24. VEINTICUATRO HORAS

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(Bueno qué coincidencia que el capítulo 24 se llame así, ¿no? Señales del destino le dicen) 

Stella Di Lauro

Siento cómo se me comprimen los pulmones, agotando el aire en mi sistema. Las piernas me flaquean y es Enrico quien me sostiene para no darme de bruces contra el suelo. Tengo un defecto muy grande y es que no sé reaccionar bien ante las malas noticias.

—Ella —el castaño me sacude con vehemencia—. ¡Reacciona!
Inhalo y exhalo varias veces para conseguir volver a mis sentidos. Poco a poco, la sensación de ahogo va quedando atrás.

—¿Cómo…? —vuelvo a tomar aire—. ¿Cómo está mi abuela?

—Solo sé que le dispararon —responde la secretaria—. El señor Di Lauro tuvo que adelantarse corriendo porque su madre no se encontraba bien.

—Puedo imaginarlo —cavilo mientras me empeño en recuperar la estabilidad de mis piernas. No es la primera vez que enfrentamos una situación como esta—. Tengo que irme.

—Yo te llevo —se ofrece el Falconi.

—No, yo…

—Tu padre se ha ido —me corta él con brusquedad— y no te dejaré conducir en este estado.

—La prensa ya se está amontonando frente al edificio —nos comunica Rita—, me imagino que en el hospital debe estar mucho peor.

—Mis hombres lidiarán con ellos —asegura el ejecutivo mientras recoge mis cosas, antes de conducirme a la salida sin soltarme. 

En el hall de la planta baja me encuentro con mi tío y Carina, quienes se nos unen al atravesar el escudo de los periodistas y nos dejan marchar asegurando que nos siguen en su auto.

Soy un desastre con el cinturón de seguridad y al final mi acompañante acude a mi rescate. Juego con mis dedos demasiado inquieta, frotándolos como si me los lavara en tanto el coche emprende la partida. 

—Tranquila —detiene mi maniobra producto de los nervios agarrándome las muñecas, para luego envolver mis manos entre las suyas y llevarlas a su regazo—. Yo estoy aquí, princesa.

Por mucho que lo intente no consigo calmar mi ansiedad, no dejo de repiquetear el suelo con la punta de los pies y cuando el chofer se ve obligado a atravesar el gentío lleno de cámaras, mi estado empeora.

—No puedo entrar así —declaro mortificada—. Mi mamá no puede verme de esta forma.

Lo que menos necesita es desviar su atención hacia mí. Es mi turno para ser una roca. 

—Respira, Ella…

—Eso intento —repongo temblorosa.

—Mírame, Stella —me obliga a obedecerle con sus dedos presionando mi barbilla. Sus ojos se clavan en mí, como si pudieran ver el caos en mi cabeza y entonces, el mundo se detiene cuando sus labios tocan los míos. Me besa como mismo lo hizo el sábado en la noche, prendiendo las llamas en el fondo de mis entrañas y haciéndome olvidar todo el exterior hasta dejarme la mente en blanco. Los latidos de mi corazón se ralentizan poco a poco, al igual que el ritmo de mi respiración y él decide separarse unos pocos centímetros—. ¿Mejor?

Asiento con un lento movimiento de cabeza.

—Gracias.

—Cuando quieras.

Jamás pensé que llegaría a darle las gracias a Enrico Falconi por besarme. Las ironías de la vida.

Con la ayuda de los escoltas llegamos a la sala de emergencias y en cuanto cruzamos la puerta del salón privado de espera, me detengo en seco como si me hubiesen clavado una estaca en cada pie para fijarme al suelo.

Princesa de AceroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora