Enrico Falconi
El último punto es dado y por fin dejo escapar un resoplido. Cuando al doctor Rossi le arruinan sus obras de arte tiene más mala leche que el propio Adriano Di Lauro.
—Ya está —informa terminando de vendar—. Trata de no meterte en tiroteos o cabrear a tu suegro en lo que esos puntos cierran bien.
—Tu bromita de mal gusto no le ha hecho gracia a nadie —señalo con peor humor que él mismo—. ¿Puedo ahora ver a mi mujer?
Resulta que los energúmenos que me rodean e incluso la propia Cassie me han impedido ver a Ella hasta que me curara la herida.
—Vamos —termina diciendo tras mascullar algo ininteligible—. La han sedado —anuncia en tanto caminamos— y como ya ha dicho la ginecóloga, tienes que ser tú la voz de la calma entre los dos.
¿Calmado?
En estos momentos creo que ni un somnífero para caballos me calmaría. No solo acabo de descubrir que mi novia está embarazada, sino que corre el riesgo de perder al bebé y... ¡ella también corre peligro, joder!
¿Hasta cuando durará esta mierda de desdichas, las cuales no nos dejan en paz?
La familia Di Lauro no está muy bien que digamos: el Magnate de Acero se encuentra en una especie de mezcla de sentimientos entre la ira y el desconsuelo, su esposa actúa de conciliadora, pero se ve igual de abatida. Los tres hermanos más pequeños se han arrimado a sus abuelos, todos con la misma cara larga y Federico... Mi mejor amigo ha desaparecido sin paradero desconocido. Asumo que ha ido a mostrar su pena donde nadie le vea, así es él.
Los amigos lucen en las mismas condiciones e incluso el propio Diablo ha tenido la decencia de callar.
Estamos todos igual de preocupados, con la incertidumbre latente de lo que pueda pasar. Estas veinticuatro horas son cruciales para Ella y nuestro hijo.Un hijo...
Todavía no me hago a la idea cuando ya estoy sufriendo la existente posibilidad de su pérdida.
Es desesperante y sin embargo, por más que lo intento no consigo exteriorizar mis emociones. Tengo tantas que me parece que he llegado al colapso emocional y soy como una especie de alma en pena flotante.
La desdicha me persigue como una puñetera maldición, no he salido de una para entrar en otra y al enamorarme de la Princesa de Acero, la he arrastrado conmigo a mi abismo...
Soy completo imbécil, pero a estas alturas ya no hay vuelta atrás. Ella es mía, yo soy suyo, ambos nos pertenecemos y no estamos dispuestos a dejarnos ir.
Al cruzar la puerta el constante sonido de una locomotora inunda mis oídos y me paro en seco, terminando de aturdirme por completo.
—¡Joder! —la frase escapa de mi boca sin que pueda detenerla.
La madre que me parió y la que parió a Ella también, porque ese es el jodido mejor sonido que he escuchado en toda mi vida. Son los latidos de mi hijo, un corazón que late a mil kilómetros por horas aferrado a la vida.
»¡Oh, por Dios! —llego hasta la cama a toda prisa para besar la frente de la mujer que amo y tomar una de sus manos para besarla repetidamente con extrema delicadeza—. ¿Estás escuchando eso, princesita? Tú y yo hemos hecho esto...
Vuelvo a besarla y antes de que me dé cuenta, mis torpes lágrimas humedecen su ahora demasiado pálida y fría piel.
»Vas a estar bien —no sé si lo digo para consolarla a ella o a mí mismo, pero no dejo de repetirlo—. Los dos vais a estar bien.
No tengo idea de cuánto tiempo transcurre mientras permanezco aferrado a su mano.
Apenas soy consciente de la presencia de la familia que se van turneando para entrar, solo reparo en Adriano, porque a él es imposible ignorarlo y si lo hago, me obliga a notarle.
—Más te vale que te pongas los pantalones y aguantes por mi hija, Falconi —advierte con un tono paralizante, aunque en mí no tiene efecto alguno—. Vas a responderle como se merece o de lo contrario, cortaré las mismas pelotas que han engendrado a mi nieto, ¡mi nieto!
—Cariño...
—¡No me vengas con chorradas, Cassandra Di Lauro! —inician una nueva trifulca en tanto yo suelto un resoplido lleno de frustración—. ¡Es mi niña! Mi niña va a tener un bebé y no hay forma de digerirlo. Porque lo va a tener —regresa a mí forcejeando con mi hombro para obligarme a verle—, ¿me oyes? Los Di Lauro no somos perdedores y ellos no se van a dar por vencidos. Así que espero que estés a la altura o...
—¿Me cortarás las pelotas? —arqueo una ceja impertérrito—. Ya lo has dicho.
—¡Y lo seguiré repitiendo, imbécil! —repone en un bramido—. Ya lo sabes, guerra avisada no mata soldado.
—¿Sabes qué? —cuestiono con la primera media sonrisa en horas—. Vete a la mierda, Di Lauro.
—Lo mismo para ti multiplicado por cien, Falconi —contraactaca para luego tomarme por sorpresa al palmearme el hombro con condescendencia—. No te acojones ahora... y ve preparando los millones para el ajuar de novia, porque esto no se va a quedar así.
—Por supuesto que no —coincido—. Ten por seguro que te devolveré el golpe de la mandíbula.
—Me gustaría verte intentarlo.
—Cómo me gusta veros demostrando el amor que os tenéis —una ronca voz interviene, paralizando cualquier movimiento por parte nuestra—. Hola...
—¡Ella! —creo que los tres exclamamos al mismo tiempo, pese a que yo ya no puedo prestar atención a nada más excepto ella.
—¿De qué me he perdido?
«No tienes ni idea»
El gemido de dolor no se hace esperar cuando trata de incorporarse y soy el más rápido a la hora de sostenerla.
—Tranquila, tranquila —la ayudo a regresar la cabeza a la almohada con toda la delicadeza que me es posible—. Tienes que estar tumbada.
—¿Pero qué me pasa? —inquiere confundida a la vez que se toca el bajo vientre y de buenas a primeras, un impulso primitivo surge queriendo cubrir su manos... acariciar esa parte de su cuerpo que alberga a nuestro hijo—. ¿Me ha alcanzado un disparo? ¿Y qué es ese sonido? —lanza las preguntas una detrás de la otra sin dar tiempo a responder—. ¡Oh, Dios! ¿Es mi corazón? ¡Me estoy muriendo!
—Oye, oye —me acerco a besar su frente para después quedarme arrodillado al lado de la cabecera de la cama—, tienes que tranquilizarte, ¿bueno?
—¿Qué está pasando, Enrico?
En este preciso instante, la mujer segura y poderosa que vi en mi oficina luce como una niña perdida en medio del bosque y no dudo en besarle los labios como si la vida se me fuera en ello.
—Vamos a por Wendy —escucho la voz de Cassie junto a las protestas de su marido—. Parece que el efecto de los analgésicos han pasado y necesitas otra dosis.
La rubia ni siquiera le da la oportunidad al Magnate de Acero de abrazar a su hija como estoy seguro que la ansiedad le está matando por hacer, sino que se lo lleva arrastras fuera de la habitación.
—Hola, princesita —digo por fin—. Me has dado un buen susto.
—Yo todavía lo tengo —asevera medio temblorosa—. ¿Qué le pasa a mi corazón? ¿Por qué late así?
Tomo una profunda respiración para luego soltarla con lentitud. No hay forma suave de decir esto y debo estar preparado para cualquier reacción.
—No son tus latidos, Ella —cuelo una mano por debajo de la manta para llevarla a su vientre plano y sus ojos se abren como platos de manera automática—, son los de nuestro hijo.
—No... —su piel termina por perder todo rastro de color.
—Sí —asiento para reafirmar mis palabras—. Estás embarazada, princesita. Vamos a tener un bebé.
![](https://img.wattpad.com/cover/319895701-288-k480055.jpg)
ESTÁS LEYENDO
Princesa de Acero
RomanceElla ha decidido seguir los pasos de su padre y convertirse en la empresaria joven más exitosa de Italia. Por supuesto, para llegar a donde está, debe hacer pequeños sacrificios. Su prioridad número uno es el trabajo, por tanto, para ella no existe...