Stella Di Lauro
Me mantengo dentro del auto sin muchas ganas de bajar. Reparo en mi apariencia y dejo ver una mueca de desaprobación. Estoy usando el mismo atuendo casual que escogí para la cena en casa, sin una gota de maquillaje y para colmo, la tela está un poco arrugada debido al forcejeo y luego al sexo.
No luzco como una mujer muy decente que digamos.
—¿Qué sucede? —Enrico se percata de mi reticencia.
—No estoy presentable para entrar al teatro —pongo voz a mis pensamientos.
—Yo te veo perfecta.
—¿En serio? —cuestiono señalando mi atuendo con ambas cejas enarcadas—. Se supone que este es un sitio de etiqueta. Lo más probable es que el portero ni siquiera me deje entrar.
—Yo lo soluciono, no te preocupes.
—No voy a entrar así, Enrico —dejo claro—. Si vamos a ver a la compañía que estoy imaginando, el sitio estará lleno de gente.
—Tengo un palco privado —anuncia—. No te verán.
—Aún así...
—¿Confías en mí, Ella? —se queda a unos pocos centímetros de mi posición.
—¿La verdad? —contengo el aliento en tanto medito mi respuesta—. No del todo.
Él luce tan guapo y vigoroso que estoy seguro de que se convertirá en el centro de atención de todo aquel que le vea. Yo en cambio parezco una adolescente desastrosa. No quiero morir de vergüenza cuando me confundan con su hermana pequeña.
—Entoces me aprovecharé de la parte que sí lo hace y te pediré que tomes mi mano —él me extiende dicha mano con una segura sonrisa y yo emito un largo suspiro antes de aceptar—. Tendré que trabajar en ganarme tu completa confianza.
—Uuuff —fruzo la comisura derecha de los labios—, tienes una dura tarea por delante, Falconi.
—Lo sé, pero me gustan los retos, ¿recuerdas? —besa mi hombro desnudo al mismo tiempo que el guardia de la puerta nos saluda con un asentimiento de cabeza antes de dejarnos pasar—. Sobre todo si están relacionados contigo.
—Pues buena suerte, compañero —digo poniendo los ojos en blanco a la vez que subimos unas escaleras. Llegamos a lo que parece como el palco, pese a que no puedo ver muy bien. Apenas logro distinguir mis propios pies—. ¿Por qué todo está a oscuras?
—Chist —me silencia con un fugaz beso para luego guiarme hasta un enorme sofá. A la intemperie hay mayor claridad, pero sigo sin poder divisar el auditorio—. Ven.
—¿Seguro que hay función hoy? —inquiero. Recuerdo haber escuchado decir a mi madre que la presentación en Roma era tres días después de la de Florencia y ya han pasado casi tres semanas.
—¿Crees que te traería a una ciudad desprovista de hombres Di Lauro e ingleses inútiles solo para morrearme contigo en un teatro vacío?
—¿En verdad quieres que te responda? —refuto con una ceja enarcada.
—¡Qué poca fe me tienes, mujer! —protesta con fingida indignación—. Bueno, supongo que no puedo culparte. ¿Qué te parece si lo hacemos mientras esperamos a que comience el espectáculo?
—¿Hacer qué?
—Morrearnos, por supuesto —contesta al vuelo palpando la cara externa de mis muslos desnudos—. Tal vez algun manoseo inocente.
Ahora mismo me reprendo mentalmente porque debería haberme puesto un vestido más largo. Pero claro, buscando conseguir el aspecto más juvenil para espantar al señor Dawson, me decanté por uno rosa palo estilo camisón.
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Princesa de Acero
RomansaElla ha decidido seguir los pasos de su padre y convertirse en la empresaria joven más exitosa de Italia. Por supuesto, para llegar a donde está, debe hacer pequeños sacrificios. Su prioridad número uno es el trabajo, por tanto, para ella no existe...