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Capítulo extra: La boda de mis sueños

Stella Di Lauro

Deslizo mis dedos por el corsé de mi vestido blanco y siento que estoy en medio de un sueño.

Contemplo mi reflejo en el espejo y me resulta casi imposible creer que soy yo. Sin embargo el aura de felicidad es inefable y sublime. Soy muy feliz.
Llegó el gran día y... ¡Joder! Estoy más nerviosa que cuando di a luz.
—Estás preciosa, mi amor —mamá se me acerca por detrás apoyando la barbilla sobre mi hombro—. Enrico volverá a enamorarse de ti en cuanto te vea.
—No lo dudo —salta mi tía—, pero los que se van a morir nada más que salgas son tu padre y tus hermanos. Debemos salir con ella, Cassie, no vaya a ser que ese grupo de trogloditas la vaya a secuestrar.
—Leah... —la reprende mi tía Wendy.
—¿Qué? —se encoge de hombros como si nada, colocando la manilla de zafiros que me regaló Federico el día del parto—. Algo azul, aunque con los ojazos esos que tienes es más que suficiente. Tu hermano tiene buen gusto.
—Lo sé —sonrío sacudiendo la mano para que la joya gire en mi muñeca a la vez que observo a la chica tímida sentada en la butaca de la esquina.
Ambas son preciosas.
Mi hermano mayor cree que su secreto está bien guardado, pero yo no me chupo el dedo y lo conozco como si lo hubiera parido. Pese a no saber a ciencia cierta qué está pasando ahí, soy consciente de que algo ha cambiado entre ellos. No es normal que uno huya del otro despavorido cuando están a menos de cien metros de distancia. Como tampoco es normal que Christina y Adriano vivan peleando día y noche como perro y gato.
Tengo muchos hermanos y los amo a todos por igual, pero Federico y el mala cabeza de Adriano son mis consentidos.
—Escuchad a mi madre —alude el demonio antes mencionado—, ella siempre tiene razón y los hombres de tu familia son unos lobos poseídos por la testosterona. Sobre todo esos cuyos nombres comienzan con "A"...
—Christina —la detiene su hermana—, no empieces. Hoy es el día de Ella, no de "odiemos al primo Adri".
—Ese idiota no es nada mío.
Tanto Kristine como yo la miramos en silencio con la mayor sutilidad posible y se calla en el acto.
»En fin, recomiendo salir en pandilla para proteger a la novia del Gen Posesivo Di Lauro —comenta dándome una nerviosa sonrisa, a sabiendas de que he descubierto su secretito sucio.
—Aquí tienes —la tía Wendy me tiende los pendientes a juego con la manilla de Fede—, algo nuevo. Lo compramos entre todas.
—Y el velo que usé en mi boda es lo prestado —concluye mi madre luchando contra las lágrimas—. Ya está, mi gorrión dejará el nido.
—Seguimos viviendo en la misma casa, mamá —pongo los ojos en blanco terminando de ajustar el obsequio—. Simplemente me voy a casar.
—¡No es cierto! —protesta buscando el pañuelo que carga de forma permanente desde hace dos semanas. Con la cercanía de la boda y la lactancia materna está más hormonal que durante el embarazo—. ¡Te vas a París!
—¡Por cinco días! —exclamo exasperada.
—¡Es mucho tiempo!
Evito morderme los labios de la frustración para no arruinar el maquillaje, pero en su lugar, dejo escapar un resoplido al mismo tiempo que el resto de las féminas en la habitación.
—Bueno, ¿podemos terminar la hora del drama para ir a casarme? —cuestiono contando hasta mil—. Mi play boy reformado ha esperado el tiempo suficiente.
—Mi niña —mi madre ignora mis palabras tirándose a mis brazos—. Perdona, pero es que esto es muy difícil. Por mucho que una se mentalice o lo acepte, nunca se está listo para dejar ir a los hijos. Y no es el hecho de vivir en casa diferentes —detiene mis protestas antes de tiempo—, es verlos hacer una vida y tener su propia familia.
—Jugaste de Cupido con Enrico y conmigo.
—Lo sé y lo volvería a hacer —sostiene—, pero lo cortés no quita lo valiente, Ella. Para mí siempre serás mi niña.
—Y tu mi mami —repongo besando su frente—. Te amo, Cassie, mejor amiga, segunda mami.
—No tanto como yo a ti, mi Princesa de Acero.
Compartimos nuestro momento especial antes de volverlo un abrazo grupal con la enorme familia que tenemos. Una que existe gracias a ella, porque esta historia comenzó el día en que la doctora Cassandra Reid atendió a mi hermano en la Sala de Emergencias y termina... bueno, no creo que termine jamás, puesto que para ello tendría que acabarse las historias de cada uno de los personajes de este libro y aquí, aunque hoy yo obtenga mi final feliz, hay Di Lauro para rato.
Me retocan el maquillaje debido a las lágrimas que se me han escapado y salgo del cuarto custodiada por el ejército femenino.
—No me armes una escena, por favor —advierto al prever las intenciones de mi padre—. Mira que ya he llorado allá adentro y no quiero más retoques de última hora.
—Oh, oh —se mofa Adriano—, me parece que alguien está ansiosa.
—No más que el novio, que debe estar cagándose en los pantalones —el otro mala cabeza de la familia de suma a la burla.
—Por su bien espero que no —interviene nuestro progenitor amenazante.
—Tranquila, hermana —Federico se acerca para envolverme en sus cálidos brazos. ¡Dios! Amo sus abrazos—, mi mejor amigo es un hombre en toda regla. Te aseguro que estará intacto y limpio en el altar.
—Lo sé —aseguro—. Me ha hecho una hija, ¿recuerdas?
—Para mí desgracia —mi padre responde por él—, aunque o sabes cuánto me gustaría olvidarlo.
—Papá...
—Aún estás a tiempo, Ella.
—Papá...
—Tengo un auto listo y el avión...
—¡Papá! —insisto escondiendo mi diversión. Alexa Juliette no sabe lo que le espera—. Desiste de una vez. Enrico Falconi será parte de la familia quieras o no, porque para empezar, es el padre de tu nieta.
—¿Cómo quieres que lo olvide si no dejas de recordármelo? —bufa.
—Además —ignoro sus desvaríos—, fuiste tú quien insistió en primer lugar en que nos casáramos desde que empezamos a salir.
—Sí, pero ese idiota me ha hecho tragarme cada una de mis palabras... —se calla de repente mirando en derredor—. Olvidemos lo que acabo de decir —advierte paseando la vista por cada uno de sus hijos—. Aquí no ha pasado nada, ¿de acuerdo?
—Quiero una Ducati nueva —cometa Adriano como si nada.
—Yo ir con la abuela a la Conferencia del Canciller —el taciturno de Pietro abre la boca por primera vez.
Es callado, pero el muy listo sabe muy bien cuándo abrir la boca.
—En mi clase todos han empezado la práctica del boxeo —salta el menor.
—Yo con que saques un tarro de nutella me doy por bien servido —Federico alza los brazos en señal de inocencia—. ¿Qué? Mamá se los ha quedado todos. El embarazo ya pasó hace tres meses y sigue hormonal.
—Muy graciosos —sonríe nuestro padre, sin embargo, el gesto no le llega a los ojos—. Id a vuestros puestos antes de que ostenta corte las orejas a todos. ¡¿A qué estáis esperando?!
El bramido los hace pegar un brinco del tirón y se mueven frenéticos para darme un beso rápido en la mejilla antes de volar por el pasillo.
No puedo evitar reír por lo bajo. Podemos cumplir cuarenta años y aún así, seguiremos huyendo despavoridos ante la imponente voz del Magnate de Acero.
»No es gracioso.
—Sí lo es —objeto aceptando su antebrazo.
—Acabemos con esto de una buena vez. Tu madre y las desquiciadas de sus amigas han montado un buen circo.
Observo en derredor la decoración del lugar. Al final, nos decidimos por una boda al estilo medieval. Enrico es mi caballero de brillante armadura pese a tener la apariencia de un play boy sin alma y yo soy su princesa. Ambos nos merecemos una ceremonia de cuentos de hadas en el Antiguo Castillo Florentino, ubicado en las colinas de Florencia.
—Lo dice el hombre que planeó una renovación de votos en medio del pasillo de un hospital —le recuerdo burlona.
—No se lo vayas a decir a nadie, Ella —suspira mientras me guía hasta la puerta. En cuanto la crucemos, estaremos desfilando por la alfombra rumbo al altar—, pero de mis hijos eres la que más se parece a mí.
—Tranquilo —le beso la mejillas—, eso queda entre nosotros.
Le sigo el juego, pese a intuir que todo el mundo lo sabe. Después de todo, no por nada me llaman la Princesa de Acero.
A medida que avanzamos por la fila de invitados, mis hermanos vestidos de caballeros alzan sus espadas para recibirnos, recreando la época mientras que yo sonrío como tonta. Todo es justo como lo soñé.
Nos detenemos a mitad de camino, mamá me da la bendición antes de unir su mano a la de su marido, dejándome sola rodeada de armas ficticias y arreglos florales.
Entoces, de repente aparece mi caballero, con su capa desafiando al viento, su preciada espada en la cintura y mi pañuelo blanco en su mano derecha. Se acerca a mí y con la rodilla hincada en tierra, me regala unas bonitas palabras mientras toma con la mayor delicadeza posible mano para llevarme hacia el altar.
—Ahora sí, princesita —murmura pegado a mi oído—. Legalmente mía.
De reojo busco el bulto entre los brazos de la abuela y la pequeña Ellia ríe alzando sus manitas como si pudiera notar mí mirada.
Fui una bebé desafortunada al perder a mi madre cuando nací, pero me volví una niña afortunada al encontrar el mejor de los reemplazos a los cinco años y ahora, soy una mujer completa, privilegiada y feliz, porque tengo todo lo que quiero en mis manos. Ha sido difícil, a veces doloroso, otras frustrantes, pero cada segundo ha valido la pena.
—Tuya —reitero deslizando el anillo por su anular y dejar los labios suspendidos sobre los suyos por unos instantes—, por y para siempre, Falconi. 

Princesa de AceroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora