44. LA CAJA DE PANDORA

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Enrico Falconi

Contemplo su gesto adusto y maldigo en voz baja entre resoplidos. Un día... Un jodido día es lo que ha durado la paz. ¿Por qué con Ella Di Lauro todo tiene que ser así?

—Estoy esperando una respuesta, Falconi —exige con los brazos cruzados al mismo tiempo que repiquetea el suelo con uno de sus tacones—. ¿No me has oído?

—¡Ten un poco de paciencia, mujer! —exclamo fastidiado en tanto me paso una mano por el rostro—. ¿Así va a ser siempre esto, Stella? ¿Aprovecharás cada oportunidad que tengas para dudar de mí?

—No me vires la tortilla y habla ya —exige imponente—, porque estoy haciendo un enorme esfuerzo por no cometer el mismo error de la vez anterior y escucharte.

—Saca de tu cabeza lo que sea que estés pensando —le señalo impertérrito—. Paola no es mi amante ni nada que se le parezca.

—No lo parece en ese mensaje.

—Fui muy claro hace dos días cuando dije que éramos exclusivos, Ella. No estoy con nadie más y siendo honesto, no tengo por qué estarlo —añado—. Contigo me basta y hasta me sobra cada vez que te pones rebelde.

—¿Rebelde yo? —bufa escéptica—. Perdona, pero cuando descubres que tu recién estrenado novio le da plantón a la mujer de su vida mientras se acuesta contigo, tengo razones para cuestionar e incluso dudar de sus palabras bonitas.

—Entonces, ya puedes imaginar cuán importante eres para mí —indico con una sonrisa sin humor—. No tengo por qué engañarte, Ella.

—¿Quién es Paola? —inquiere una vez más.

—La mujer más importante de mi vida —contesto con los brazos cruzados.

Suelto un improperio al identificar el pavor en su expresión y camino hacia ella cuando comienza a dar pasos marcha atrás.

—¿Es este otro malentendido, Enrico? —pregunta con la voz en un hilo—. ¿He escuchado mal?

—No es lo que crees, princesita. ¡Joder! —exclamo en el preciso instante en que huye de mi contacto.

—Estoy aprendiendo a escucharte y no dejarte a medias —declara frotándose los brazos como si temblara de frío—, pero tú también tienes que aprender a explicarte mejor, porque no estoy entendiendo nada, Falconi.

¡Me cago en la leche! Si es que tiene razón. No sé qué me pasa cada vez que la tengo en frente con esa postura dominante. Por mucho que trato de controlarme, las palabras escapan de mi boca sin filtro y al final, solo yo entiendo lo que quiero decir.

En estos casos lo mejor que sé hacer es explicarme con acciones y eso es precisamente lo que me propongo cuando la tomo del codo para sacarla de la oficina.

—¿Pero qué haces? —lucha contra mi agarre, pese a que no estoy ejerciendo fuerza.

—¿Quieres saber quién es Paola? —indago a la vez que llamo al ascensor. Ni siquiera le he permitido tomar su bolso o el abrigo—. Muy bien, pues vamos a conocerla.

—¡Yo no quiero conocer a nadie! —brama ella indignada—. ¿Es que llevarme por la fuerza a todos lados es la única solución que le encuentras a todo? ¿Por qué simplemente no puedes explicarlo bien y ya?

—¡Porque no puedo! —profiero colérico de la impotencia, una vez dentro del ascensor. Es una suerte que cada vez que discutimos aquí nos encontremos solos—. Cuando te tengo y te veo así, yo... —aprieto los puños sintiéndome más estúpido que nunca en mi vida—. ¡Joder! ¡Pierdo la cabeza, Ella!

Princesa de AceroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora