XI. Diferencias

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—Mantén tu trasero hacia atrás y espalda recta. 

—Esto me va a terminar matando. 

—Ah, pero si fueran sentadillas sobre tu novio, ahí no te quejas — miró al perro—. Quieto, Aaron— soltó la cadena y dejé de hacer las sentadillas, por si debía salir corriendo. 

—No lo sueltes. 

—Créeme, él hace más caso que tú. Deberías aprender más de él— con su pierna separó las mías—. Posicionate. 

—Contigo ahí atrás no puedo. 

—Si no las haces correctamente, puedes lastimarte. 

—Y sé que estarías feliz y disfrutando si ese fuera el caso. 

—¿Todavía estás de ánimo para responder? ¿Por qué no llamamos a Aaron para que te enseñe a hacerlos? 

—Eres un pesado. 

—Abre tus piernas hasta el ancho de tus hombros. Ahora, junta tus manos. 

—¿Así? 

—Sí. Vas a bajar despacio, manteniendo tu trasero hacia atrás. Imagina que te sentaras sobre tu novio. 

—Eres un… — me tragué las palabras, solo por temor a que el perro me hiciera algo. 

—Estamos mejorando. Mantén la espalda erguida y evita inclinarte demasiado hacia adelante. 

—¿Lo estoy haciendo bien? 

—Cállate y continúa. Cuando te pida que te detengas, te detienes. 

Me sentía muy extraña haciendo esto con ese idiota detrás. No sabía lo que él estaba haciendo, pues se encontraba en completo silencio. 

No sé cuántas sentadillas hice, pero me dolía todo. Él me dijo que me detuviera, pues había un hombre acercándose a nosotros para traer la ropa que él pidió.  

—¿No hay un baño? 

—Sí, fíjate que tenemos hasta un jacuzzi para la señorita. Estamos al aire libre y absolutamente todo se hace al aire libre. 

—¿Cómo que todo? ¿Hablas de… eso también? 

—Todo. 

—Esto me da más razón de que debemos irnos a casa. Ya entendí la lección. Te prometo que no cortaré más clases, pero regresemos a casa, ¿sí? Imagínate, soy una chica rodeada de muchos hombres, no puedo hacer esas cosas al aire libre o me verían. 

—¿Qué crees que deben pasar las mujeres que entran al ejército? No eres distinta a ellas. Pequeña, debes entender una cosa muy importante; ahora mismo eres como cualquier hombre de los que están aquí. ¿A qué me refiero? A qué no se tendrán consideraciones contigo solo por el hecho de ser mujer.

—Esto es abusivo y muy machista. 

—Ah, claro, porque los enemigos tendrán consideración contigo porque eres una hermosa chica. 

—¿Enemigos? 

—Amarra tu cabello— sacó de su bolsillo una liguilla y me la entregó. 

—Muy bonito y todo, pero debiste entregarmela antes de hacer los ejercicios de calentamiento. 

Me guió a un matorral no tan distante del lugar de entrenamiento y me sentía incómoda teniendo que cambiarme ahí. Él estaba cerca y obviamente vigilando que nadie más viniera, pero eso no deja de ser incómodo. 

Me cambié la ropa al uniforme que todos ellos tenían y me sentí cómoda con ella. Luego me amarré el cabello, asegurándome de no dejar ningún mechón suelto. Después regresamos al área de entrenamiento. 

—Vas a hacer veinticinco ejercicios de cada uno. 

—¿Veinticinco?

—Sí. En unos días estarás haciendo doscientos. No te desesperes. Haz las cosas con mucha paciencia y sobre todo, mucha perseverancia. Recuerda; te estaremos vigilando. 

—No hace falta que me lo recuerdes. 

Jamás me había sentido tan asfixiada, calurosa y adolorida. Había ido amaneciendo y el calor era horrible. Creí que jamás terminaría. Sin energías restantes, me tendí en el suelo, sujetando mi hombro por el dolor. No había parte de mi cuerpo que no doliera. 

—¿Sabes? Considero que tú y yo deberíamos tener una larga charla de tío a sobrina. Arreglemos nuestras diferencias. Somos familia. Podemos llegar a ser incluso buenos amigos, Kiran. 

—Levántate — me extendió su mano y suspiré. 

—Te juro que no puedo más. 

—A pesar de todo, debo admitir que lo has hecho muy bien. 

Sin poder creer lo que dijo, volví a mirarlo. Eso es inusual y se siente muy raro que venga de él. 

Me levanté con su ayuda, aferrándome a su hombro para poder caminar. Su mano estaba en mi cintura, pero no me quejé, pues no me sentía con energías de hacerlo. 

—Te queda bien el uniforme. 

—¿Verdad que sí?

Me trajo a una caseta no tan distante de las tienditas y ver que por dentro parecía como una habitación, me puse comoda. Quiero regresar a casa.

—Quédate aquí unos minutos. Iré a buscarte unas cosas —salió de la caseta. 

Me quedé contemplando el lugar, las fotografías, los cuadros, las medallas y los papeles regados en el escritorio. Tuve curiosidad de saber a quién pertenecía esta caseta, pues se ve fabulosa. Mucho mejor que las demás. Me acerqué al escritorio, pero alcancé a oír la voz de Kiran. Me asomé por un pequeño agujero que simulaba ser como una ventana, pero en plástico y lo alcancé a ver hablando con ese señor de nuevo y, aunque no estaban hablando tan alto, pude oír parte de su conversación. 

—¿La vas a entrenar personalmente? 

—Sí. Sus padres querían que lo hiciera y la convirtiera en una mujer fuerte, pero yo quería esperar a que cumpliera su mayoría de edad, para que recibiera el entrenamiento del duro. El problema es que esa mocosa no entiende del peligro que corre. Se le ha metido en la cabeza huir de la casa con su novio. Está en esa etapa donde su vagina se calienta y su cerebro deja de funcionar. Si no la tuviera vigilada, hace tiempo estaría haciéndole compañía a sus padres.

Dulce Veneno I [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora