26. UNA ELECCIÓN PELIGROSA

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Enrico Falconi

Reviso la propuesta en tanto los inversores disfrutan de la música, la bebida… y las vistas. Las bailarinas se pasean una que otra vez por nuestra mesa y mientras que los invitados prácticamente babean sobre ellas, yo me remito a leer el documento.

Ninguna mujer es capaz de provocarme ni la más ínfima reacción desde que conocí a la diosa de cabello azabache y ojos azules. Solo ella puede excitarme, incitarme al pecado y finalmente, frustrarme. Sin embargo, estoy seguro de que a partir del próximo domingo todo va a cambiar.

Estoy ansioso, sufro con la dolorosa erección que me explota en los pantalones y sueño con venerar su cuerpo desnudo aun estando despierto. Me tiene hipnotizado por completo y no estoy seguro de si veinticuatro horas serán suficientes para satisfacerme de ella.

—Todo parece en orden —concilio—. Podemos vernos con los abogados mañana a primera hora en mi empresa para firmar.

—Excelente —aplaude la voz líder—. Estamos ansiando ver esa nueva colección patrocinada por el Magnate de Acero, señor Falconi. 

—Apuesto a que lo hacen —sonrío. El ojo público se encuentra encima de nosotros con este proyecto. La marca Falconi innovando con autos de carreras y los Di Lauro invirtiendo en la producción y lanzamiento, una noticia demasiado jugosa para los medios e interesante para todo aquel que se dedica al mundo empresarial—, pero no será esta noche. Por hoy disfrutad de los placeres oscuros, la casa invita.

—Un placer como siempre, Falconi —se despiden con un apretón de manos una vez me pongo en pie.

—Feliz noche, caballeros.

Doy las indicaciones pertinentes para que el personal se esmere atendiendo a los ejecutivos y me acerco a la barra por una bebida.

—¿Lo mismo de siempre, señor? —inquiere el bartender.

Evoco los ojos celestes, el aroma a jazmín de su piel y el sabor afrutado de su boca. Cuánto me gustaría cruzar el campo de seguridad de la mansión Di Lauro y escalar la casa hasta colarme por su ventana para verla.

¡Por todos los demonios del Infierno! No puedo esperar a mañana para verla, ni al domingo para tenerla. Hoy conocí una nueva faceta suya que me removió por dentro como si alguna bomba hubiese explotado en mi sistema. La vi reír, llorar, ponerse ansiosa, casi perder la calma y a su vez, mi cordura estuvo a punto de esfumarse. Cada vez me fascina más y más en tanto el deseo crece junto a otras emociones a las cuales no quiero ponerles nombre.

—No —respondo—, ponme una copa de vino blanco, si es reserva del dos mil diez mejor. ¿Qué me estás haciendo, Stella Di Lauro? —agrego en un susurro para mis adentros, lidiando con mis contrariados pensamientos.

—A ti te quería encontrar —identifico la voz de Federico Di Lauro antes de voltear a verle—. ¿Qué parte de “la hermana de tu mejor amigo queda terminantemente prohibida” no entendiste?

—Buenas noches, Federico, ¿cómo estás? —ignoro su mal genio—. Yo estoy muy bien, por si te lo preguntas. ¿Cómo sigue tu abuela?

—Corta el rollito, colega. Me mentiste —me señala de manera acusatoria con una mirada fiera, la cual indica que en cualquier segundo me puede saltarme encima—. Dijiste que era solo trabajo, pensé que habíamos aclarado todo. ¡Somos mejores amigos, joder!

—Federico…

—Cállate —me corta—. Calla porque no quiero hacer algo de lo que pueda arrepentirme después. 

—¿Por qué no vamos a mi oficina mejor?

—No te molestes, no me quedaré mucho tiempo. Prométeme que te mantendrás lejos de mi hermana.

Princesa de AceroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora