17. LA HORA DE LAS CONFESIONES SE ACERCA

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Stella Di Lauro

El desayuno familiar resulta bastante caótico como siempre, pero divertido. Sentarme a la mesa junto a mi familia es una de mis partes favoritas del día.
 
—¿Quién se ha comido la última dona de chocolate? —exclama Fede insultado.

—¡Ha sido el monstruo de los chocolates! —responde el más pequeño de la casa y casi al instante, las miradas de todos se enfocan en él.

Gibs me recuerda tanto a Adriano que me da dolor de cabeza imaginármelo con sus travesuras y problemas de faldas en un par de años. La única diferencia entre ellos parece ser que el menor tiene una mente más infantil y menos sucia, pero no tengo dudas de que dentro de poco se pondrá al día con ello. 

Ahora me gusta mucho el toque de inocencia que contrasta con su característica picardía. Aunque él y Pietro ya tengan trece y quince años respectivamente, siempre serán los niños de la casa.

—El monstruo se ha comido mi dona y tú al monstruo, ¿no? —le señala mi hermano mayor.

—Puede ser —admite el muy descarado. 

Su maestro —Adriano— cubre su boca con una mano para esconder la sonrisa llena de orgullo. Como he dicho, muy pronto Gibson se pondrá a la par de su ídolo.

—¿Pues sabes qué? —cuestiona Fede—. Estás a punto de ser devorado por el monstruo de las cosquillas.

—¡No! —exclama en el acto al mismo tiempo que Pietro sale disparado de su lado para correr al regazo de mamá.

Al caramelito Di Lauro no le gusta quedar en medio de las trifurcas, aunque al final Gibs siempre termina involucrándole. Ellos dos suelen andar juntos como uña y carne.

—Ya verás —el cardiólogo continúa con sus amenazas preparado para el asalto.

Papá por su lado, resopla fastidiado ante el espectáculo mientras mi madre besa la cabeza de Pietro divertida. 

—¡No, por favor! —ruega el pilluelo—. Vale, te propongo una oferta de paz. Voy a regalarte mis fresas silvestres a cambio de la dona.

—¿Por qué me darías las únicas fresas silvestres que quedan en la mesa? —el mayor, conociéndole a la perfección, no acaba de creerle el cuento.

—Porque soy una persona genial y quiero que mi hermano mayor me guíe por el mundo de la lujuria en el futuro.

—¡Gibson! —grita mamá alarmada en tanto mi padre se atraganta con su café y yo niego con la cabeza.

—¡Ese es mi aprendiz! —Adriano se levanta de su silla para ir a chocar la palma de su mano con el adolescente en señal de aprobación.

Papá no tarda en voltear a verme y los dos resoplamos al mismo tiempo. Es evidente que compartimos el mismo pensamiento y es que estos dos no tienen remedio. Ni siquiera se molesta en reprenderlos, puesto que gastaría saliva en vano. 

Termino de beberme mi zumo de naranja y revolviendo el pelo de Pietro, quien disfruta de los mimos de nuestra madre, subo a la habitación para cepillarme los dientes.
Me espera un largo día de chicas junto a Cassandra Di Lauro.

Como era de esperar, mi madre me arrastra de una tienda a otra llenando el coche de bolsas de compras. Es agotador seguirle el paso, pero disfruto cada segundo a su lado. Cassie ha resultado ser la mamá que siempre he deseado tener y no puedo agradecer al destino lo suficiente por haberla puesto en mi camino.

Todavía me queda el sinsabor de no haber conocido a mi madre biológica y a veces, en sueños, veo su muerte durante el parto como si yo estuviera ahí, sin poder hacer nada en absoluto para evitarla. Si me hubieran dado a elegir, no habría dudado en cambiar mi vida por la suya, pero mi familia junto a las largas sesiones de terapia durante años, me han ayudado a comprender que lo sucedido no fue mi culpa.  

La extraña sensación que ocasiona la incertidumbre de lo que hubiera podido ser, permanece en el fondo. Sin embargo, la doctora ha sabido llenar muy bien esos espacios. Pedirle que aceptara ser mi mami ha sido la mejor decisión que he tomado jamás.

La mañana de compras termina y después de almorzar en nuestro restaurante favorito, compartimos un súper cono de helado de fresa con chispas de colores. Yo prefiero el chocolate —como todos los miembros de la familia Di Lauro—, pero a mamá no le apetece. Según ella, solo come chocolates cuando está embarazada. Algo que me consta, pues mientras gestaba a mis hermanos solía acaparar la nutella y las fresas para ella sola.

Pasar tiempo con ella es divertido y reconfortante, sin embargo, acepto que mi parte favorita es la tarde de spa. Esto sí es vida.

¡Por fin! ¡Por fin!

Siento los chorros de agua golpeando mi espalda baja y agradezco arrodillada al cielo —en mi mente por supuesto— por estos minutos de relajación con quien, obviando los lazos familiares, también es mi mejor amiga.

El estrés parece ser la jodida pandemia del siglo veintiuno y a mí me va a terminar matando. Y si a eso le sumo el desequilibrio de Enrico Falconi junto a todo lo que me provoca, ya me encuentro en cola para la cremación.

Aparto su odioso rostro de niño rico de mi cabeza para permitirme cerrar los ojos y disfrutar de los pepinos que hidratan mis párpados, más el efecto de los chorros que me masajean la cintura. Podría estar aquí durante horas, creo que dormiría como un bebé sin la aparición de individuos indeseables en mis sueños.

—Me siento tan bien, mamá —comento con descuido extasiada—. Estoy en la gloria.

—Esa es la idea, cielo —asevera ella—, que te relajes. Luces muy tensa y tu cuerpo te pide un descanso desde hace rato. Hasta tu padre, quien padece del mismo mal, lo ha notado.
Siento la burla en su tono con la última frase y en respuesta, arrugo el entrecejo provocando que los pepinos se me caigan al agua.

—¿Qué ha dicho papá? —cuestiono luego de incorporarme, interesada en sus palabras—. ¿No está conforme con mi trabajo?

—Ay, Ella —niega con la cabeza sin perder la sonrisa—. ¡Por Dios! Adriano se refiere a otra cosa. No todo el planeta piensa únicamente en trabajo. Incluso el Magnate de Acero se preocupa por otros asuntos, como por ejemplo, la tensión que hay entre el nuevo socio y tú. Dice que aceptaste el proyecto bajo protestas.

—Papá sabe que no lo aprobaba desde el principio —salto a la defensiva— y como si no fuera suficiente, me ha puesto a trabajar directamente con Falconi. El hombre ha plantado su Oficina al lado de la mía. 

—No entiendo tu negativa, Ella, más cuando conoces a tu señor jefe y sabes de su afición por cubrir todas las esferas con sus inversiones. 

—Tengo mis razones —me encojo de hombros mostrándome segura, pese a que por dentro mis cimientos comienzan a resquebrajarse. La plática de esta mañana con mi hermano continúa pululando en mi cabeza y la frase que me soltó me hace eco en los oídos.

«Es muy fácil cuando se ve desde fuera»

¿Y si me he equivocado al juzgarle de manera premeditada? ¿Y si mi fijación se debe a otro asunto, el cual me da miedo reconocer? ¿Qué pasaría si cedo ante los deseos de Enrico, ante los míos propios?

No voy a negarlo, una parte de mí ansía hacer realidad esos sueños húmedos que me invaden cada noche.
Al parecer mi madre se da cuenta de mi dilema, puesto que me escruta con la mirada de pies a cabeza, con una expresión bastante seria.
Creo que la hora de las confesiones está a punto de llegar.

—¿Qué está pasando contigo, Ella? 

***

No olvidéis comentar vuestras impresiones en cada capítulo. Me encanta leeros. 

Princesa de AceroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora