LVI. Acorralada

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—¡Hay que irnos de aquí ya! — intenté agarrarle la mano a Kimberly, pero su empujón casi me hace caer. 

—Ahí está tu nombre. ¿Esto fue obra tuya? — sus ojos estaban rojos y lágrimas descendían de sus mejillas sin cesar. 

—¿Qué estás diciendo? Yo no fui. Yo… tenemos que salir de aquí. 

—¡No me toques! ¿Qué te hicieron mis padres? Ellos te abrieron las puertas de esta casa. 

—Déjame explicarte, por favor.

Sacó su teléfono y se lo arrebaté de las manos. 

—No, no puedes llamar a la policía. 

Si dejo que lo haga, van a pensar que tuve algo que ver o que conozco al culpable y la verdad es que no sé quién es, tampoco creo que sirva de mucho acudir a la policía ahora mismo, al menos no mientras nos encontramos aquí. 

No sabía qué hacer en esta situación. Ella no sabe nada y tampoco tengo tiempo para explicarle. No sé si el culpable pueda estar cerca todavía. 

—Por favor, vámonos. 

—¡Dame el teléfono, asesina!

—¡Yo no soy una asesina! Hazme caso, por favor, vámonos ahora mismo de aquí. 

—Yo no voy contigo a ninguna parte. Tú tampoco te irás de aquí sin enfrentar lo que hiciste. 

—Yo no he hecho nada. ¿Qué no ves? 

Ella no parecía que fuera a entrar en razón y la comprendo. Estaba muy afectada y no puedo juzgarla por pensar de esa manera. 

No quería dejarla atrás. Si el culpable regresa y la encuentra sola, podría hacerle daño. Quería evitar a toda costa otra desgracia, por eso saqué mi arma de mi bolso y la apunté con ella. 

—Ahora no hay tiempo de explicaciones, pero ¡tú vienes conmigo quieras o no! 

Su cuerpo se tensó, se notaba a simple vista el miedo que la invadió. ¿Quién diría que estaría apuntándole a mi mejor amiga? Me sentía muy mal con esto, por eso estaba actuando de esta forma. Ella hizo todo lo que le dije, a pesar de que su propio cuerpo la traicionaba. Mis manos estaban temblando y sudorosas. No podía casi ni manejar. Miraba por el retrovisor, tenía la sensación de que me seguían, a pesar de no ver autos detrás de mí. Regresé a esa casa de la que tanto me costó salir, esperando encontrarme con Kiran. No sabía a dónde más ir, qué hacer o a quién acudir. 

—Mariana, ¿dónde está Kiran? 

—Buenas tardes, señorita. No sé dónde está el señor. Lleva varias semanas sin venir a casa. 

—¿Qué? ¿Por qué?

—No conozco sus razones. 

—¿Tienes un número donde pueda contactarlo o un lugar donde pueda estar? 

—No, señorita. ¿Sucede algo? 

—Necesito hablar con Kiran. Sus hombres deben saber algo. 

Salí de la casa y le pregunté a cada uno de ellos, pero ninguno me dio razón de Kiran. Este es el peor momento para que no aparezca. Bueno, incluso si aparece, probablemente me niegue su ayuda. Él lo dijo al momento de abandonar la casa, que tendría que asumir las consecuencias y que no contaría con su protección. 

El culpable no creo que sepa dónde vivo, o habría ido a mi casa directamente, ¿no? Entre tanto pensar y pensar, decidí regresar a mi casa con Kim. Debía pensar con cabeza fría y bajar revoluciones. La única ventaja es que estoy armada. No todo está perdido. 

Aunque daba vueltas de un lado para otro, no podía quitarle los ojos de encima a Kim. Tengo que pensar en un lugar donde pueda encontrar a Kiran. Son muy pocos los lugares que conozco. Recordé la base de producción a la que me llevó, pero no creo que se esté quedando en ese lugar. Conociéndolo, tal vez esté quedándose con alguna de esas prepagos. ¿Cómo podré dar con él? Y si logro encontrarlo, ¿será capaz de ayudarme? 

—Que bonita casa — escuchamos la voz gruesa de un hombre retumbar en la sala y las dos nos juntamos. 

Pensé que debía haber entrado por la puerta trasera, pero recuerdo haberla cerrado. Jamás había visto a ese hombre, pero era bastante mayor. Estaba vistiendo un gabán bastante anticuado. Le faltaban dos dedos de la mano izquierda. De estatura era mucho más bajito que yo y que incluso Kim. 

—Como pasan los años. Ya la Esmeraldita está convertida en una hermosa mujer. 

—¿Quién eres? — no dudé en apuntarle y retroceder con Kim—. ¿Qué hace en mi casa? 

—No se me quita la mala costumbre de elogiar a una buena hembra antes de presentarme — rio, y me di cuenta de que todos sus dientes eran de oro. 

La puerta de la entrada que estaba detrás nuestro se abrió repentinamente, dejando pasar a varios hombres armados quienes nos rodearon en tan solo un mínimo instante. Mi arma no era nada comparada a los cañones largos que traían ellos. Me sentía acorralada, indefensa e impotente. 

—Estoy seguro de que has oído hablar de mí. Serrano, para servirte — volvió a sonreír—. ¿Ya viste el regalito que te dejé en la casa de tu amiga? 

¿Serrano? Mi mente se transportó a la conversación que escuché de Kiran: «Serrano y su gente están detrás de esa niña. Acabaron con la cabecilla de la familia, y quién únicamente les queda es ella». 

Dulce Veneno I [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora