XXXIII. Fuego

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—¿Tú mataste a mis padres? Dime, ¿acaso fuiste tú el culpable todo este tiempo? 

—No me eches muertos ajenos encima. 

—Baja esa arma y hablemos. Debe haber una manera de solucionar esta situación. Déjame entender primero qué está ocurriendo, ¿sí? 

—Es una buena estrategia para ganar tiempo. Estás aprendiendo mucho, pequeña. Es una lástima que esas cosas no funcionen conmigo. 

—¿Por qué me amenazas con esa arma? Bajala. Me tienes muy tensa. 

—No te vayas a orinar encima de nuevo, por favor. Sí creo que tenemos mucho de qué hablar, pero a la misma vez, pienso que es una pérdida de tiempo.

—No será una pérdida de tiempo, te lo prometo. Solo dime qué está pasando. ¿Por qué haces esto? —mis lágrimas estaban al borde de mis ojos.

—Es muy sencillo de entender. Supongo que la mejor manera de resumirlo es que estos eran mis planes desde el comienzo. Yo no quería tomar esa responsabilidad que me encargaron tus padres, pero esos idiotas lo hicieron sin consultarlo primero. Mi vida era mucho más divertida cuando no tenía responsabilidades, cuando no tenía que lidiar con una mocosa insolente y altanera como tú. Por supuesto que me vi tentado, asumo que era inevitable. Eras la primera mujer con la que viví bajo el mismo techo y a la que tenía prohibido mirar o tocar. Has jugado con mi mente y te has sembrado en ella sin pedir permiso tampoco. No estaba en mis planes encariñarme contigo, salvaje, pero, por desgracia, así fueron las cosas y ahora llegan los lamentos. 

—Podías haberme dejado ir desde antes y así evitabas hacerte cargo de mí, pero no, quisiste hacerme la vida de cuadros y obligarme a estar contigo. Incluso ahora lo sigues haciendo. Me has querido comprar, me has querido confundir con tus palabras, con tus insinuaciones, incluso con tus besos para que te elija a ti. Típico de un desgraciado y egoísta como tú. 

—Hasta que compartimos el mismo pensamiento — bajó lentamente el arma—. Me he vuelto extremadamente egoísta, al nivel de lucir patético, en el intento de hacerte entrar en razón, pensando que, tal vez la equivocada eras tú, pero al parecer, el único equivocado soy yo. Ojalá no te arrepientas de la decisión que tomaste, porque puede que luego sea muy tarde. Empaca tus cosas. Hoy mismo te regresas. 

—¿Qué? 

—¿No me has oído? 

—¿Cómo voy a regresar?

—Me comunicaré Bob, posiblemente en unas horas llegará en su helicóptero a recogerte. 

—Dijeron que no había forma de comunicarse con nadie en medio de la nada. Además, tú y yo no hemos terminado de hablar. 

—Pues yo sí terminé, meona. Te di la oportunidad de seguir respirando, así que aprovéchala y corre a los brazos de tu novio — trató de caminar y le agarré el brazo. 

—No me dejes con la palabra en la boca. Te dije que aún no hemos terminado de hablar. 

Robó las palabras de mi boca y hasta el aliento, profundizando ese beso entrelazando su mano en mi cabello y atrayéndome a su boca. Lo miré sorprendida por su inesperada acción, principalmente porque perdí el hilo de todo lo que quería decirle. Se separó de mis labios, sin perder contacto visual y mordiendo los suyos.

—Continúas jugando con fuego, y no me responsabilizo de lo que te pase. 

Dulce Veneno I [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora