capítulo 63.

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¡Estúpida tú!

Capítulo 63.

Narra Álex.

¡Advertencia, capítulo con alto nivel de lloración! No apto para sensibles.


Estoy sentado en el rincón de la celda cuando aparece un policía, me dice que ya me puedo ir, me incorporo y salgo. Me lleva hasta una pequeña oficina donde está mi abogado. Le pregunto si saldré bajo fianza y él me dice que no presentaron cargos a mi nombre, vaya ahora quiere que lo llame san Thomas.

Salgo de ese horrible lugar con una advertencia de uno de los policías que me tengo que comportar, ruedo los ojos y lo ignoro. Mateo me espera afuera, le pido que me lleve a la empresa, tengo algo que hacer, él me mira y no dice nada.


Llego a la empresa con cara de querer matar al que se me atraviese. Mateo saluda y yo avanzo sin mirar a nadie, todos agachan la cabeza. 

Miro a Chloe y le ordeno.

—¡Llama al abogado de familia, lo quiero en mi oficina en quince minutos!

Ella mira a Mateo, él hace un movimiento de cabeza que indica; haz lo que pide. Sigo a mi oficina y él tras de mí.

—¿Para qué quieres un abogado de familia, por qué no hablaste con el penalista? 

Lo miro sin ningún tipo de expresión.

—Porque el penalista no me sirve para lo que necesito.

—¿Estás loco o qué rayos te pasa? —pregunta.

—¡Quiero el puto divorcio y eso no es estar loco! 

—¿Y mini Álex, no estás pensando en él?

Giro la manija, respiro profundo y abro la puerta. Lo primero que hago es tomar el cuadro que hay sobre el escritorio y lo aviento con todas mis fuerzas contra la pared. Me sirvo una copa de whisky.

—¿Vas a empezar a tomar tan temprano? —pregunta Mateo molesto. 

Lo fusilo con la mirada.

—¡Jódete! —Escupo.

—El licor no va a solucionar tus problemas —me mira—, ya no eres un adolescente irresponsable, tienes un hijo ¿lo olvidas?

—¡No estoy para estúpidos sermones! —mascullo entre dientes.

Me sirvo otro trago y me lo tomo, cuando estoy por servir otro Mateo me arrebata la botella y la avienta contra el piso.

—¿Qué mierda te pasa? —lo empujo, su espalda golpea la pared.

Pero él se incorpora y me devuelve el empujón, aterrizo sobre mi escritorio. Me señala con el dedo índice, nunca lo había visto así, tan enojado, tan dolido. Empieza a gritar. 

—¡Deja de actuar como un maldito imbécil, deja de comportarte como si fueras tú la única víctima de toda esta mierda porque aquí salimos cagados todos, no eres el único que sufre, no eres el único que llora!

La voz se le entrecorta.

»Mi matrimonio también se fue a la puta mierda, a mí también me está doliendo así que deja de comportarte como si fueras el único perjudicado. Sabes qué, jódete. 

Da la vuelta dispuesto a irse, el enojo y el maldito licor en mi sistema no me deja pensar.

—¿Estás queriendo decir que es mi culpa?

Se detiene y no me mira. Entonces hago lo que mejor sé hacer cuando tengo licor en la cabeza, la cago.

»Yo no te pedí que te pusieras de mi lado, no te pedí que me apoyaras, te puedes largar al carajo si es lo que quieres. Vete y déjame como todos lo hacen y así dejas de chillar.

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