capítulo 24

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¡Estúpida tú!

Capítulo 24.

Decido irme a casa, empiezo a recoger mis cosas.

—¡Yo me voy contigo! —habla Katia mientras recoge sus cosas.

Me detengo en la puerta y espero. Nos despedimos de Sophia, como siempre ella queda a cargo. Salimos del restaurante.

—Vamos por Matt y luego nos vamos a tu casa —comenta Katia mientras busca las llaves de su auto—, así no te quedas solita.  

Por inercia giro la cabeza y levanto la mirada, entre un número determinado de personas creo ver algo, mejor dicho a alguien observándome, esta vez no sentí esa fea sensación.

—¡Paola! —exclama Katia—, ¿qué te pasa, me estás escuchando?

La tomo del brazo, Katia me mira con un gesto de confusión.

—¿Ves ese camión de allá? —señalo con la mirada.

Ella me mira y asiente.

»Creo que ahí hay una persona mirándome.

Ella abre sus ojos y levanta la mirada.

—¿Hombre o mujer? —susurra.

—No lo sé, no se ve bien.

Katia mira a todos lados cerciorándose que no venga ningún auto y entonces sin esperarlo cruza la calle y empieza a caminar en dirección a ese camión, la persona se da cuenta y sale corriendo, yo salgo detrás de Katia y ella empieza a correr.

—¡Oye, tú, detente! —grita Katia.

Pero esa persona tiene un abrigo que lo cubre de pies a cabezas, no se ve su rostro, sale corriendo, Katia trata de seguirlo cuando le grito.

—¡Cuidado!

Katia está por volver a cruzar la calle sin darse cuenta que viene un auto, cuando el auto pasa, ya es tarde no hay nadie, solo gente común caminando. Katia llega nuevamente donde mí.

—¡Maldito coche! Estuve a punto de alcanzarlo o alcanzarla.

Me llevo las manos al pecho, siento los latidos de mi corazón, pero como dije, es diferente a las veces pasadas, no me produce ese terror.

—¡Estás loca! ¿Cómo se te ocurre salir corriendo así? —exclamo—, por poco te arrolla ese coche.

Ella se pasa las manos por el cuello.

—¡Tenía que ver quién era, quién rayos se atrevía a vigilarte!

—No estoy tan loca, antes me había pasado.

—¿Crees que sea la misma persona? —pregunta preocupada.

Me quedo en silencio unos segundos.

—No lo sé. Álex ya había revisado las cámaras y no encontró nada, pero…

—¿Pero? —me anima a continuar.

—No siento lo mismo —respondo.

Katia ladea la cabeza y me mira desconcertada.

»No siento esa sensación horrible que sentí aquella vez en la empresa, ese miedo, esa angustia.

—¿Será Alexander? —inquiere Katia—, él tipo pudo quedar ardido y ahora quiere molestar.

—No lo sé, tal vez. No sé qué pensar.

—A Álex no le va a gustar nada —comenta Katia.

Llegamos al estacionamiento hoy vine con Katia, ella abre la puerta del conductor  y luego yo abro la del pasajero y entro en él. Katia me mira, enciende el auto y arranca.

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