LXVI. Garrapata

1.6K 153 2
                                    

Por la maldita culpa de Esme, no pude irme detrás de Max, pues ella se metió en medio de mi auto.

—¡Salte del medio o te pasaré por encima!

—¡No te irás sin mí! 

Por la congestión de vehículos, no creo que pueda alcanzarlo. Él está en una moto, por lo que lleva mucha más ventaja que yo. Maldita sea, esta era mi oportunidad, y está niña de nuevo vuelve a echarlo perder. Le di un golpe al volante y me bajé del auto. 

—¡¿Estás tratando de defenderlo o qué?!

—¿Defenderlo?

—Esto no es coincidencia, Esme. No quiero ni pensar que quedaste en encontrarte con ese tipo. 

—Las cosas no son así. 

—¿Y cómo son? ¿Me dirás que es casualidad que ese tipo haya estado en el mismo lugar que tú? Saliste como una demente de la casa y llegaste directamente aquí. Estuviste aproximadamente quince minutos en el mismo lugar, sin moverte a ninguna parte. 

—¿Tú cómo sabes eso?

—No me respondas con una pregunta. 

—¿Cómo se te ocurre pensar que venía a encontrarme con Max? 

—Entonces, ¿con quién te ibas a encontrar?

Su rostro palideció y titubeó en responder. 

—Yo no sabía que él iba a estar aquí, te lo juro. 

—¿Sabes qué? Ya me cansé de esto. ¿Quieres hacer lo que te da la gana? Adelante. Hazlo. No te pienso ayudar más. Y si terminas degollada como tu amiguita, ya no será problema mío. 

—¡¿Cómo puedes mencionar a mi amiga en esto?!

—Es un recordatorio, porque pareciera que ya lo olvidaste. Ya tuve suficiente. No haces nada más que meter la pata una y otra vez. Si según tú, puedes cuidarte por tu cuenta y encontrar a Serrano, adelante. No pienso detenerte. Este jueguito tuyo ya me hartó. Uno hace las cosas por tu bien, pero ahí vas derechito a cagarla— abrí de nuevo la puerta de mi auto.

—¿A dónde vas?

—¡Al mismísimo carajo! Ese es el mejor lugar al que puedo ir y no tendría que lidiar con una mocosa insolente cómo tú. Espero que te vaya mejor por tu cuenta. Conmigo no cuentes más — cerré la puerta, y aun viéndola dándole varios golpes al cristal, puse el auto en marcha.  

—¡Kiran, espera! 

Ya tuve suficiente de su inmadurez y terquedad. Hasta que no reciba un buen escarmiento, no aprenderá jamás. Todo el tiempo he estado buscándole la vuelta, pero lo único que recibo es esto. Tengo que sacarme a esa ingrata de mi cabeza a como dé lugar o terminaré enloqueciendo. No voy a interferir en nada de lo que le pase. Aunque en el fondo duela; esa niña y yo no tenemos ningún futuro. 

Me dirigí a la clínica para bajar la tensión y terminar con lo que había comenzado. 

—¿Qué va a hacer con ese niño, señor? — me preguntó Minerva.

—No sé ni qué demonios hacer conmigo mismo. 

—Si quiere hablar con alguien, puede desahogarse conmigo. 

—Tengo entendido que eres madre soltera y tienes un hijo, ¿no es así? 

—Sí. ¿Por qué? 

—Necesitaré tu asistencia con ese niño. 

—¿Asistencia en qué sentido?

—A que cuides de él. 

—¿Qué? ¿Cuidarlo? Señor, ¿usted se encuentra bien? 

—No sé ni qué demonios estoy a punto de hacer. Debo estar loco. 

Fui a la habitación del niño en compañía de Minerva y me senté en el borde de su camilla. 

—¿Cómo te sientes, campeón? 

—Bien, señor. ¿Ya terminamos? 

—Suspenderemos la cirugía hoy. 

—¿Por qué? ¿Hice algo malo? ¿Y mi mamá? 

Respiré hondo, mirando de reojo a Minerva. 

—Tu mamá me dejó a cargo de ti. 

—¿A cargo? — me miró confundido. 

—Verás, tu mamá salió de viaje y me pidió que cuidara de ti mientras regresa. ¿Alguna vez has visto una casita de un árbol? Hay una en el jardín de mi casa. ¿Te gustaría subirte en ella? Es bastante grande. Hay espacio como para cinco garrapatas como tú. 

Minerva me miró sorprendida. 

—El doctor lo que quiso decir es que es muy espaciosa. 

—Sí. Eso quise decir. ¿Te animas? 

Dulce Veneno I [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora