9. NUESTRA FAMILIA PERFECTA

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Stella Di Lauro

Mi hermano corre a toda velocidad, pero con destreza logro alcanzarlo y tirármele encima.

Es una batalla campal en la cual no se puede saber a ciencia cierta quién será el vencedor. Puede que él sea todo musculitos, pero yo he crecido rodeada de hombres posesivos y malandrines —él incluído— y he aprendido a defenderme de todos ellos.

Conozco la debilidad de cada uno y la de Federico es la confianza. El muy idiota siempre tiene la ridícula certeza de que una chica no puede derribarle. Por supuesto, a mi hermano mayor se le olvida que yo no soy cualquier chica.

—¡Lo siento! ¡¿Vale?! —alza los brazos en señal de rendición, pero con una sonrisa triunfal en el ¡rostro.

¡Juro por Dios que se la voy a borrar de un puñetazo!

Me lanzo contra él con un grito de guerra y en un movimiento inesperado, lo tomo de la nariz y la aprieto con tanta fuerza que él se mueve a mi antojo como una marioneta.

»¡Ay, eres una bruta! —sus quejidos resuenan por toda la casa y por consiguiente, atrae la atención de varios.

—Esta bruta te va a romper tu perfecta nariz y cortará tu cara de príncipe —espeto furiosa mientras soy vagamente consciente de las voces de mi familia.

—¡Lo hice por tu bien, lo juro! —aprieto más el agarre ante sus protestas—. ¡Joder, cómo duele!

—Oye, suéltalo —salta el pillo de Adriano en su defensa. El resto acostumbrado a nuestras trastadas, se mantiene contemplando la escena en silencio.

—Ah, pero miren quién ha llegado —exclamo con fingido asombro—: el hermano alcahuete. Espera que para ti también hay.

Empujo a Federico contra el sofá para tomar al demonio Di Lauro de las orejas con una diestra maniobra.

—¡Bestia! —gruñe adolorido—. ¿Y ahora qué hice?

—¿No sabes? —cuestiono desafiante mientras lo dejo al lado de su hermano con el mismo tirón—. Pregúntale a tu hermanito favorito.

—¡Ella! —mi madre ya no puede evitar intervenir, pero con una rápida negación de mi parte se mantiene al margen.

Nadie en el mundo me conoce mejor que Cassandra Di Lauro. Además de mi madre es mi mejor amiga y por ello es consciente de que solo me cabreo de esta forma cuando llevo la razón.

—Vosotros dos —los señalo a la vez que entrecierro los ojos, primero a uno y después a otro con mi dedo índice—, ¡sois un peligro!

—Y tú una loca —replica el menor en tanto se acaricia las orejas bastante enrojecidas por mis retorcijones—, pero así te queremos.

—Cierto —le secunda el cardiólogo haciendo lo mismo con su nariz magullada—. No nos queda más remedio. Mañana tendré que ir a un otorrino, creo que me has roto algo.

—Es lo menos que te mereces —le acuso impertérrita—. ¡Que sea la última vez que haces algo como lo que hiciste sin consultarme antes! Y tú —dirijo mi atención al más pequeño—, deja de seguir a este en todas sus jugarretas o terminarás igual e incluso peor que él.

—Yo lo veo muy bien rodeado de chicas —el muy pillo frunce la boca despreocupado al mismo tiempo que su compañero sonríe orgulloso.

«Si es que no sé ni para qué lo intento. Estos dos son tal para cual»

—¡Dejad de pensar con el pito! —profiero furiosa—. Tanta testosterona les está comiendo el cerebro. Así solo sois vistos como un par de indeseables, insoportables y sin buenas compañías.

Princesa de AceroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora