37. HOMBRES PEDANTES, CELOS Y TENTACIONES

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Stella Di Lauro

Contengo el aliento una vez más mientras el sujeto parlotea sin cesar. A Enrico al menos le di motivos para insistir en un principio, pero Leonardo Dawson... Ese hombre me saca de mis cabales. No lo soporto y él en cambio no pierde la oportunidad de envolverme con su zalamería cada vez que viene.

Semana tras semana en la que debe informarme sobre el avance del proyecto energético en Sudáfrica, repite la misma rutina. Lo que debería tardar una hora dura tres y lo peor es que no puedo cortarle el rollo, puesto que mi padre le tiene en muy alta estima.

Claro que si le cuento que otro de sus socios me pretende, le odiaría de inmediato, pero probablemente sí perdería a papá esta vez. Su reacción de esta mañana todavía me tiene conmocionada.

—Stella, necesito tu visto bueno con urgencia para entregar este informe —el play boy acosador irrumpe en la oficina como si de un vendaval se tratara.

Tiene la cara de una bestia enjaulada, pese a que lo disimula muy bien.

—¿No ves que estoy reunida, Falconi? —respondo contante, pero con una enorme sonrisa.

Fingir es lo que mejor se me da estos días y ni eso hago bien, teniendo en cuenta que mi señor padre se ha llevado todas las indirectas y me ha descubierto.

—Es urgente, seguro que el señor...

—Dawson —interviene el aludido a la vez que se pone en pie para ir hasta Enrico—. Leonardo Dawson.

—Enrico Falconi —contesta el idiota inoportuno con arrogancia—, aunque eso ya debe saberlo. Y de seguro el señor Dawson puede entenderlo. Le aseguro que no molestaría si no fuera importante. Stella está muy implicada en este proyecto.

—Stella se implica en todos los proyectos —repone el inglés—. Sin dudas es una chica especial.

—Lo es.

Ambos hombres se observan con una fiereza escondida tras una tensa sonrisa, retándose el uno al otro, como si yo fuera el premio al mejor postor.

Malditos todos los hombres y su testosterona.

¿Es en serio? ¿En mis propias narices?

«Solo les falta ver quién mea más alto»

—Os dejaré trabajar entonces —es el extranjero quien rompe el contacto visual para venir a mi encuentro—. Ella, querida, nos queda pendiente esa copa de vino. ¿Qué te parece si lo dejamos para esta noche?

Siempre hace la misma pregunta cada vez que viene y no se cansa de recibir una respuesta negativa.

—Esta noche tengo que...

—Mañana temprano parto para Londres —insiste—. Por favor, no rechaces a este pobre caballero en pena.

Los temblores de Enrico me llegan hasta aquí. Puedo percibir la intensidad de su mirada con los ojos cerrados y decido devolvérsela de una forma más discreta.

«¿Celos ahora, Falconi?»

¿Cómo es posible después de haberme rechazado cuando supo de mi virginidad?

«¿Te arrepientes?»

«¡Sí, joder!»

Las palabras se clavaron en mi cabeza hasta ocasionarme la peor de las jaquecas y no me dejan pegar ojo. Luego están las de mi madre:

«Hay algo en vuestro enfrentamiento que no me encaja; frases entrecortadas, palabras a medias, la ira esclavizándoos»

¿Será posible que él...?

Princesa de AceroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora