40. RESISTENCIA Y RENDICIÓN

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Stella Di Lauro

Por más que me desgasto la voz, es inútil. Enrico no me suelta, no me deja salir y pese a que se lleva unas buenas patadas, golpes y hasta arañazos, mantiene el agarre mientras me sube a un avión.

Esto es demasiado. ¿A dónde leches piensa llevarme? ¿Cómo es posible que mi familia haya permitido semejante barbarie?

—¿Puedes estarte tranquila, joder? —profiere fastidiado.

—No voy a ir a ningún lado contigo —sigo en lo mío con mis protestas a la vez que él me ata a uno de los asientos—. ¡Suéltame!

—Ya te dije que no tienes escapatoria —reitera—. El avión está a punto de despegar, así que deja de forcejear y resígnate.

—¡Jamás! No te atrevas a encender esta máquina, Enrico Falconi —amenazo encrispada. Consciente de que todos mis esfuerzos son en vano— porque me tiro en paracaídas.

—Veo que le has perdido el miedo a las alturas —pronuncia con mofa—. Deberías agraderme por ello.

—Lo que haré será asesinarte con mis propias manos —le ataco con la furia en su punto máximo—. Voy a arrancarte la cabeza y se la daré de comer a las pirañas. ¡Payaso!

—Por favor, princesa —continúa con el mismo tono burlón y algo sarcástico—, no seas tan explícita con tus demostraciones de amor.

—Te vas a arrepentir. ¡Juro que...! —la frase queda a medias y de inmediato es sustituida por un agudo gritito cuando siento que nos movemos.

Vamos a volar.

¡La madre que lo parió! Me va a llevar a solo Dios sabe dónde y lo peor es que estoy atada de pies y manos literalmente.

Lo que no acabo de entender es el porqué de todo este espectáculo. Asegura que no piensa dejarme ir, me envía regalos e intenta tocarme o besarme cada vez que tiene la oportunidad y sin embargo, se arrepiente de lo que sucedió entre nosotros.

Me va a volver loca.

«Ya estás desquiciada desde hace tiempo», objeta la voz de mi conciencia.

¡M@ldita la hora en la que fui a ese antro de perdición! ¡M@ldita mi vejiga que quiso ser vaciada en ese momento y me llevó hasta el oscuro pasillo!

—Vas a lamentar haberme conocido, Enrico Falconi —prometo—. ¡Juro que vas a arrepentirte más que de haberte acosado conmigo!

Me quedo de piedra en cuanto me doy cuenta de lo que he dicho. Se me ha escapado sin querer... y es que no me extraña. La herida todavía sangra.

Él se queda igual que yo, luego profiere un sonoro resoplido clavando sus ojos avellanas en los míos. Espero una réplica, una corrección o un simple gesto que me indique lo contrario. Sin embargo, nada llega, sino que se mantiene mirándome con fijeza imitando a una estatua de piedra.

La asistente de vuelo avisa por el altavoz que ya podemos movernos con tranquilidad y entonces, él se pone en pie para acercarse a mí y desatarme sin romper el contacto visual.

Siento su respiración en la comisura de los labios, su nariz roza la mía y ¡joder! Ya me tiene acorralada otra vez. Soy incapaz de resistirme a su cercanía. Un gesto..., un jodido gesto y ya he caído redonda a sus pies.

Las imágenes de nuestros cuerpos desnudos sudorosos fundiéndose en uno solo, atacan mi memoria de repente y un escalofrío me recorre desde la cabeza hasta la punta de los pies.

—Si me sueltas —ni siquiera sé cómo soy capaz de hablar—, te mataré.

—Creo que me arriesgaré —susurra contra mis labios.

Princesa de AceroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora