LXVII. Presión

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Costó un poco de trabajo convencerlo, pero su curiosidad fue favorable para que decidiera venir con nosotros. Fui a mi oficina y Minerva se cruzó en la puerta. 

—Perdona que le diga esto, pero no debió decirle esa mentira de su mamá, señor. 

—Yo resolveré eso. Encontraré a esa señora y ella misma lo va a convencer. Con dinero baila el perro. 

—¿Esto será temporal, señor? 

—Sí. 

—¿Y qué hará luego con ese niño? 

—Ni yo mismo sé dónde me he metido. 

—¿Lo conoce?

—No. ¿Cómo voy a conocer a ese niño? 

—No lo sé, es que ha estado actuando muy distinto a como por lo regular lo hace. Siempre ha dicho que odia esas “garrapatas” y acaba prácticamente de adoptarlo. 

—No te confundas, Minervita. No lo estoy adoptando. No tengo el más mínimo interés de criar a otro cuervo. Ya tengo suficiente con la mocosa de caca que tengo en la casa. Más bien veré si encuentro otra solución a este problema. 

—¿Otra solución? ¿Habla de una casa de paso? 

—No. Jamás lo llevaría a un lugar como ese. Estar de casa en casa, con personas desconocidas y retorcidas no es muy inteligente que digamos. Sería sacarlo de un infierno para meterlo a otro. 

—¿Y entonces? 

—No me jodas con preguntas, Minerva. No tengo idea de qué demonios haré con esa garrapata. No me he sentado a pensar todavía. Mi cabeza está llena de puras pendejadas ahora. 

—¿Realmente no quiere desahogarse? Se ve muy afectado. Sé que para usted no soy para nada confiable, aparte de que por sí, no es de ventilar sus problemas, pero tenga presente que tragarse los problemas solo, solamente hará que enferme y hasta que explote en cualquier momento. 

—Ve a cambiarte. Vendrás conmigo. 

—¿A dónde?

—No cuestiones mis órdenes y muévete. 

—Inmediatamente, señor. 

Esperé por ella para poder ir al centro comercial en compañía del niño. En la casa no hay nada adecuado para él. Él se veía maravillado y curioso mirando los alrededores. Cualquiera diría que nunca había venido a un lugar como este. Pasamos por varias tiendas y Minerva fue quien se encargó de escoger la ropa. No me gusta visitar estos lugares, tampoco la espera, pues soy muy impaciente, pero no tengo de otra. 

Permití que eligiera los juguetes que llamaran su atención, pero eligió el más feo de todos. Lo observé detenidamente y se veía realmente interesado en esa horrorosa cosa. Lo llevé al área de electrónica para mostrarle la variedad de tabletas y videojuegos, pues sé que eso lo mantendrá ocupado y entretenido. El único problema es que no mostró interés en ninguna. De hecho, se negó rotundamente sin siquiera probarlas. No puedo entenderlo. ¿Cómo es que un niño de su edad, teniendo la oportunidad de escoger una tableta, es capaz de elegir un muñeco tan feo y que ni funciones tiene?

Salimos por fin de la tienda y en el mismo pasillo me encontré con Esme. Jamás se me cruzó por la cabeza encontrarme con ella aquí. Tampoco creo que sea pura casualidad. ¿Acaso me ha estado siguiendo? Eso sí es peligroso. 

—¿Qué haces aquí? Te hacía guardando tus trapos para lárgate con Max. 

—Tenemos que hablar — su mirada se centró en Minerva y el niño—. ¿Quiénes son ellos? 

—Personas, ¿qué no ves? — intenté pasar por su lado, pero me agarró el brazo. 

—¿A dónde crees que vas? ¿De qué se trata todo esto? ¿No piensas decirme nada? 

—¿Desde cuándo acá debo contarle mis asuntos personales a una mocosa ignorante como tú? No me estorbes. 

—¡No me des más la espalda! Te prohíbo que lo hagas. Te exijo una explicación. No quiero creer que me estás engañando. 

—¿Engañando? ¿Quién engaña a quién? 

—¿Quiénes son ellos? No quiero pensar que tienes una familia y que me has estado mintiendo todo este tiempo. ¿Es ella tu mujer y tu hijo? ¿Es eso lo que está ocurriendo aquí? 

—Yo… — Minerva iba a responder, pero la silencié.

—No respondas, Minerva. Aquí no hay nada que explicarle a esta niña. 

—Kiran, tú me dijiste… 

—No estoy interesado en mantener una conversación contigo. Conmigo te cortaste las patas. Soy el dueño de mi vida, con quien salga o no, debe ser mi problema, no el tuyo. Además, tus reclamos no son válidos, pues que yo recuerde, tú y yo no tenemos nada. Lo que ha pasado entre los dos es algo que “no se pudo controlar”, pero a lo que en este instante le pongo un puto punto final. De aquí no vuelves a comer, mamasita. 

Dulce Veneno I [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora