LVII. Culpable

1.7K 169 6
                                    

—¿Qué te hicieron mis padres para que les hicieras daño? 

Kimberly estaba muy afectada y nerviosa, no tenía control sobre sus emociones. Y más ahora que sabía quién estaba detrás de la muerte de sus padres. 

—Mis asuntos no son contigo. Estás sobrando — le hizo seña a un hombre y salí en su defensa.

—Lo acaba de decir, sus asuntos son conmigo no con ella, así que déjala ir. 

—Que conmovedor. Sacando la cara por tu amiga. 

—¿Q-qué es lo que quiere de mí, señor? Yo no le hecho nada a usted. Ni siquiera lo conozco. ¿Por qué razón hace todo esto? 

—No te hagas la santa, niña. Sé muy bien que estás hasta el fondo en los negocios de tus padres. Con ayuda de tu tío, has ido tomando poco a poco las riendas del negocio. 

—En primer lugar, no sé de qué negocios habla. Dejé de vivir con mi tío hace tiempo. 

—Oh, ¿de verdad? Fíjate que nací ayer. ¿Sabes lo que le pasa a los mentirosos? 

—Le estoy diciendo la verdad. No ve que me acabo de mudar a esta casa. 

—¿Y de dónde una adolescente saca tanto billete para darse estos lujos? Ese auto que está estacionado ahí fuera, cuesta una fortuna. Ni siquiera la miserable herencia que te dejaron tus padres, podría ser suficiente para tener un auto así. 

—Fue un regalo. 

—Yo también tengo un regalo para ti. Llevénsela. 

—De aquí yo no me muevo. ¡Nadie se acerque! — no quise darle la espalda a ninguno de ellos con temor a que intentaran arrebatarme el arma. 

Sé que no podré contra todos ellos, estoy en evidente desventaja, pero quería proteger a toda costa a Kim. 

—Será mejor que no pongas a prueba mi paciencia, jovencita. Te aconsejo que bajes el arma o será tu amiga quien pagará las consecuencias. 

—Déjela ir, y yo bajaré el arma. Podemos solucionar esta situación como dos personas civilizadas. Le prometo que le diré toda la verdad. 

—Es una oferta muy tentadora. 

—N-no, no lo hagas, Esme — me pidió Kimberly, ahogada en lágrimas. 

—Todo estará bien. Te lo prometo. Solo huye lejos, ¿sí? Perdóname por arrastrarte a esto. 

—Perdóname tú a mí — ella me arrebató el arma de las manos, en el intento de abrir fuego contra Serrano. 

Juro que no me di cuenta de sus intenciones o hubiera tratado de detenerla a tiempo. Todo ocurrió tan rápido que esos hombres la desarmaron al instante antes de que pudiera siquiera apuntar. 

—Que corra toda la sangre que deba correr. 

No entendía a qué se refería ese señor, la verdad es que no tuve oportunidad ni de procesar lo que estaba pasando a mí alrededor. Todo pasó en una fracción de segundos, cuando vi el filo del cuchillo de ese hombre atravesar su cuello. Cada detalle parecía verlo en cámara lenta, sin haber podido hacer nada, porque mi cuerpo no respondía del impacto.

Jamás había visto algo tan espantoso en mi vida; la forma abrupta en que ese filo se enterró en su piel y la atravesó sin problema alguno. El olor metálico de la sangre inundó mis fosas nasales en tan solo un instante. Esa sangre chorreaba apresuradamente de su cuello hasta impregnarse en su ropa. Hasta el sonido hacía eco en mi cabeza, como un disco rayado. Sus labios parecían moverse, como si hubiera intentado decir algo, pero todo acabó cuando lo arrancó, salpicando mi pecho y mi barbilla con su sangre. Se veía claramente su piel desgarrada, sus ojos claros bien abiertos de la sorpresa. Su cuerpo cayó, produciendo un sonido muy familiar.

Caí de rodillas al lado de su cuerpo, dentro de mí guardaba la esperanza de que podía arreglar las cosas, de que podía de alguna manera devolverle la vida. Mi pulso se aceleró, mis lágrimas brotaron de mis ojos sin posibilidades de retenerlas por más tiempo. Presioné su cuello para detener el sangrado, sintiendo en mis manos una especie de latido muy extraño, pero ella no estaba respirando ya. Su cuerpo, ni sus ojos se movían. Recosté su cabeza en mi regazo, rodeándola y protegiéndola. 

—P-perdóname — se me hacía difícil pronunciar una sola palabra, por la opresión que sentía en mi pecho. 

No podía concentrarme en lo que pasaba alrededor, a pesar de oír unas fuertes detonaciones. Ella era lo único que podía ver. Acaricié su mejilla, contemplando sus pálidos labios, mientras que en mi mente me invadían los hermosos momentos que viví con ella, haciéndome sentir más miserable y culpable. Ella no tenía la culpa de nada, tampoco sus padres. Yo causé esto, soy yo la verdadera culpable. Yo los maté. 

Sentí unas cálidas manos en mis hombros y levanté la mirada. A pesar de ver su rostro borroso por el llanto, pude reconocerlo de inmediato. No sé cómo llegó aquí, pero en su expresión pude notar lo preocupado que se encontraba. 

—¿Estás bien? ¿No te hicieron nada? — Kiran removió mi cabello hacia la espalda en busca de ver si estaba herida.

—Los maté… yo… yo lo hice.

Dulce Veneno I [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora