41. HACER EL AMOR EN EL AIRE

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Stella Di Lauro

Su mirada recorre mi cuerpo completamente desnudo. Sus ojos, sedientos de placer, penetran cada parte de mi ser, como si pudieran ver más allá de mi deseo, de mi ansiedad y de mis emociones...

Le veo morderse el labio inferior y de manera inconsciente hago lo mismo.

Enrico no mintió cuando dijo que deseaba demostrarme cómo debía ser nuestra primera vez, puesto quese además de tomarse su tiempo, se siente muy diferente a nuestro encuentro en la cabaña. No sé si es porque ya no tengo miedo, porque ya sé lo que se siente tocar el cielo con las manos o simplemente porque, ahora más que nunca, soy consciente de que esto es mucho más que sexo y que después de veinticuatro horas, seguiremos juntos.

Aunque todavía no hemos definido nuestra relación a ciencia cierta. Sin embargo, después de haberme perseguido hasta el cansancio, no creo que el play boy tenga intensiones de soltarme.

—Acuéstate —dejo de divagar en mis pensamientos en cuanto escucho su orden, con esa voz que tan loca me vuelve.

Desde los pies de la cama, me acuesto sin romper el contacto visual, me deslizo por las sábanas rojas hasta posar mi cabeza en la almohada y acomodar la espalda en el mullido colchón. El hecho de saber que voy a tenerlo dentro de mí a veinte mil pies de altura, me excita mucho más aún.

No presto atención al ruidito del motor ni a nada a mi alrededor. Aquí y ahora solo estamos nosotros y el resto del mundo desaparece por completo.

El torso denudo me ofrece una espectacular vista de sus trabajados músculos. Sin embargo, no puedo detenerme a detallarlos por mucho tiempo, puesto que mi atención se desvía un par de centímetros más abajo cuando baja la cremallera de sus pantalones. La prenda sale junto al bóxer de un rápido y único movimiento, liberando la potente erección.

Me resulta imposible no contemplar el poderoso instrumento por lo que parece una ternidad, examinando cada detalle y me da la sensación de que lanza plegarias en silencio para obtener mi atención.

Me quedo en mi sitio, viendo cada paso que da para llegar a la cama y luego gatear hasta posicionarse encima de mí.

Siento el calor que desprende su cuerpo, las lentas caricias de sus manos sobre mi piel y la dureza de sus rodillas rodeando mis caderas. Frota su pelvis contra la mía, paseando el bulto duro como una roca desde mi nudo palpitante hasta mi húmeda entrada, una y otra y otra vez. Me tortura con sutiles movimientos, imitando el acto que pretende consumar en un futuro cercano y al mismo tiempo, haciéndome promesas sin emitir sonido alguno.

¡Joder, joder, joder! Esto es muy excitante, caliente y doloroso a la vez. Con cada roce añade un extraño cosquilleo que solo aumenta mi expectación.

—Dime, princesita —ronronea en mi oído, logrando que los pelos se me pongan de punta en el acto—, ¿estás deseando que te haga mía?

Sus manos se pierden entre la unión de nuestros cuerpos llegando a mi punto más sensible. Gimo asombrada cuando separo, abro y cierro las piernas por instinto propio, ofreciéndome en bandeja de plata para ser devorada por su hombría.

Frota con los dedos, roza con su masculinidad y ahoga mis gemidos con su boca.

—Sí —respondo por fin entre jadeos—. Hazme tuya, play boy pervertido.

Con un sutil movimiento, se incorpora para quedar de rodillas. Después, las yemas de sus dedos viajan por mi abdomen, juegan con mi ombligo y terminan en mi nudo.

—¡Oye! —me quejo cuando siento el pellizco, pero al mismo tiempo una punzada de placer me ataca sin previo aviso.

Pensé que si era lento el acto sería más... ¿calmado? No podía estar más equivocada, puesto que consigue todo lo contrario. La demora solo intensifica las sensaciones a un nivel inimaginable.

Princesa de AceroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora