Stella Di Lauro
Sus labios recorren cada espacio de piel expuesta mientras que de mi boca solo salen gemidos. Mi espalda se despega de la cama en el preciso momento en que sus dientes atrapan mis bragas para deslizarlas por mis piernas y una vez fuera, lanzarlas al suelo.
Con sus manos y pies escala por mi cuerpo ya completamente desnudo hasta llegar a mi rostro y besarme con una pasión arrolladora. Muerde sin importarle hacerme daño y tira de mi labio inferior con fuerza. Para mi sorpresa, no duele, solo me excita más y más. Todo en él es erótico, incluso el simple hecho de verle sonreír ya lo hace desprender un magnetismo sexual al cual no puedo resistirme.
—Soñarás cada noche conmigo hasta que tus deseos se hagan realidad, princesita —murmura contra mis labios antes de desaparecer frente a mis ojos.
Despierto al instante y como es habitual, me encuentro empapada en sudor y con la respiración agitada. Observo la hora en el reloj digital encima de la mesita de noche y me tiro en la cama en medio de un largo resoplido.
Cinco y cuarenta y tres de la mañana. Los rayos del sol apenas comienzan a iluminar la habitación desde la puerta que da al balcón y yo ya no puedo dormir más.
Ni siquiera porque es fin de semana me deja descansar más de seis horas el muy jodío. Me tiene harta, frustrada y ansiosa. Me siento como una prisionera en mi propio cuerpo, la tensión no abandona mis músculos ni corriendo una maratón de cinco kilómetros y al mismo tiempo, mi conciencia no deja de comerme la cabeza.
Odio la palabra «miedo», pero es un buen momento para admitir que lo estoy experimentando por primera vez en mucho tiempo.
Siento temor por el hecho de que ya no lo aborrezco como hace unas semanas atrás y desde ayer, siento temor porque no dejo de rememorar ese beso que prendió un fuego desconocido en la boca de mi estómago.
No tengo idea de cómo lidiar con todo esto. Soy una mujer de fuerte voluntad y si algo tengo claro es que no pienso caer por ese idiota derrochador de dinero, cuya mayor afición es acostarse con una chica diferente cada noche. No seré una más en su lista y definitivamente, no me dejaré usar de esa forma. Sin embargo, mi cuerpo parece tener otras intenciones por completo diferentes.
Quiero a Enrico Falconi fuera de mi empresa, de mis sueños y de mi vida en general. Necesito quitármelo de encima como sea y la única opción que veo para conseguirlo es lanzando al mercado la dichosa colección de coches cuanto antes.
El problema está en que para lograr eso tengo que acercarme a él… todavía más, trabajar en equipo y prácticamente volvernos uno solo. Por supuesto, eso no me gusta nada, puesto que si doy un paso en falso, puedo empeorar las cosas.
La solución a esta situación es un arma de doble filo y por ello me hace dudar. Otra escenita como la de ayer en el coche y no estoy segura de poder detenerme.
El ruido de un auto me saca de mis ensoñaciones para darme cuenta de que me he alejado demasiado del condominio. Me paro a beber un poco de agua de la botella que he traído conmigo, antes de regresar trotando en tanto observo en derredor.
Esta zona exclusiva apartada de la ciudad suele ser tranquila, pero esta mañana se encuentra más silenciosa que nunca. Supongo que tiene que ver con el hecho de que es sábado.
En la entrada de la casa diviso a mi hermano mayor, quien al parecer ha terminado su acostumbrada carrera matutina.—Salí detrás de ti en cuanto te vi trotar desde el balcón de mi cuarto —dice mientras bebe de su agua—, pero no te alcancé.
—Creo que me desvié un poco de la ruta habitual —me encojo de hombros despreocupada a la vez que cruzamos la verja caminando uno al lado del otro.
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Princesa de Acero
RomanceElla ha decidido seguir los pasos de su padre y convertirse en la empresaria joven más exitosa de Italia. Por supuesto, para llegar a donde está, debe hacer pequeños sacrificios. Su prioridad número uno es el trabajo, por tanto, para ella no existe...