LXXXIV. FINAL

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Sus palabras me derritieron por dentro, hasta esas mariposas se hicieron presente en mi estómago de la emoción. Son muy pocas las veces que se abre a mí, y que lo haya hecho de esa forma, me hace muy feliz.

—Entonces, ¿por qué no creamos mejores recuerdos de ahora en adelante? — lo encaré, acariciando su mejilla—. Buenos recuerdos que valgan la pena recordar y que perduren en lo más profundo de nuestro ser. ¿Sabes? En todo este tiempo, no todo ha sido malo. Es cierto que te guardé mucho rencor cuando te conocí, me costaba darme cuenta de que esto no solo era difícil para mí, sino también para ti. En aquel entonces, los dos nos vimos obligados a permanecer juntos, pero las cosas han cambiado, porque ahora no estoy a tu lado por obligación, ni siquiera puedo hacer recolección en mi mente de ese supuesto rencor u odio que sentía hacia ti. Todos esos sentimientos negativos se desvanecieron. No sé cuándo, pero lo cierto es que, aunque suene tan contradictorio a todas las cosas negativas que te he dicho anteriormente, yo te amo, Kiran. Te amo desde lo más profundo de mi corazón. Nunca me di la tarea de entenderte, hacía caso omiso a tus consejos, a tus insinuaciones, a tus sentimientos, pero te juro que eso no volverá a pasar. Casémonos, ¿sí?

Se me quedó viendo fijamente y sonrió ladeado.

—¿Estás consciente que después de que aceptes no hay marcha atrás?

—Lo sé.

—Entonces voy a preparar nuestro nidito. En unos tres días como máximo, te convertirás en mi esposa.

—Es irónico, porque siempre has dicho que el compromiso no se hizo para ti.

—He leído que a las mujeres les gusta un hombre seguro de sí mismo, que no solo le regale flores, sino que también que demuestre su interés y seriedad en la relación. Considero que la mejor demostración de interés y seriedad es un compromiso eterno. Aunque no lo creas, un papel hace la diferencia. Antes no lo veía de esta manera, pero ponte a pensar, ese papel te vuelve legalmente mía y hasta mi apellido te corresponde. Lo que encuentro irónico es que el nombre que elegí, especialmente el apellido, siempre lo odié. Para mí no tenía ningún significado o importancia, tal vez porque estaba consciente de que ese nombre no me pertenecía. Jamás lo vi como mío. Así como cambio de calzones, puedo cambiar de nombre cuando quiera. Pero por primera vez, creo que vale la pena conservar uno solo, siempre y cuando tu nombre sea unido con mi apellido, pues ahora podría tener un gran sentido e importancia.

—No quisiera traerte malos recuerdos, pero ¿por qué te cambiaste el Sebastián? Era un nombre muy lindo.

—Cargar con ese nombre, era como cargar con el baúl de los malos recuerdos en la espalda. Quise enterrar todo mi pasado, junto a ello, mi verdadera identidad. Anhelaba ser otra persona y, aunque muy en el fondo no puedo cambiar quién soy, de dónde vengo y lo que viví, me sentía más tranquilo volviéndome invisible para mis enemigos.

—¿Todavía tienes enemigos?

—Ya no queda ninguna sombra del pasado, pero siempre nacen nuevos.

—Cardona me preocupa. No hemos sabido nada de él.

—Él no me preocupa en lo más mínimo.

—¿Cómo no te va a preocupar?

—Los muertos no tienen la habilidad de hacernos nada.

—¿Qué quieres decir con eso?

Sacó de la gaveta una foto doblada y me la entregó en las manos. El contenido era algo muy grotesco y asqueroso. Cardona aparecía decapitado, bajo un charco de sangre. Su cuerpo estaba lleno de tajaduras y su piel se veía desprendida. Es enfermizo, estoy consciente de que lo es, pero a su vez, es inevitable no sentirme aliviada de esto.

Dulce Veneno I [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora