Stella Di Lauro
«El tipo de la barra»
La imagen de hace unos segundos vuelve a mi cabeza a la vez que unos dedos rozan la zona desnuda de la cintura que no cubre el vestido.
Por un instante pierdo el control de mi cuerpo mientras Halsey me envuelve con su voz al ritmo de "Not Afraid Anymore". No sé lo que me pasa, no soy consciente de nada y el calor no hace más que aumentar hasta hacerme sudar.
«¿Estoy bailando?»
Un agudo gemido llega a mis oídos acompañada de un grito más varonil y entonces, vuelvo a mis cinco sentidos en el acto.
«¿Pero qué leches estoy haciendo?»
Le doy un empujón al sujeto y logro lanzarlo contra la pared debido a la sorpresa de mi inesperado movimiento.
—Al parecer no te ha quedado claro, bonito —espeto mosqueada y desconcertada por completo a causa de lo que acaba de suceder... y de lo que pudo haber sucedido—. Yo no acepto bebidas, ni invitaciones indecorosas, ni acercamientos de ningún tipo de un desconocido.
La poca iluminación no me deja verle y maldigo para mis adentros. Me encantaría verle la cara para rompérsela si algún día vuelvo a encontrármelo.
Él intenta atraparme y yo me alejo con rapidez por puro acto reflejo antes de salir corriendo.
«¿Qué clase de pervertidos vienen a este lugar?»
Ahora sí Federico y Adriano Di Lauro pueden darse por hombres muertos.
Llego a la mesa con la furia en su estado máximo, tomo mi bolso en mano y localizo a mis acompañantes en la barra bebiendo con cuatro mujeres para después marcharme sin mirar atrás.
"Espero que disfrutéis el camino de vuelta a casa, gilipollas"
Le doy «enviar» al mensaje antes de arrancar el coche.
Vinimos juntos y a menos que pasen la noche en ese antro de perdición, tendrán que volver a pie. Ningún servicio de taxis funciona a esta hora y ciertamente dudo que las "bailarinas" tengan auto propio.
Bajo la ventanilla y dejo que el aire templado me dé un poco de sosiego y ya en casa, me siento un poco más calmada.
Me meto bajo la ducha caliente antes de caer rendida en la cama como hace mucho tiempo no lo hacía.
Mis hermanos al parecer se quedaron en el club, porque a la mañana siguiente no aparecen en el desayuno.
—Bueno ¿y cómo terminó el cumpleaños? —mi madre lanza la preguntar que llevo evitando la última hora—. ¿Te divertiste con tus hermanos?
—No estuvo mal —me encojo de hombros mientras le doy un sorbo a mi café. El pasillo sin luces viene a mi cabeza junto a la voz varonil atrevida y me veo sonriendo. Ayer estaba cabreada, pero hoy me parece una pequeña aventura para recordar dentro de unos años—. Fue... diferente.
—Me alegro. Adriano guardaba razón después de todo.
—No me hables de ese desvergonzado a esta hora de la mañana, por favor —pido con un tono neutro para que no perciba mi enfado. Esos dos traviesos mal hermanos me las pagarán.
—Vale, recuerda que las entradas de la obra de teatro es para el sábado en la noche.
—De acuerdo —me levanto para darle un beso en la mejilla—. Prometo dejar que me lleves de compras en la mañana.
—¿Quién tiene la mejor hija del mundo? —inquiere ella con un ridículo puchero de niña pequeñas mientras Pietro y Gibson se pelean por la última tortita con sirope de chocolate.
En serio, en mi familia tenemos un gran problema con el chocolate. Aunque es Federico quien encabeza la lista de los más adictos de manera indiscutible.
Al final, el bueno de Pietro le cede la tortita a Gibson y este último, bajo la severa mirada de papá, la pica a la mitad para compartirla con su hermano mayor.
Amo a mi familia y amo a mis padres.
—Pues tú —le sigo el juego y la vuelvo a besar.
Me despido de mis hermanos adolescentes antes de salir junto a papá.
—¿Estás lista, socia? —cuestiona mi padre en el coche mientras el chofer aparca frente a nuestro edificio—. Hoy nos reuniremos con el dueño de la marca de autos.
¿Lista para ver al libertino derrochador jugar al empresario serio? Ni de coña.
Intentaré no bostezar o vomitarle encima mientras le escucho.
—Sabes que no apruebo ese proyecto, papá.
—Y hoy tendrás la oportunidad de exponer tus razones, como socia y como Gerente de Finanzas.
—Entonces estoy lista, señor Di Lauro.
—Así me gusta.
Apenas llego me enfrasco en el trabajo, comenzando por el proyecto de la colección de coches de carreras.
Tengo que encontrar los puntos débiles de la propuesta para trazar mis argumentos. Sin embargo, el vibrar del móvil interrumpe mi labor.
—¿Qué has hecho con mi auto? —mi hermano ni siquiera me deja saludar.
—Lo saqué a pasear —respondo con mofa—. No te preocupes, lo tendrás de regreso intacto en la tarde... o tal vez no. La verdad es que con esos cócteles que me disteis anoche no recuerdo mucho lo que hice.
—Si lo has chocado...
—¿Qué? —le corto con expresión desafiante—. Es lo menos que te mereces por llevarme a ese nido de pervertidos y abandonarme por un par de strippers.
—Te llevé a divertirte.
—¡Pues no lo hice! —protesto—. Tú y yo tenemos gustos diferentes, Federico. Al parecer se te ha olvidado.
—Ella...
—No te preocupes, yo no olvidaré encerrarte en el armario el día tu cumpleaños, capullo. Ah —añado con rapidez—, dile a tu querido hermanito que se prepare, porque a él también se la cobraré.
Cuelgo sin dejarle hablar. Lo que Federico no sabe es que el coche está en la misma casa, escondido en la vieja cochera. Cuando se me olvide la noche anterior se lo devolveré.
«Eso no sucederá», salta mi fuero interno.
—Jodida vocecita del demonio.
—Señorita Di Lauro —mi secretaria irrumpe en la oficina—, la esperan para la reunión.
—Gracias, Rita —le regalo mi mejor sonrisa, pues soy consciente de que ayer no la traté de la mejor manera.
Emito un pequeño resoplido antes de tomar la carpeta con el informe del proyecto e ir hacia la Sala de Juntas.
—Ahí está —mi tío Pietro me recibe al ingresar al local—. La joya más preciada de la empresa —besa el dorso de mi mano como todo un caballero a la vez que yo le saludo de vuelta—. Ella, te presento al señor Falconi.
Observo a mi padre de reojo a mi padre antes de enfocarme en el susodicho.
¡Dios! Las cámaras no le hacen justicia. No se puede negar que el muy jodío es demasiado guapo para ser real.
—Un placer, señor Falconi —extiendo mi brazo a modo de saludo a la vez que finjo mi mejor sonrisa—. Stella Di Lauro.
—El placer es todo mío, Stella —nuestras pieles se tocan y una sensación muy extraña me sacude de repente, como una especial de dejá vù.
«¡Oh, por Dios!»
«Esa voz»
La he escuchado antes, muy de cerca.
«No, no, no»
El sujeto se acerca un poco más, llegando a invadir mi espacio personal para susurrar:
—Dime, ahora que nos conocemos, ¿me aceptarás esa copa de vino?
Es él, el desconocido de anoche. El hombre con el cual bailé anoche es nada menos que el jodido Enrico Falconi.
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Princesa de Acero
RomanceElla ha decidido seguir los pasos de su padre y convertirse en la empresaria joven más exitosa de Italia. Por supuesto, para llegar a donde está, debe hacer pequeños sacrificios. Su prioridad número uno es el trabajo, por tanto, para ella no existe...