28. ADRENALINA PURA

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Stella Di Lauro

Como era de esperar, él no tarda en alcanzarme y aprisiona mi cintura entre sus brazos.

—¡No me voy a subir ahí! —protesto casi histérica.

—Vamos, princesita —su voz ronca rozando mi oído me estremece toda por dentro—. Es solo un helicóptero.

—El helicóptero me da igual —replico al instante—. Es lo que viene después.

—Confía en mí, Ella —me da media vuelta para enfrentarme a la mirada más seductora que he visto nunca—. Jamás haría algo que te lastimara. Sé lo que hago.

—No, no, no —me niego en rotundo con la cabeza baja y los ojos cerrados.

—Ella —la palma de su mano va a mi mejilla, causándome una calidez repentina. ¿Es posible que su simple tanto me otorgue confort y seguridad?—. No pasará nada, yo te cuidaré, ¿de acuerdo?

—Yo...

—Prometo que no te soltaré —insiste—. Solo tienes que abrir tu mente y dejarte llevar por las sensaciones.

Dejarme llevar... es lo que me he propuesto, pero esto... es demasiado arriesgado, incluso para mi valentía.

—Mis sensaciones me dicen ahora mismo que estás loco de remate.

—Puede que lo esté —me sonríe—. La culpa es tuya, pues tú me has enloquecido.

—Así no me vas a convencerme de subir, Enrico Falconi —le apunto con mi dedo índice—. O en todo caso, bajar.

—He hecho esto un millón de veces, prometo que todo estará bien.

—¿Lo prometes? —inquiero dubitativa. ¡Joder! No puedo creer que esté a punto de cometer esta locura. Soy una perfecta descripción de lo que se considera ser racional. Nunca me he lanzado al vacío así fuera con paracaídas. ¿Cómo es que él consigue convencerme con una simple mirada?

—Tienes mi palabra —asegura antes de extender su brazo hacia mí—. ¿Vamos?

Absorbo una gran bocanada de aire para luego expulsarla con lentitud, sin dejar de observarle.

Vacilo sin estar del todo segura, pero al final dejo que atrape mi mano y me dejo llevar.

A medida que obtenemos altura mis nervios acrecentan, pero me aferro al hombre que me sostiene y él no duda en devolverme todos mis gestos con seguridad.

Le escucho hablar con el personal que nos acompaña, pese a que no consigo distinguir las palabras. En estos instantes los latidos acelerados de mi corazón inundan mis oídos, impidiéndome prestar atención a algo más.

Enrico se coloca la mochila, comprueba que el equipo funcione correctamente y luego tira de mi cadera para acortar la distancia entre los dos.

Sus labios tocan los míos en un rápido, pero apasionado beso. Una especie de cinturón rodea mi cadera y me ata a la suyas para después colocarme un casco en la cabeza junto a unas gafas raras. Recibimos unas últimas instrucciones, sin embargo, sigo si escuchar nada mientras calculo la altura en mi mente.

—Oye —me obliga a centrar mis ojos en él—, todo estará bien, lo prometo.

Me besa una vez más, ahuyentando todos mis fantasmas, arrebatándome la consciencia casi por completo. Entonces, un viento muy fuerte me azota la piel junto a una sensación de vértigo en el estómago. En ese preciso instante me doy cuenta de que nos ha lanzado al principio sin previo aviso y dejo escapar el más agudo de los chillidos.

Princesa de AceroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora