20. CUANDO DEJAS DE LUCHAR

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Stella Di Lauro

—¿Cómo? —juraría que la pregunta se le escapa sin que pueda detenerla.

—Me has oído bien la primera vez —le corto el rollo—. ¿Cómo has sabido que vendría? ¿Acaso el traidor de mi hermano te lo dijo?

—¿Piensas que te he seguido? —pregunta incrédulo. El muy bastardo le hace competencia al grupo en el escenario con su actuación. Lástima que yo no caiga en sus tretas—. ¿Por qué habría de hacerlo?

Una sonrisilla discreta escapa de mis labios a la vez que mi mal humor empeora.

—Veamos —expongo como si estuviera a punto de dar una conferencia—, tal vez sea por el hecho de que no has dejado de perseguirme desde el día en que nos conocimos. También puede ser porque un hombre como tú ha venido a ver una de las obras más feministas de todos los tiempos… solo.

—¿Un hombre como yo? —el muy idiota parece divertido—. Afirmas una y otra vez que soy un desconocido para ti y sin embargo, pareces tener una concepción muy bien formada sobre mí.

—En algo tienes razón, creo que ya te conozco los suficiente como para quererte lejos.

«Mentirosa», salta una vocecita en mi cabeza de manera repentina.

—Bueno, ¿entonces me aceptarás esa copa de vino?

—Jamás —respondo de forma automática—. Ni en tus mejores sueños.

Bueno, teniéndolo tan cerca no es un buen momento para mencionar la palabra «sueños».

—¿Por qué?

—Porque no quiero.

Nuestras miradas se enfrentan en una batalla campal donde solo uno podrá ganar. Y para mí sorpresa, él me cede la victoria sin molestia alguna.

La sonrisa me muestra su perfecta dentadura y a su vez, enciende los motores de una locomotora en mi estómago, hasta sentirme un punto de echar humo por los oídos al mismo tiempo que me sonrojo.

—Tus razones para creer que he venido hasta aquí son válidas —habla por fin—, pero me temo que te equivocas. He quedado con alguien y al parecer no vendrá, porque ya se ha demorado demasiado.

—Tu cita te ha dejado plantado —mantengo una sonrisa estoica mientras por dentro me siento como un globo al que acaban de pinchar y se desinfla poco a poco.

¿Pero qué me pasa? ¿No debería estar contenta porque ha decidido poner sus ojos en otra parte?

¿Tan rápido se aburrió de mi persistencia?

Dos semanas: ese es el tiempo que le ha durado su fijación. Quizá el beso de ayer no fue muy bueno y se dio cuenta de que no soy lo que buscaba.

«¿Y a mí qué?», me reprendo.

«Mejor para mí. Así sale de mi vida y me deja en paz de una vez. Justo lo que quería»

«¿Eso es lo que en verdad quiero?», salta otra voz. 

Mi cabeza es un hervidero. Es como si fuera una de esas caricaturas con dos voces en la cabeza; una que me incita al pecado y otra que me contiene. Ya se me ha frito el cerebro. ¡Estoy más loca que Harley Queen!

—Algo así —ladea la cabeza con una expresión misteriosa. ¡Ni que a mí me importara!

—Podría decirte que lo siento y darte una palmadita en la espalda a modo de consuelo —expreso con fingida amabilidad—, pero mis padres me enseñaron desde pequeña a no decir mentiras.

Princesa de AceroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora