4. UNA VOZ EN LA OSCURIDAD

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Stella Di Lauro

Resoplo exasperada mientras aparto la bebida de colores. No me gustan los cócteles. De hecho, no me gusta ninguna bebida alcohólica aparte del vino.

Y esta que Adriano me ha obligado a probar ¡Dios! ¿A quién se le ocurre ponerle "sexo en la playa" a una bebida?

«A alguien bastante ebrio y hormonal», responde mi fuero interno y por primera vez en la última hora, sonrío.

Como era de esperar, mis hermanos han ido a divertirse mientras yo me quedo en la mesa cómo pez fuera del agua.

Sí, soy una asocial, sosa, aburrida al contrario de ellos y no lo niego. Sin embargo, me siento conforme con la vida que llevo y así soy feliz.

Adriano ha dicho en la entrada que este era el lugar donde los sueños se hacen realidad y ahora puedo por qué. Los pocos hombres que hay en la sala VIP disfrutan la mar de bien el baile privado de las expertas bailarinas.

Por supuesto, cuando mi hermano dijo aquello se refería a los sueños masculinos.

¿En qué jodido momento se me ocurrió aceptar la invitación de mis pervertidos hermanos?

«Bueno, no es como si ellos te hubieran dado la oportunidad de elegir», salta una vocecita aguda en mi cabeza.

Acepté porque sabía que de una forma u otra me arrastrarían hasta este lugar.

Ahora mismo tengo unas desmesuradas ganas de retorcerles el cuello a los dos por haberme obligado a venir, solo para dejarme sola.

—Tengo los peores hermanos de la historia —murmuro con zizaña al mismo tiempo que les observo moverse al ritmo de dos mujeres que les rodean como hienas en busca de presa—. Eso, celebren mi cumpleaños sin mí, capullos.

Juro que no les hablaré en toda una semana.

—Señorita —un camarero aparece frente a mí para luego depositar una Copa frente a mí—, cortesía del caballero de la barra.

«Vino»

Remuevo la copa con sutileza antes de olerla. De inmediato reconozco el aroma: Ygay Gran, Reserva Especial del 2009.

Demasiado bueno... como si hubiesen adivinado mis gustos.

Alzo la vista para dirigirla hacia el único hombre que no presta atención al show privado y a pesar de no verle muy bien debido a la oscuridad, alcanzo a ver su sonrisa.

El vino es tan exquisito como para lograr tentarme. Sin embargo, su benefactor resulta demasiado pretencioso y atrevido.

—Puede darle las gracias al caballero —no puedo evitar el tono extraño al mencionar la última palabra—, pero no acepto bebidas de desconocidos.

—Yo...

—Si no le es mucha molestia, llévele el regalo de vuelta.

El hombre asiente medio desconcertado antes de recoger la bebida y marcharse hacia la barra. Llega hasta el sujeto de identidad desconocida y le dice algo al oído —apuesto que mi mensaje— antes de entregarle la copa intacta.

No me pierdo ningún detalle de su reacción y para mi sorpresa, el individuo amplía su sonrisa, alza la copa hacia mí como si brindara en mi nombre y procede a bebérsela.

No sé por qué, pero de repente tengo sed.

«Atrevido»

Me da un movimiento de cabeza para luego perderse por una puerta como si no hubiera ocurrido nada.

Vaya, ahora estoy cabreada.

Supongo que la bebida venía con segundas intenciones y al no obtener lo que buscaba, se va a encontrarlo en otro lugar.

—Buena suerte en tu búsqueda de zorra de una noche, gilipollas —río de manera inconsciente mientras le doy un sorbo al desagradable sexo en la playa.

«Zorra de una noche»

Dejo escapar una pequeña risita. Me estoy superando con mis ocurrencias esta noche, pero ¿qué diablos? Es mi cumpleaños y puedo pensar, decir o hacer lo que quiera.

Termino por beberme el cóctel hasta el fondo y sin espacio para respirar. Entonces, como era de esperar, el calor me invade de pronto, recorriéndome el cuerpo hasta concentrarse en mis mejillas.

Respiro a breves intervalos y al final, opto por ir al baño a refrescarme. Como jamás he estado en este sitio, pido la dirección e ingreso por la puerta que me indica el mismo camarero de antes.

Me adentro en un pasillo sin luces y la oscuridad me aturde los sentidos de manera repentina. Una música de fondo bastante sensual pero suave llega a mis oídos y avanzo sujeta a la pared.

Mis ojos poco a poco se van acostumbrando a la oscuridad hasta que por fin logran seguir las luces al final del pasillo.

Este sitio tiene un pésimo diseño de interiores. Mira que poner los sanitarios en medio de la oscuridad. Teniendo en cuenta que la mayoría de las personas que visitan los bares o clubes nocturnos terminan ebrios, este pasillo resulta un peligro para su integridad física.

Llego al final del camino para divisar un enorme salón y entonces, unos extraños sonidos resuenan en el lugar al compás de la música.

«¡Oh, por Dios!»

«Yo y mi mala suerte»

Creo que acabo de pillar a una pareja en medio de un momento de calentura.

El calor que minutos antes trataba de aplacar, aumenta de intensidad y apuesto a que mis mejillas se encuentran coloradas a más no poder.

Voy a matar a mis hermanos. Juro que les despellejaré vivos. Este lugar no tiene nada de divertido.

Me dispongo a dar media vuelta, pero entonces me topo no con una sino con cuatro parejas.

Una se acaricia el uno al otro, otra comparte un apasionado beso y una tercera se da placer a sí mismo por separado mientras la del centro culmina el acto de amor fundidos en un solo cuerpo y montándose con desespero sin vergüenza alguna.

«¿Qué es esto?»

«¿A dónde he venido a parar?»

¡Por nuestro señor Jesucristo! ¿Estoy en presencia de una orgía o de un show de exhibicionismo?

Con el rostro perplejo me alejo caminando marcha atrás... hasta que me topo con una pared y chillo del susto, pero una mano sobre mi boca me calla antes de que alguien alcance a escucharme.

No es una pared con lo que me he topado, es una persona.

—¿Te has perdido, princesita? —la voz demasiado ronca me estremece de una forma que me desconcierta al mismo tiempo que su aliento llega a golpear la piel detrás de mi oreja derecha con una sutilidad impresionante—. ¿O es que te has arrepentido de haberme rechazado la copa de vino y has decidido seguirme?

Princesa de AceroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora