62. MI PEOR ERROR

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Enrico Falconi

Camino hacia la celda a sabiendas de que Adriano me sigue detrás.

—¿Qué ha pasado? —pregunto una vez nos quedamos a solas.

—Tengo a mi gente trabajando en ello —responde con la misma rabia que yo—. Ese juez ha sido comprado, pero la gracia le va a costar cara.

—No es el único —resoplo apretando el tabique de mi nariz con los dedos—. Tal vez debimos detener el circo cuando tuvimos oportunidad.

—¿Dudas ahora, Falconi? —me reta, aunque en el fondo sé que lo hace para devolverme a mis cinco sentidos. La escena de hace unos minutos me ha afectado más de lo que puedo permitirme. Ahora no es momento de flaquear—. No me digas que el lobo me ha salido cachorro.

—Ahórrate los sarcasmos que no estoy de humor —le corto de sopetón—. Mejor dime cómo vamos con la parte de la oficina.

—Viento en popa y no hemos parado la producción en ningún momento —informa para mi alivio. Algo bueno dentro de este día de porquería—. Ella está enfrascada en el trabajo y hasta lo hace mejor que tú.

Pongo los ojos en blanco al instante. Por mucho que trate, simplemente no puede evitar provocarme, pero hoy no pienso ceder, no después de tocar las lágrimas de mi princesa. Hoy solo tengo ganas de destruir o ahorcar a alguien y si caigo en provocaciones, eliminaré el objetivo incorrecto.

»Voy a retrasar el traslado todo el tiempo que pueda.

—No te preocupes por mí y encárgate de que Ella no cometa ninguna locura.

—Ni tienes que decirme cómo cuidar a mi hija, Falconi.

—Hablo en serio, Adriano —reitero—. Ambos sabemos de lo que es capaz por conseguir lo que quiere. No la pierdas de vista.

—No lo haré —le veo resoplar de mala gana antes de acercarse más y para mi entera sorpresa, me palmea el hombro con familiaridad—. Te voy a sacar de aquí, Falconi. Te di mi palabra de honor.

Nos observamos por unos largos minutos, diciendo cosas que ninguno de los dos pronunciaría jamás en voz alta.

No nos agradamos el uno al otro, apenas soportamos cinco segundos sin molestarnos. No obstante, siempre hemos jugado en el mismo bando y ahora más que nunca, nos une las mismas ganas arrolladoras de aplastar al enemigo en común.

—No esperaría menos del Magnate de Acero —expreso un tiempo después, rompiendo el silencio.

—Hoy ya no podrás ver a Ella, pero concertaré una visita para mañana.

—De acuerdo.

—También verás al piloto y a su madre y no te atrevas a agradecerme, porque te rompo la nariz por estúpido.

—No tenía pensado hacerlo —replico con una media sonrisa—, pero, ¿qué te hace pensar que lo lograrías?

—Hasta nunca, Falconi —se remite a darme su mirada de acero tan parecida a la de su hija antes de dar media vuelta para salir.

—Vamos, admítelo —pese a que no me responde, no me detengo en mi mofa—, me has tomado cariño.

—Sueña con ello.

—¡Acéptalo de una vez, hombre! —continúo con mi pequeña burla.

—Eso jamás, Falconi.

No dejo de sonreír ni cuando lo pierdo de vista por el pasillo oscuro. Luego evoco el recuerdo de mi Ella y la opresión en el pecho reaparece.

Princesa de AceroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora