Enrico Falconi
La sonrisa no se borra de mi rostro mientras la Princesa de Acero expone sus ideas acerca del proyecto. Aunque habla con todos en general, sé a la perfección que sus palabras vas dirigidas a mí. Me está desafiando y yo con gusto acepto el reto.
Es evidente que el haberme conocido en persona y darse cuenta de que soy el mismo hombre de anoche le ha afectado. ¿De buena o mala manera? Eso no lo sé, pero sé que no le soy indiferente. Pude sentirlo anoche.
Mi intuición no se equivocaba. Las piernas no es lo único espectacular en ella. El cabello azabache le cae sobre los hombros como cascadas, el flequillo resalta las fracciones de su rostro. Los ojos azules junto a las curvas impresionantes de su cuerpo la convierten en una obra de arte exclusiva y muy tentadora.
—Según la propuesta que trae el señor Falconi —continúa su entretenida disertación—, nosotros nos encargaremos de la parte financiera en tanto vosotros manejáis el diseño y distribución de la colección.
—Es correcto —reafirmo con una sonrisa. La mujer lleva media hora intentando rebatir cada uno de mis planteamientos. Es evidente que no he comenzado con un buen pie—. Estará de acuerdo conmigo en que cada uno debe centrarse en lo que mejor sabe hacer.
—Me parece bien —alega ella—, en lo que no estoy de acuerdo es en el reparto de beneficios.
—Señorita Di Lauro —oculto mi risa tras una leve tos—, ¿debo recordarle que somos nosotros los dueños de la marca?
—No —muestra una sonrisa que forma unos adorables hoyuelos en sus mejillas. ¡Por todos los cielos! Esa mujer es demasiada tentación para cualquier hombre. ¿Cómo es que sigue soltera?—. Al parecer sois vosotros quienes habéis olvidado que los mayores inversores somos nosotros y pese a la fama que ya posee vuestra marca, nuestra empresa será quien impulse esta colección al mercado americano.
—Somos una marca consolidada a nivel mundial —le recuerdo al mismo tiempo que desvío la mirada hacia sus labios. La noche anterior me quedé con las ganas de probarlos.
Me confié. Creí que la tenía en mis manos y cuando menos lo esperaba, me empujó para salir huyendo. Al parecer la princesita es un hueso duro de roer, pero todavía no ha nacido fémina que se resista ante mis encantos. De una manera u otra todas terminan cayendo.
Stella Di Lauro me rechazó una vez y estoy seguro de que en este precio instante se arrepiente.
—Pero el modelo es nuevo —aclara ella imponente—. Jamás habéis diseñado coches de carreras y en consecuencia, os enfrentais a un nuevo público objetivo. Los posibles clientes jamás han probado vuestro producto y por ello, se lo pensará dos veces antes de comprarlo.
—Vaya —exclamo con fingido asombro. Algo que no pasa desapercibido para ninguno de los presentes—, pensé que era Gerente de Finanzas, señorita Di Lauro, no de Marketing.
—Sé un poco de todo —se encoge de hombros a la vez que deja ver una sonrisa muy segura de sí misma. Lo que ella no sabe es que con esa actitud luce mucho más atractiva ante mis ojos—. No debería sorprenderle, teniendo en cuenta que además de dirigir un Compañía de gran escala, protagoniza las portadas de casi todas las revistas del continente.
Escucho a más de uno toser o jadear mientras yo me mantengo relajado en mi asiento bebiendo un sorbo de mi agua con gas.
—Bien, haré una pequeña concesión —concilio, tomando por sorpresa a los colegas que me acompañan—. Os ofrezco un treinta y cinco por ciento de las ganancias netas en vez del veinticinco.
—Cincuenta por cielo —establece, robándome una pequeña carcajada.
—Es usted muy divertida, señorita Di Lauro —le señalo con una mano—. Por ello seré generoso y aumentaré la oferta a un treinta y siete por ciento.
—Cincuenta —insiste.
—Cuarenta —rebato.
—Cincuenta.
«Menuda testaruda»
—Cuarenta y cinco y es mi última oferta.
—Cincuenta por ciento o nada, señor Falconi.
Su petulancia ya no me parece tan divertida. Por mucho que la quiera en mi cama, no voy a ceder. Los negocios son una cosa y el placer otra muy distinta.
—No voy a darle la mitad de las ganancias —dejo claro con un tono más serio.
—Entonces, creo que no tenemos nada más que discutir —el salón se queda en silencio por unos minutos, tal vez esperando a que alguien la corrija. Sin embargo, nadie contradice a la dueña de la empresa—. Ha sido un placer conoceros.
«Ciertamente lo dudo»
La despedida entre todos resulta bastante cordial a pesar del descontento por ambas partes. Este es un proyecto que nos favorece a los dos equipos incluso con el veinticinco por ciento de participación que tenían los Di Lauro en un principio multiplicaban lo invertido más de diez veces.
Antes de enviar la propuesta al Magnate de Acero, estudié muy bien su empresa y modus operandi. Cubrí todas las posibilidades de tal manera que no pudiese rechazarla. Aquí estamos han de millones de euros. Por supuesto, no había contado con la listilla de su hija.
—Lamento no haber podido llegar a un acuerdo, señor Di Lauro —me despido del susodicho.
—No se preocupe, no se puede lamentar lo que no se ha perdido.
—¿Cómo? —mascullo descolocado.
—Consúltelo con la almohada, le daré una semana para pensarlo.
«Ya veo a quién salió la princesita»
Me despido del hombre antes de marcharme junto a mi agente de prensa y al vicepresidente de la compañía.
—Joder —exclama Darío—. No puedo creer que no lo hemos conseguido. ¡Qué chica tan dura! Lo que tiene de guapa lo tiene de petulante. Ya veo por qué no tiene novio.
—Amigo mío —le tomo de los hombros—, tienes que aprender a entender a las mujeres.
Bien, voy a por la segunda ronda en este mismo instante.
—¿Oye, a dónde vas? —pregunta el ejecutivo al verme volver sobre mis pasos.
—He olvidado algo —respondo para luego acercarme a la recepcionista y preguntarle la dirección de la oficina de Stella Di Lauro.
Los dioses me acompañan cuando me encuentro el sitio de la secretaria vacío y voy directo hacia la puerta.
—Hola, princesita.
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Princesa de Acero
RomanceElla ha decidido seguir los pasos de su padre y convertirse en la empresaria joven más exitosa de Italia. Por supuesto, para llegar a donde está, debe hacer pequeños sacrificios. Su prioridad número uno es el trabajo, por tanto, para ella no existe...