Stella Di Lauro
Leo el papel una y otra vez, tratando de concentrarme en los números, pero el constante tintineo del bolígrafo sobre la mesa me impide la acción.
No alzo la vista, sin embargo, puedo sentir su mirada penetrante sobre mí. Estoy odiando a mi padre en estos momentos.
¿Por qué demonios me ha encargado este proyecto a mí si sabe que no lo apoyo?
¿Por qué le ha dado una oficina justo al lado de la mía?
Y sobre todo, ¿por qué tengo que trabajar codo con codo junto a él para idear una estrategia de lanzamiento al mercado? Lo mío son las finanzas, no la publicidad ni el marketing. Sé que mi papá quiere que explore todas las esferas y aprenda de ellas para manejar mejor la empresa en un futuro. No obstante, el hombre ha escogido el peor proyecto para impartir sus lecciones.
Emito un fuerte resoplido al mismo tiempo que me llevo los dedos a las sienes para luego masajearlos con ahínco.
No puedo, simplemente no encuentro ninguna idea. Por más que estudio el mercado, no se me ocurre alguna propuesta novedosas y atractiva para presentar. Sé muy poco de estrategias publicitarias, pero sobre autos no sé nada e absoluto. ¿Mucho menos de coches de carreras?
—¿Sabes? —la voz que tanto he comenzado a detestar hace acto de presencia—. Si trabajamos juntos puede que acabemos más pronto y satisfechos. Después de todo, dos cabezas piensan mejor que una, ¿no?
—¡Ah! —finjo asombro—. Porque tienes cabeza. ¡Mira tú! No lo sabía.
—¿Quién sabe? —se encoje de hombros de buen humor, sin importarle mi actitud hostil—. A lo mejor terminamos haciendo un buen equipo.
Murmuro alguna frase incoherente antes de volver a los estudios. El repiqueteo de la pluma en la madera comienza una vez más y me impaciento.
«No está aquí», trato de convencerme, pero ¡joder! resulta imposible ignorarle.
—Fuera de mi oficina —espeto de manera cortante.
—¿Cómo has dicho? —cuestiona incrédulo.
—Me has oído la primera vez. Puede que te parezca raro, pero yo me tomo muy en serio mi trabajo.
—Yo también —salta a la defensiva.
—Teniendo en cuenta que has aceptado nuestras exigencias para venir a atosigarme —rebato con una sin sin humor alguno—, permíteme dudarlo.
—Lamento decepcionarte, princesita —chasquea la lengua con desaprobación—, pero tú no eres el centro de mi mundo. Mi vida no gira en torno a ti y si he aceptado es por el bien de mi empresa. Al igual que tú, mi trabajo también es mi prioridad.
No tengo idea de la razón, pero su comentario me cae como una patada en el trasero.
Debería estar al menos algo conforme con que sea algo más que un play boy acosador y haya venido a trabajar. Sin embargo, sus palabras tienen todo el efecto contrario en mí.
—Si tú lo dices —comento de manera despreocupada antes de ponerme una vez más con la tarea, la cual al parecer es imposible.
Me centro en leer el informe para ignorar el hecho de que se está acercando a paso lento. La tensión comienza a crecer a medida que su cercanía se hace mayor y cuando lo tengo encima mío, con su respiración golpeándome en la nuca, cierro los puños hasta clavarme las uñas en las palmas de mis manos para evitar temblar.
Soy Ella Di Lauro, fuerte, empoderada e intimidadora nata. Soy incapaz de dejarme amedrentar o de dejar que mis acciones me dominen. Entonces, ¿por qué teniéndolo a él a menos de dos metros de distancia no puedo controlar las reacciones de mí cuerpo?
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Princesa de Acero
RomanceElla ha decidido seguir los pasos de su padre y convertirse en la empresaria joven más exitosa de Italia. Por supuesto, para llegar a donde está, debe hacer pequeños sacrificios. Su prioridad número uno es el trabajo, por tanto, para ella no existe...