XII. Dudas

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—Entonces, ¿por qué no le has dicho lo que pasó? Tal vez eso permita que entienda la situación y, de paso, se motive a entrenar. Puede que también ayude con su rebeldía. 

—Un verdadero hombre mantiene su palabra. Esa niña no sabrá cómo sobrellevar lo que está sucediendo y solo terminará empeorando las cosas. Ambos sabemos que si alguien logra enterarse de que ella es la verdadera hija de Cardona, tendremos a esos cerdos pisandonos los talones. Ya he tenido suficiente de tener que lidiar con tantos enemigos, como para sumarnos a Cardona y su gente. 

—¿Pasó algo que no me has dicho? 

—Serrano y su gente están detrás de esa niña. Acabaron con la cabecilla de la familia, y quién únicamente les queda es ella. Quieren evitar problemas futuros limpiando la zona. He querido mantenerla alejada de los negocios de sus padres, principalmente porque ellos no quieren competencia y sabes perfectamente que si ella toma las riendas del negocio, estará en la mira de ellos y de todos y cada uno de los enemigos de sus padres. 

—¿Por qué no dejes que se quede aquí? Tendrá la protección que necesita. 

—No podré retenerla mucho tiempo. Está en esa etapa donde quiere hacer lo que le da la gana. Ahora con ese noviecito, se ha vuelto más difícil tener el control sobre ella. Pero, como dicen por ahí; un accidente lo puede tener cualquiera. 

Me escondí al ver que Kiran se alejó y ese sujeto miró hacia la ventana. Mi cabeza no podía procesar nada de lo que había oído. Surgieron muchas dudas, pero más que eso, un profundo miedo. Sabía que ese hombre estaba ocultando algo desde que llegó a la casa. No entiendo absolutamente nada. Él y todos me dijeron que mis padres tuvieron un accidente automovilístico, pero ahora él está dando otra versión. ¿Quién es él? ¿Quién es Cardona? ¿Y cómo que soy su hija? ¿De qué está hablando ese hombre? ¿Qué está planeando hacerle a Max? Si antes le tenía miedo, ahora le tengo mucho más. No sé qué hacer, no puedo enfrentarlo o quién sabe lo que me haga. Él está muy molesto con todo lo que le he hecho. Pero por otro lado, debo evitar que sea capaz de hacerle daño a Max. 

Me senté en el sillón que había en el centro, con mi mente saturada de dudas. Cuando llegó traté de actuar normal, pero siempre me ha costado fingir o es que me conoce extremadamente bien. 

—¿Qué te pasa? ¿Todavía estás molesta?

—Sí. Quiero decir, no. Solo estoy cansada. 

—Lo sé. Te traje esta toalla y otra muda de ropa para que puedas bañarte.

—¿Y dónde se supone que me bañe? 

—En el río. 

—¿Qué río? 

—Te llevaré allá. No hagas más preguntas. 

—¿Y qué ropa interior me pongo? 

—Esta — sacó un panti enrollado de su bolsillo y pestañee varias veces corridas. 

—¿De dónde sacaste eso?

—La prepago me la dejó de recuerdo. 

—Que se lo ponga tu puta madre, maldito asqueroso — refunfuñé, y de él se escapó una fastidiosa risa. 

—¿Acaso no reconoces tu ropa interior? — la dejó colgando, y al confirmar que sí era mía, se la arrebaté de las manos avergonzada. 

—¡Eres un enfermo!

—Estaba en la ropa que Rosita lavó. Sabía que la necesitarías, así que la traje. 

—No te creo una sola palabra. 

—Le preguntas cuando volvamos. 

—Por supuesto que lo haré. 

Dulce Veneno I [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora