendo sus manos en mis hombros —. Sé que debes estar muy impresionada, pero no te preocupes, te sacaré de aquí e iremos a otro lugar donde podamos hablar cómodamente — entrelazó mi mano en la suya y me obligó a caminar con él. 

Me trajo dentro de la casa y me llevó hacia la sala, donde me sentó en el sofá y se acomodó a mi lado. No pensé que él fuera a actuar tan empalagoso. No dejaba de acariciar mi mano y sonreír como un demente. Su mirada sobre mí me tenía tensa. Además de lo nerviosa que me encontraba de por sí al estar con un completo desconocido; y lo peor, con un asesino. 

—Eres hermosa. Me recuerdas tanto a tu mamá— acarició mi mejilla—. Tienes sus mismos ojos, los mismos labios y hasta las mismas caderas. Estás bien chula, hija. Sé que debes estar confundida, pero te prometo que te daré una explicación por la cual estuve tan ausente en tu vida. 

Esa mujer apareció en la sala y con una amable sonrisa se detuvo al frente nuestro. 

—Es un gusto conocerte, Esmeralda. Mi nombre es Margarita. No sabes lo feliz que nos hace tenerte aquí. Te he preparado la habitación. 

—¿La habitación? — pregunté confundida. 

—¿No me digas que pensabas irte, cariño? 

—Ella no va a ninguna parte. Tú lugar es aquí, hija; conmigo. 

Dulce Veneno I [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora