Stella Di Lauro
Las piernas me flaquean al mismo tiempo que un par de esposas cubren las muñecas del hombre que amo y entonces, reacciono.
—¡No! —me tiro a su pecho, negándome a dejarle ir.
—Ella...
—¡No! ¡No os lo vais a llevar!
—Estaré bien —asegura él un susurro antes de besarme la frente—. Lo prometo.
Volteo a verle y apenas me da tiempo a besarle antes de que se lo lleven como si fuera un criminal.
Mamá tira de mi mano y me envuelve entre sus brazos en tanto sollozo sin parar. Lo suben al auto de la policía frente a mis ojos sin que pueda hacer nada y eso es peor.
—¡Ella! —escucho el gemido de mi madre cuando las piernas se me debilitan, arrojándome al suelo.
Reconozco el aroma de mi hermano mayor, quien me sostiene a tiempo de evitar la caída y me sube a un coche. Soy consciente de que hablan conmigo, pero yo no distingo ninguna voz, ninguna palabra, ninguno de los golpes que me dan buscando hacerme reaccionar. Solo tengo un pensamiento: Enrico.
Unos latigazos me azotan el estómago como si fuera atravesado por cientos de cuchillos y lloro con mayor fuerza.
—¡Ella, mírame! —la feroz sacudida de mi padre me saca de mi estado catatónico—. Tienes que calmarte.
—¡Se lo han llevado!
—Lo sé —acuna mis mejillas con sus manos—. Sabíamos que existía esta posibilidad, así que ahora toca resistir, ¿vale?
—¿Lo vas a sacar de ahí?
—¿Por quién me tomas? —me da una ligera sonrisa antes de abrazarme—. Soy el Magnate de Acero, no lo olvides.
—Júramelo, papá —pido suplicante y a la vez con determinación—. Júrame que saldremos de esta.
—Lo juro, bella ragazza —contesta con la seguridad que necesito en este preciso instante—. No hay nada imposible para mí ni fuera de mi alcance, ¿recuerdas?
Llegamos a la estación y me bajo del vehículo a la velocidad de la luz, sin embargo, debo esperar una eternidad para que me dejen verlo.
Me muevo de un lado a otro observando el suelo, sintiendo aquella comisaría demasiado pequeña. El aire se me escurre de los pulmones sin retorno alguno y pronto comienzan las fatigas, la tos, la desesperación.
Reconozco los síntomas, mi madre también y por ello empalidece con el pánico reflejado en su expresión. Entonces, se desmaya en su sitio, poniendo a todo el mundo a correr.
Sabemos que estos episodios son normales debido a su enfermedad, pero aún así nos preocupamos. Dadas las circunstancias cualquiera se desmayaría. Me toca socorrerla junto a Carina y mi tía. Lo bueno es que la crisis pasa y mi inicio de ataque de ansiedad también.
Papá aparece junto a mi tío con expresiones nada alentadoras y me obligo a sentarme. El mundo gira a mi alrededor mientras mi cerebro se niega aceptar la realidad.
Me digo a mí misma que no está pasando, que es una pesadilla, que estoy en una dimensión paralela... Sin embargo, el constante zumbido en el oído y las punzadas en el abdomen indican todo lo contrario.
—Ella...
—¿Qué tan malo es? —corto el intento de consuelo. A mí nadie puede darme eso en estos momentos—. Y no te molestes en darme rodeos o palabritas suaves. Quiero la verdad.
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Princesa de Acero
RomansaElla ha decidido seguir los pasos de su padre y convertirse en la empresaria joven más exitosa de Italia. Por supuesto, para llegar a donde está, debe hacer pequeños sacrificios. Su prioridad número uno es el trabajo, por tanto, para ella no existe...