Stella Di Lauro
¡Me cago en la leche y en mi propia madre!
La voy a matar. Los voy a matar a los dos. ¿Cómo se le ocurre hacerme una encerrona?
Ella orquestó todo esto junto al energúmeno frente a mí, porque sí, lo sentó junto al frente sin importarle desplazar a Adriano a otro sitio.
—El proyecto de Sudáfrica va muy bien —continúa Dawson con su disertación a la cual todos parecen prestar atención—. Estamos explotando la energía solar y muy pronto tendremos la eólica para las pequeñas empresas que pensamos construir.
—Su trabajo y compromiso es admirable, señor Dawson —le adula mamá mientras veo cómo Enrico disimula una mueca de desagrado.
Si algo bueno puedo sacar de esta situación es su cara de fastidio. Al parecer, las cosas no están marchando como él tenía planeado. Y es que mi madre podrá ser su amiga o apoyarle en sus tretas, pero no le pondrá el camino fácil. Aliarse con Cassandra Di Lauro es jugar con un arma de doble filo.
—Ah, tonterías —el inglés hace un gesto con la mano para quitarle importancia. Sin embargo, luce complacido con el cumplido—. Ojalá pudiera hacer más. Por mucho dinero o privilegios que poseamos, jamás debemos olvidar a los que están debajo y nos necesitan. Es nuestro deber ayudarles.
—¿Quiere decir que las personas menos favorecidas están por debajo de nosotros? —interviene el play boy pervertido con inquina.
«Aquí viene el tercer enfrentamiento de la noche»
De cualquier tema que sale a la luz, estos dos lo vuelven una competición.
—Bueno —el señor Dawson ladea la cabeza antes de beber de su copa—, nos guste o no es así. Es ley de vida, señor Falconi. Por mucho que queramos modernizar la sociedad, el estatus social se impone.
Sus palabras me dejan un mal sabor de boca y mucho más con el tono de superioridad que muestra. Observo que a más de uno le desagrada también el comentario, pero ninguno de nosotros se atreve a decir nada.
—En ese caso, Adriano o yo mismo estaríamos por encima de usted —rebate el Falconi con el enfado mal disimulado por una sonrisa ladeada—. ¿Significa eso que debemos ayudarlo? ¿Hay algo que necesite, señor Dawson?
—Agradezco su preocupación, señor Falconi —repone el aludido con reticencia—, pero tengo todas mis necesidades cubiertas.
—¿Seguro? —Enrico no desiste de su empeño—. Podría hacerle uno que otro favor. Tal vez le gustaría fundar su propia empresa en vez de trabajar para otros. Ah, no —añade con rapidez—, cierto que su especialidad es cazar millonarios que inviertan en sus ideas surrealistas.
—¿Llama surrealista a mis esfuerzos por contribuir a mejorar la situación de los más desfavorecidos?
—No, me refiero a las formas y a su corta visión del futuro —aclara el italiano—. Debería buscar alternativas para darle medios a la población para valerse de sí mismos: estudios, empleos, su propio sistema de abastecimiento... Pero claro, es mejor entregarle los recursos en las manos y alardear de haber contribuido a eliminar el hambre y la pobreza del mundo.
—¡Yo jamás he alardeado! —salta ofendido el extranjero.
El resto de la familia se queda en silencio contemplando el espectáculo. Incluso Gibson, quien pasea la vista de un lado a otro sin entender un pepino, disfruta del espectáculo.
—No, solo se ha encargado de mostrar superioridad por el simple hecho de haber nacido en un país diferente y bajo circunstancias más favorables —continúa el enfrentamiento verbal—. Lo que me lleva a cuestionarme si sus acciones son movidas por la simpatía o por sentirse bien consigo mismo.
ESTÁS LEYENDO
Princesa de Acero
Lãng mạnElla ha decidido seguir los pasos de su padre y convertirse en la empresaria joven más exitosa de Italia. Por supuesto, para llegar a donde está, debe hacer pequeños sacrificios. Su prioridad número uno es el trabajo, por tanto, para ella no existe...