Stella Di Lauro
En silencio y sin despegar mi mano de la suya, lo acompaño hasta la pista aérea. Me encuentro sentada sobre su regazo con la cabeza apoyada en su hombro y me niego a salir de ahí, en vista de que no sé cuándo podré volver a disfrutar de su cercanía, de la calidez de su piel, o de los pequeños besos que deja en mi cabeza mientras dibuja círculos con los dedos en mi espalda desnuda.
Cada vez que le he preguntado mientras nos vestíamos a toda prisa, ha evadido el tema de manera deliberada, así que por el momento, he dejado de insistir. Sin embargo, aun estando a oscuras, puedo percibir que el asunto es bastante serio.
No pensé que el hecho de separarme de él se sentiría así de raro en mi interior.
Nos bajamos del coche sin desñegarnos, como si fuéramos siameses.
De pronto, se detiene en su andar, voltea a verme, toma mis manos y nos observamos a los ojos como si el mundo no estuviera girando en su habitual estado y todo dependiera de esas palabras que tiene para decir.
—Promete que vas a esperarme pase lo que pase.
Sus ojos no mienten y me asusto.
Enrico no es un hombre de promesas o juramentos, ni de ruegos en silencios extraños, ni de esperas en medio de lo desconocido.
»¡Por favor, Ella! —insiste al mismo tiempo que sus manos se aferran a mis mejillas—. Promete que siempre vas a creerme.
—¿Qué es lo que pasa, Enrico? —inquiero temblorosa debido a la intensidad que encuentro en su mirada. Hay algo que le atormenta y por consiguiente, a mí también—. Me estás asustando. Si necesitas ayuda...
—Estando conmigo no tienes nada que temer —afirma rozando su nariz con la mía—. Ni siquiera aunque estemos a millas de distancia. Solo confía en mí, princesita.
No sé qué decir. Es un instante único y fugaz, algo efímero que no puedo desperdiciar dudando y entonces... asiento con vehemencia, inundada por demasiadas emociones contradictorias.
—Sí, te lo prometo —compartimos un beso al pie de las escaleras del avión que me sabe a poco y con un cierto matiz amargo, pero que de igual forma disfruto y lo alargo todo cuanto me es posible—. Regresa a mí, Enrico Falconi.
Entre los dos, el beso que nos damos y la extraña sensación de abandono, se impone el sonido de mi teléfono móvil y sus párpados caen sobre los lagrimales asustados.
–¡Señor, todo está listo! —alguien le avisa desde arriba, pero él no le presta ni la más mínima atención. Solo me ve a mí
—No olvides tu promesa —se apodera de mi boca una última vez antes de llevar la palma de mi mano derecha a su pecho, en donde su corazón retumba a todo motor—. ¿Lo sientes? Tú provocas eso, Stella y es única y exclusivamente tuyo. Te quiero, mi Princesa de Acero.
—Yo...
—Chist —me calla colocando un dedo sobre mis labios—. Lo dirás cuando te sientas lista.
—Llámame en cuanto aterrices, por favor —pido a la vez que trago saliva con el objetivo de deshacer la enorme pelota en la garganta que amenaza con ahogarme.
—Lo haré.
Le veo partir desde la distancia y sin emitir sonido alguno, permito a su chofer que me lleve a casa.
La ardiente noche con mi chico me relajó, pero de igual forma sigo sintiéndome exhausta y la extraña sensación que invade mi cuerpo empeora todo. Es como un sexto sentido advirtiéndome que un mal temporal se avecina.
El móvil no deja de sonar en todo el camino, pero yo no me siento con ganas de hablar con nadie. Quiero dormir por una larga temporada y creo que por primera vez en toda mi vida, la idea de ir a la oficina y perderme entre los números me resulta un fastidio.
Me despido del sujeto trajeado con un leve asentimiento y entro en la mansión directo a mi habitación con pasos sigilosos. Lo bueno de todo esto es que al ser media mañana, ya no debe haber nadie en casa.
—¡Detente ahí, Stella Di Lauro!
Maldigo para mis adentros al escuchar la voz de mi madre al pie de las escaleras.
—¡Mamá! —giro sobre mis pies para sonreírle con fingido entusiasmo—. ¡Vaya! Hoy tampoco fuiste al hospital. ¿Estás enferma o de vacaciones?
—No trates de virarme la tortilla, jovencita —me señala con un tono acusatorio—. ¡Te has librado de un buen castigo anoche!
—Lo siento, ¿vale? —expreso no pudiendo contener mi pesar por más tiempo—. Necesitaba unas horas libres y de hecho, me tomaré el día de hoy también.
—¿Está todo bien, Ella? —se acerca a mí escudriñándome con el ceño fruncido.
—No lo sé —suelto una extensa exhalación al mismo tiempo que curvo los hombros hacia adelante, como si me desinflara—. Enrico ha recibido una llamada y se ha marchado con urgencia a Londres.
—¿Qué? Ven —me toma del antebrazo para animarme a subir las escaleras—. Cuéntame todo desde el principio. Y Ella...
—¿Sí, mamá?
—La próxima vez que vayas a escaparte, avísame para inventar una mejor coartada.
*Enrico Falconi*
Me he enamorado de ella. No puedo negármelo a mí mismo cuando soy incluso incapaz de negárselo a quien sea que me lo pregunte. Y ahora tengo mucho miedo de perderla, de que toda esta jodida situación la haga dudar de mí y se aparte.
Con Ella tengo todo y no quiero perderlo.
—Espérame en la pista y ten lista una buena explicación —grito a mi Director Ejecutivo justo antes de apagar el móvil.
¿Cómo leches ha podido pasar esta mierd@?
Ponen una denuncia anónima sobre mi empresa, alegando que escondo piezas de coches ilícitas, en menos de una hora vienen con una orden de registro y ¡sorpresa! Han ido directo al rincón en donde estaban escondidas.
Para mí está más que claro; esto no es más que una trampa de alguien que quiere joderme y como saben que no pueden atacarme directamente en mis dominios, se meten en la fábrica de Londres.
Vuelvo a pensar en ella mientra me llevo un puño a la frente. Me duele la cabeza como si estuviera sufriendo la peor de las resacas.
Estoy asustado, sí y juro por todos los infiernos que no es por la jodida acusación de contrabando, sino porque puedo perderla en caso de que no confíe en mí cuando la bomba explote.
Hemos trabajado mucho en el nuevo proyecto y no es justo para su familia o ella misma el hecho de que exista la posibilidad en la que sus nombres se vean involucrados.
Me han atacado con todo, pero yo soy el último de la estirpe Falconi y conmigo nadie puede. Tengo que averiguar quién está detrás de todo esto y sus motivos.
Marco el número de Oscar, un viejo amigo que es muy bueno en su trabajo. Es detective privado y tiene acceso a la policía nacional, además de algún que otro contacto en la Interpol.
—¿Qué c0ño quieres a esta hora de la madrugada, Enrico jodido Falconi? —responde al tercer timbre.
No puedo detener la carcajada que escapa de mi boca cuando escucho su peculiar gruñido.
—Un hijo de put@ me quiere joder la existencia —voy directo al grano— y puedo perder a la mujer de mi vida por ello. Así que mueve ese cul0 de principito y arréglalo.
Ahora es su turno de reírse y yo resoplo porque veo por dónde viene...
—La novedad de saber que un idiota como tú se ha enamorado, vale la pena el trabajo y el madrugón —se burla con descaro—, pero esto me lo pagas. Yo no trabajo gratis, compañero. Envíame por correo la información. En dos días sabrás de mí
Cuelga y me dejo caer sobre el respaldo de mi sillón de cuero.
—Te voy a coger de las pelotas, hijo de perra —pienso en voz alta a la vez que engullo el whisky de un sorbo— y después voy a colgarte de ellas. A mí quien me busca, me encuentra.
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Princesa de Acero
RomanceElla ha decidido seguir los pasos de su padre y convertirse en la empresaria joven más exitosa de Italia. Por supuesto, para llegar a donde está, debe hacer pequeños sacrificios. Su prioridad número uno es el trabajo, por tanto, para ella no existe...