63. LA OTRA CARA DE LA PRINCESA

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Stella Di Lauro

Me muevo inquieta de un lado a otro. Mi madre y mi tía no dejan de fastidiarme con sus vanos intentos de calmarme, pero yo me siento más ansiosa que nunca.

Todo el mundo tiene miedo de que entre en colapso en cualquier momento con un ataque de pánico, pero yo tengo la certeza de que no va a ocurrir. Al menos no hoy.

La desesperanza ha sido sustituida por la rabia y solo muero de ganas por desquitarme con los culpables de esta treta. Sin embargo, para eso necesito encontrarme con ellos y joderlos.

«¿Por qué leches no llama ese inepto?»

—¡Ella, por favor! —estalla mamá—. ¿Quieres provocarme otro desmayo?

—¿Por qué no vas a dormir un rato, mamá? —sugiero con voz calmada pese a mi expresión adusta y el caos que tengo por dentro.

—No, gracias. Prefiero quedarme —deniega por enésima vez. A cabezona no hay quién le gane—. Lo que necesito es que dejes el complejo de ventilador y te sientes.

Emito un largo suspiro antes de desplomarme sobre el sofá.

—¿Contenta? —cuestiono con una ceja enarcada.

—No hasta que comas algo.

—No.

—Ella...

—De verdad, mamá —tomo sus manos para envolverlas entre las mías—, puedo calmarme todo lo que quieras, pero no me pidas probar alimento o dormir. Eso no te lo puedo dar ahora mismo.

Ella suspira vencida para luego besarme la frente y acunar mis mejillas en sus manos.

—Prométeme que vas a cenar.

—Si me niego apuesto a que tú y papá me obligaríais —la hago reír por primera vez en horas.

Así ha sido la última semana, lo cual agradezco, porque de lo contrario creo que se me olvidaría que tengo necesidades primordiales como comer, asearme o dormir.

—Puedes apostarlo.

—Ven aquí —me llama mi tía—. Voy a llenarte el pelo de trenzas.

Es algo que no hace desde que cumplí los dieciséis, pero en estos momentos necesito mantener la cabeza ocupada y me dejo consentir.

Cierro los ojos disfrutando del masaje capilar y la entretenida plática entre las dos, quedándome una especie de limbo... hasta que el móvil suena.

Veo el nombre iluminarse en la pantalla e inmediatamente me tenso. Me alejo de las mujeres para tener más privacidad y tomo una profunda respiración antes de tomar la llamada.

—¿Has concertado la cita? —me adelanto a su petulante zalamería.

—Hola, hermosa —pongo los ojos en blanco al escucharle y cuento hasta diez para no desesperarme—. Me temo que la cita es solo para dos.

—Sabes mis condiciones, Dawson.

—Te advertí que las demandas aquí las hago yo —replica con una determinación que no le había escuchado antes. Al parecer, alguien le está dando lecciones de hombría—. Te espero a las cinco de la tarde en el Puccini Café.

—Sigue soñando con esos coches, porque no los verás jamás.

—Oh, yo sé que vendrás. Por cierto, mi socio te ha dejado un regalo, espero que te haga cambiar de opinión.

«¿Regalo?», el desconcierto me domina por unos segundos.

«Está jugando con mi mente, nada más», me convenzo.

Princesa de AceroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora