1.HAZME TUYA

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Antonella

Bebo un sorbo de mi «sex on the beach» mientras observo el panorama de un lado a otro.

—¿Y...? ¿Ves algún prospecto? —mi amiga me pregunta con la mirada llena de esperanzas, pero su ilusión se desinfla cuando niego con la cabeza—. ¡Antoooo!

—Lo siento, ¿vale? —incluso yo me enfado conmigo misma—. ¿Qué quieres que le haga si no me atrae ninguno?

—Tiene que haber al menos uno —insiste ella—. Esta es la discoteca más exclusiva de Londres y la pista está llena de tipos buenorros.

—Lo siento, Hanny...

—Pues siéntelo más y ¡diviértete! Despídete de Inglaterra a lo grande —Hanny me señala la pista de baile—. Disfruta de tu libertad mientras puedas, porque una vez que estés en manos de tu sobreprotectora familia no podrás salir ni a la esquina.

—Tienes razón —dejo escapar un gran suspiro—. Y te juro que quiero. Tengo que perder la virginidad antes de regresar a Italia.

—Entonces bébete lo que te queda en la copa, pide otra y ven a bailar.
Le hago caso y perdiendo el sentido del tiempo, me dejo llevar.

—¡Estás borracha! —mi amiga canturrea señalándome con su dedo y burlándose.
Yo me río. No puedo parar de hacerlo. Me siento tan relajada en este sitio. Es increíble el poder que tienen cinco «sex on the beach», dos margaritas y la música de David Guetta. Siento que cada canción que ponen es mi favorita, que todos los olores son mis preferidos y que la noche es ideal para deshacerme de todas mis inseguridades y mis límites.

—No estoy borracha —reclamo trastabillando—, estoy achispada —se me escapa una risita a mandíbula batiente.
¡Sí, estoy borracha!

El vestido que llevo me empieza a molestar. Tengo calor y la música sube mientras salto dando vueltas con los ojos cerrados y mi copa en alto. Estoy tan ida que mis padres se morirían si me vieran. Pero al menos soy feliz, no pienso en nadie, no odio ni quiero a nadie, no está ahora aquí.

—Si el troglodita de tu papi y la pija de tu madre te vieran, ¡te desheredan!

Hanny se ríe disfrutando junto a mí y pego nuestras copas para brindar antes de decir:

—Pues brindemos porque no me puede ver nadie de mi estirada familia.

La noche sigue avanzando y disfruto de lo lindo cada segundo. Las luces me hacen cerrar los ojos y vivir intensamente cada canción. Voy dando vueltas por todos lados, mezclándome con todos y disfrutando como si no hubiera un mañana.

—Oye —me aborda Hanny—, ¿te importa si me voy un rato con aquel chico? Estaré cerca, solo quiero darle mi número, unos besos y...

—¡¿Y un revolcón...?! —asiento entre carcajadas y ella se aleja pegando pequeños saltitos.

Yo sigo metida en mi baile cuando entonces un aroma me golpea el rostro de sopetón.

«Ese perfume yo lo conozco.»

Lo sé, hay muchas personas en el mundo que compran el mismo, pero es que yo le huelo a él, siento que es el suyo. Quiero creer que está aquí y entonces todo se vuelve más real cuando unas manos me toman de la cintura y alguien me sostiene desde atrás.

—Llevo mucho observándote —una voz me susurra al oído—. Eres la mujer más hermosa del lugar. ¿Cómo puedes estar sola?

Soy consciente de que ya me tiene en sus manos.

Me ha llamado «mujer», no «niña», ni «mocosa», ni «incordio».

—Eres muy alto —farfullo nerviosa.
Nos ponemos a bailar al ritmo de la música y me enciende sentir que está detrás de mí, por encima de mi cabeza, dominando cada uno de mis movimientos. Nunca me había sentido así antes, tan desinhibida y entregada a un extraño. Alguien que ni siquiera veo bien...

«Mejor así.»

Mi amiga me observa desde lejos y alza los dos pulgares en mi dirección en señal de aprobación. Yo ya estoy embobada con este hombre que me mantiene presa en sus brazos, susurrándome al oído frases que no entiendo, pero que me ponen el corazón a cien solo con el tono de su voz.

—Me recuerdas a alguien que conozco —digo de pronto.

—¿Ah sí? —escucho su voz ronca y extraña. Pero de alguna forma me suena familiar.

«El poder del alcohol.»

—Sí —recupero mi triste determinación—, pero no puedes ser él —me río bajito de mí misma—. Porque él me odia.

«Nunca te he querido, no te soporto, aléjate de mí.»

No... Él nunca me tocaría así, ni me hablaría al oído... No pasaría su nariz por mi cuello, ni sus manos por mis caderas. Él no me desearía y jamás... jamás me haría suya. Él solo puede despreciar lo que yo le ofrezca y llamarme niñata.

«¿Por qué no te vas a jugar a las casitas y me dejas en paz?»

Esa maldita palabra no deja de atormentar mi endeble sentido de la cordura. Sin embargo, no me importa, esta noche será la última noche en la que cargue con ese lastre que me vuelve una niña ante sus ojos.

¿Por qué me sigo haciendo esto?

Es como si sus duras palabras no salieran de mis sistema, como si aquello no pudiera dejar de atormentar mi ego.
Casi puedo oírlo gritar su desprecio hacia mí otra vez. Cuando vuelva a Italia, mañana, seré la mujer inaccesible a la que no tendrá que soportar más. Gimo al sentir la nariz del desconocido en mi cuello, sus manos en mis caderas y su paquete entre mis nalgas.

«¡Oh, Dios mío, parece una roca!»

—Me muero por hacerte mía —masculla mordiendo el lóbulo de mi oreja. Me arranca otro gemido—. Yo puedo convertir tus deseos más oscuros en una realidad. Dime, piccolina, ¿quieres ser mía?

¡Dios, Dios, Dios
Me siento embelesada con la manera que tiene de hablarme, de convencerme de hacer algo que me muero por hacer y que él señor nos coja confesados, porque solo puedo asentir entre jadeos cuando me da la vuelta y pega su boca a la mía.
Me come a besos mientras  clava sus ojos azules en los míos... Lo único que me muestra de sí mismo y tenían que ser tan parecidos a los de ese indeseable.

—Hazme tuya, enorme extraño... —indico sin filtros—. Haz conmigo todo lo que quieras... Simplemente no pares de hacerlo.

—No pienso hacerlo, piccolina. No pienso hacerlo.

Y entonces me toma de la mano, me lleva con él por un pasillo de empleados y entiendo que este sitio es suyo o trabaja en él, no lo sé. Al final entramos en un ascensor y apaga las luces para que no le vea. Una idea excelente porque en mi cabeza, mientras este extraño me desanda el cuerpo con los dedos y los labios, yo puedo imaginar que me lo hace la persona que más me odia en el mundo, un hombre que está prohibido para mí y que, por sobre todas las cosas, debería mirarlo como uno más de mis hermanos.

Princesa de AceroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora