64. SENTENCIA DE MUERTE

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Stella Di Lauro

El coche se detiene a unos metros del Café y mis músculos se tensan de forma automática.

—Que no noten tus nervios, niña estúpida —me pincha en Diablo y yo, con lo irritable que estoy, me inflo como un pez globo.

—¡Cállate! —mascullo entre dientes.

—Te estoy ayudando de gratis, así que se más amable conmigo.

—Tú no haces nada de gratis, Diablo.

—Tienes razón —le muy imbécil curva las comisuras de sus labios hacia arriba con descaro—. Con tal de cabrear al Magnate de Acero, me doy por bien servido, porque sabes que se va a cabrear mucho, ¿verdad?

—No te vas a callar, ¿cierto? —gruño, provocando que el idiota amplíe la sonrisa.

Me va a costar caro... El apoyo del Diablo me va a salir bastante caro.

—Ya sabes la respuesta —responde—. Esperemos un poco más antes de que te arrojes al matadero.

—Llevamos media hora de retraso —señalo temerosa. Si Dawson se va... perderé mi oportunidad—. El móvil no ha dejado de sonar.

—Deja que el ratoncito se desespere —resopla con fastidio y yo no tardo en imitarlo—. Así la rata mayor saldrá del escondite.

Esperamos otra media hora y a pesar de no soportarlo, agradezco que él me distraiga con sus comentarios irritantes.

Me bajo del auto y con el bolso en mano, entro al local contoneando las caderas.

«Bien, Ella, hora de jugar»

—Te has tardado, querida —es el saludo con mirada hostil que recibo del inglés.

—Lo bueno siempre se hace esperar —sonrío con prepotencia antes de pedir un latte sin azúcar.

—En eso tienes razón. ¿Cómo dejaste a tu...?

—No te atrevas a mencionarle —le corto engrifada—. No creas ni por un segundo que te vas a librar de mi ira, porque aunque hoy hayas ganado la partida, jamás ganarás la guerra.

—Querida, la guerra siempre la tuve ganada desde el principio... de una forma un otra.

—¿Eso es lo que crees? —me mofo con el tono jovial y la mirada de condescendencia—. Me pregunto cuánto tiempo tardará tu "socio" en deshacerse de ti. Está claro que él es el poderoso, la mente maestra y además, quien lleva la batuta aquí.

—Una sociedad es a partes iguales y a mí nadie me gobierna —gruñe mosqueado.

—Ciertamente lo dudo —le molesto más—. Apuesto a que el plan ha sido suyo y estas acciones —saco la carpeta de la bolsa— también. Sois socios a partes iguales, pero él se queda con los coches de lujo mientras tú te pudres en el sol de Sudáfrica.

—Hay cosas mucho más importantes que el dinero, querida —replica—. A estas alturas deberías saberlo.

—Ah, cierto —finjo recordar—, lo que a ti te importa es la escala social y la gloria eterna. Había olvidado tu nivel de estupidez.

—¿Acaso no has aprendido nada de tus errores, Stella? —inquiere molesto. La verdad es que Dawson tiene el cerebro del tamaño de una nuez y solo se hace el listo, por lo que me pone muy fácil encontrar las grietas en su perfecto plan—. Tu novio se está muriendo en una cama de hospital y tú enfadando a su verdugo.

—Tú no eres el verdugo —le señalo—. Simplemente eres su tapadera. No te equivoques, Dawson, porque en esta historia eres el payaso. Y si vuelves a mencionar a mi novio, te parto la cara en un lugar público y tendrás que explicarle la razón a la policía.

Princesa de AceroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora