Stella Di Lauro
Tecleo en la computadora como si la vida se me fuera en ello, mientras mi mente se debate entre los diseños de gráficos que mejor le van a la propuesta y los sucesos de la noche del sábado.
Apenas he podido pegar ojo en las últimas treinta horas con el hervidero que tengo en la cabeza. Ayer me mantuve encerrada en el cuarto de juegos con mis hermanos, ignorando la expresión inquisitiva de mi madre. Hoy en cambio, me levanté a las cinco de la mañana y vine directo a la oficina después de una rápida ducha.
Cada vez que pienso que estuve a punto de tener sexo en el pasillo de un teatro, la cara se me enciende hasta volverse roja escarlata. De no ser interrumpidos por el ruido, ¿le hubiera dejado continuar?En el fondo conozco la respuesta, pero me niego a admitirla en voz alta. No me habría importado nada ni nadie en absoluto, simplemente porque no era consciente del lugar, la hora o del mundo exterior. Lo único en que podía pensar era en el fuego que me recorría las venas y que solo él podía apagar.
Aún me duelen los labios debido a los despiadados besos, la zona del escote está cubierta de las marcas de sus caricias y por eso he tenido que ponerme una blusa de cuello alto hoy. Esta mañana frente al espejo pude ver las huellas de sus dedos marcadas en mis glúteos y el recuerdo de lo que fue mi primer orgasmo continúa invadiendo mi memoria.
Ahora entiendo la obsesión de los hombres por el sexo y me pongo en el lugar de las mujeres que hacen fila para tener al menos una noche con hombres como Enrico Falconi. Jamás pensé que una sensación así existiera. Soy incapaz de describirla a ciencia cierta, pero puedo rememorarla una y otra vez sin descanso. La paz que le sigue a la explosión es sencillamente… asombrosa.
Comienzo a diseñar los gráficos al mismo tiempo que tomo la llamada entrante de mi madre con el altavoz encendido.
—¡Buenos días, mamá! —la saludo con demasiado entusiasmo.
—¿Por qué saliste tan temprano de la casa sin desayunar como una delincuente, Stella Di Lauro? —me corta el rollo con su tono severo.
—Tengo mucho trabajo y…
—A mí no me vengas con cuentos, jovencita —me interrumpe a media frase—. Ayer te dejé evitar mis preguntas, pero no me quieras ver la cara de tonta.
—Bueno, tengo derecho a evadirte —replico sin perder de vista el trabajo—, puesto que el sábado me traicionaste y profanaste nuestra noche de chicas. Me llevaste directo a la boca del lobo y por ello puedo guardarme la información, ¿no te parece?
—¿Sigues molesta conmigo? —resopla ante mi silencio—. No podía rechazarle…
—¡Lo dejaste sentarse a mi lado! —exclamo de manera repentina—. Se supone que las madres alejan a sus hijas de los depredadores.
—Las madres geniales como yo hacen lo necesario para que sus hijas sean felices —objeta con un tono muy elocuente—. Te llevé al parque después de una crisis nerviosa cuando tenías cinco años, te llevé anoche a ese palco después de ver cuánto te gusta ese chico y te seguiré llevando a los lugares que menos te gusten siempre que necesites enfrentar tus miedos.
—Tus métodos son bastante radicales.
—Pero efectivos —refuta—. Saliste de casa siendo una y regresaste como otra totalmente diferente. No me digas que no disfrutaste la velada, porque no te lo voy a creer. Tus labios hinchados te delataban.
—¡Mamá! ¿Cómo puedes estar tan tranquila con eso?
—¿Qué te hace pensar que lo estoy? —cuestiona ella en respuesta—. No te dejes engañar por las apariencias, Ella. Todavía estoy lidiando con la idea de que mi hija ya no es una niña. En fin, come algo en la empresa y prepárate para conversar conmigo largo y tendido esta noche.
—Tengo mucho trabajo…
—Te quiero aquí antes de las cinco, Stella Di Lauro —se impone con ese tono capaz de intimidar al mismísimo Magnate de Acero—. De lo contrario, iré a buscarte y te traeré a rastras.
—Vale —claudico con un sonoro suspiro—. De todas formas, no hay mucho que contar.
—Ujum —chasquea la lengua sin creerme una palabra, al mismo tiempo que la puerta de mi oficina se abre. Sé quién es antes de verle, puesto que es la única persona que entra sin tocar.
—Debo dejarte, mamá —la despido con rapidez—. Nos vemos más tarde.
—A las cinco, Ella —advierte antes de cortar.
—Buenos días —planto una tensa sonrisa en mi rostro hacia el protagonista de mis sueños más calientes—. Busca tu ordenador y ponte cómodo que… —tira de mi cintura para obligarme a ponerme de pie— tenemos… —toma mis labios sin previo aviso y aunque el desconcierto me atonta la cabeza, no dudo en responderle. Nos besamos por lo que parecen horas hasta que la falta de aire nos obliga separarnos— mucho trabajo.
—Buenos días, princesita.
—¿Qué crees que estás haciendo? —pregunto una vez vuelvo a mis cinco sentidos.
—Besarte —respondo sin vacilar.
—¿Por qué?
—Porque me apetece —sonríe con descaro antes de acortar la distancia entre nuestros labios una vez más—. Ahora, ¿qué es eso del trabajo y el computador?
Por unos instantes abro y cierro la boca presa de la sorpresa, pero me recupero con rapidez. Más tarde lidiaré con esto, pues estamos contra el reloj con nuestra tarea.
—La estrategia de marketing —contesto por fin—. Tenemos que redactar una propuesta y presentarla en la reunión de las diez.
—Faltan solo dos horas para eso.
—Lo sé —señalo para luego sentarme en mi silla frente a mi escritorio—. Ya la tengo medio hecha, estoy con las estadísticas. Te enviaré el informe para que adaptes el estudio del mercado al tema central.
—¿Y cuál es el tema? —cuestiona en tanto toma asiento a mi lado mientras abre el maletín sobre la mesa y saca la laptop—. El viernes conseguí inspirarte, pero saliste corriendo antes de que pudiera preguntarte sobre la idea.
—Escapar —pronuncio, acallándole en el acto.
—¿Qué?
—“El nuevo Falconi: una vía de escape” —enuncio el título como si diera un anuncio publicitario en la televisión—. ¿Qué te parece?
—Me parece —muestra una sonrisa ladeada— que la producción se agotará la misma noche del lanzamiento.
Antes de que me dé tiempo a siquiera reaccionar, su boca se encuentra otra vez sobre la mía. Aunque en esta ocasión es un pico bastante rápido.
—¡Deja de hacer eso! —protesto rozando la histeria.
—Por supuesto que no —el muy idiota tiene el descaro de burlarse—. Los besos robados nunca han sido tan divertidos.
—Atrevido —murmuro.
—Pero te vuelvo loca —rebate sin perder la diversión mientras enciende su portátil—. Vamos al trabajo, princesa. Hoy nos convertiremos en los mejores publicistas de la historia.
Un pequeño suspiro sale de mi boca antes de regresar a los gráficos. Ya no hay forma de detener esto que siento. Lo peor es que no quiero ni pensar qué sucederá cuando me robe algo más que besos.
***
¿Quién quiere un beso robado de Enrico Falconi?
Ella no es la única volviéndose loca con este hombre.
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Princesa de Acero
RomansaElla ha decidido seguir los pasos de su padre y convertirse en la empresaria joven más exitosa de Italia. Por supuesto, para llegar a donde está, debe hacer pequeños sacrificios. Su prioridad número uno es el trabajo, por tanto, para ella no existe...